Madrid, 5 dic (EFE).- Si en algo coinciden las voces escuchadas este jueves en la COP25 es en que ha llegado el momento de transformar el sistema agroalimentario -que no sólo es responsable de emisiones sino que sufre sus efectos-, con innovación, ayudas y trabajo conjunto con el sector.
La receta para lograr una producción sostenible de alimentos contiene tantos ingredientes como ponentes en las áreas azul y verde de la cumbre del clima y tanta disparidad entre posicionamientos ambientalistas y de defensa de las prácticas agroganaderas.
Pero en el centro del debate está la certeza de que el sector tiene la triple condición de ser emisor de contaminación, víctima directa de la crisis climática e insustituible para la biodiversidad por su acción como «sumidero de carbono».
En el arranque de la jornada de hoy, el ministro de Agricultura de Chile, Antonio Walker, subrayaba que era la primera vez que una Cumbre del Clima dedicaba un día íntegro a la agricultura y los bosques y ponía el foco en potenciar las prácticas sostenibles, la tecnología, la regeneración de los suelos y la gestión del agua.
Lo hacía en una inauguración en la que el secretario general de Agricultura y Alimentación español, Fernando Miranda, recalcaba que era el momento de transformar el sistema agroalimentario, pero junto a los productores y dando «oportunidades de vida» al medio rural, para lo que se necesitan «incentivos y financiación».
El propio ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación en funciones, Luis Planas, recordaba en el panel sobre acción forestal que la Política Agraria Común (PAC) para el periodo 2021-2027 tendrá como prioridad la lucha contra la crisis climática.
«Al menos el 40 % de los fondos tienen que tener una vinculación directa o indirecta en la lucha contra el cambio climático y en la preservación del agua, el suelo y el paisaje», detalló.
En el caso de España, con 13 tipos diferentes de clima según los expertos, los agricultores y ganaderos afrontan ya cambios en los calendarios y elección de los cultivos como consecuencia de la crisis climática, que somete a las producciones agrarias, por ejemplo, al estrés de la variabilidad meteorológica.
Siembras tardías y cosechas tempranas, sequías que impiden la rentabilidad de los cultivos, aumento del número de plagas o dificultades en la floración son otros de los efectos.
Un desafío que queda retratado en las cifras de siniestrabilidad, «desatada» según las entidades de seguros agrarios y que sólo en los últimos tres años supuso 2.000 millones de euros en indemnizaciones.
La tecnología se convierte por todo ello en una herramienta indispensable tanto para reducir esos 511 millones de toneladas de CO2 que emite el sector en la Unión Europea (11,5 % del total) como para potenciar su capacidad de sumidero de ese carbono, fijado por el suelo y las plantas, que evita que circule por la atmósfera.
Prácticas como la agricultura de conservación o la de precisión, el uso de drones e imágenes por satélite en la gestión del agua, los fertilizantes y los fitosanitarios, y procesos de economía circular que reducen emisiones y residuos son ya realidades en un sector que se siente «demonizado», cuando a su juicio es «injusto» que se le culpe por completo de la situación.
«Es fácil demonizar al campo porque la mayoría de la población mundial vive en ciudades, es un blanco fácil (…) En el fondo, lo que son insostenibles son nuestros hábitos de consumo», afirmaba el ingeniero agrónomo José Luis Gabriel Pérez, miembro del Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA).
Si el campo produce de forma intensiva -y por tanto genera más emisiones- es porque en el ámbito urbano se consume «de todo y de forma exagerada», aseguraba.
Pero no de forma sostenible: el desperdicio alimentario y su influencia en el medioambiente también ha sido hoy objeto de debate en la COP25, con una conclusión clara: falta conciencia social sobre el hecho de que tirar comida a la basura -un tercio según datos oficiales- tiene una consecuencia directa en la sostenibilidad.
Los alimentos «tienen que recuperar el valor perdido», ya que «detrás de cada uno de ellos» está el trabajo de toda la cadena agroalimentaria, y los consumidores, a veces, «no lo aprecian», señalaba el director general de la Industria Alimentaria, José Miguel Herrero.
O como defendía en una de sus intervenciones la ministra en funciones para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, es necesaria una transformación del modelo alimentario que impulse una producción «menos traumática y más llevadera» que no ahogue al medio rural.
Y hablando de los agricultores concluirá hoy esta jornada, en la se pondrá en valor el Decenio de las Naciones Unidas para la Agricultura Familiar y se presentará la Plataforma de Acción Climática en Agricultura de América Latina y el Caribe (Placa).