“Por más que he gastado para tratar de curarlo de las adicciones, por más que lo he internado en anexos y hasta en una clínica en Guadalajara, Salvador, mi hijo, el de en medio de los tres hombres que tengo, no ha agarrado la onda. Ha estado a punto de morir unas tres veces”.
Ése es el testimonio de don Mario, comerciante en la colonia Guadalupe Peralta, quien junto con su esposa, no sólo han batallado, sino sufrido la adicción de uno de sus hijos, “es el prietito en el arroz, los otros dos son muy trabajadores, pero Salvador, desde la adolescencia se echó a perder”.
En plática con HIDROCÁLIDO comentó que el martirio empezó hace unos 10 años, cuando su hijo salió de la secundaria y ya en la prepa empezó a tener amistades extrañas, “vivíamos en otra colonia, en La Barranca, de pronto dejó de ir a la prepa y sin avisarnos. Nos cambiamos para acá que para sacarlo de aquel ambiente y no nos resultó. No valieron los regaños ni nada, él ya era adicto a la mariguana y a las tachas. Es más, se llegó a drogar hasta con resistol amarillo y gasolina”.
Don Mario dice que si hace cuentas ya ha gastado en su hijo más de medio millón de pesos, entre anexos, la clínica, tratamientos, “eso sin contar todo lo que nos ha robado de la casa y las veces que lo he tenido que sacar de la cárcel. Por cierto, hace poco salió del penal, porque lo acusaron de meterse a una casa a robar, y ni cómo defenderlo, sabiendo nosotros que sí lo hace, es capaz de eso y más. De la casa ha sacado desde tanques de gas, muebles y varias pantallas de televisión”.
María Ortega, madre de tres hijos, dos adolescentes y uno ya adulto, todos adictos al cristal, “que yo sepa, no hace mucho que empezaron, apenas unos dos o tres años, pero viera usted cómo han cambiado de carácter y físicamente. Los veo morir poco a poco y yo me muero junto con ellos, es una tristeza muy grande por un problema que se me fue de las manos”.
Esta señora, que vive junto con sus hijos en una casa muy humilde en la colonia Los Pericos, sufrió el fallecimiento de su esposo hace dos años, “ni por eso han aprendido mis hijos y no le echan ganas. A veces trabajan de cargadores o lavando carros, pero duran unas semanas y vuelven al vicio y a la vagancia”.
A sus 37 años de edad, dice que se siente como si tuviera 50 o más, por lo cansada de la vida, pero “no me puedo derrotar porque sé que mis hijos me necesitan, aunque ellos digan que no. El mayor ya me ha golpeado cuando anda drogado y es que no entiende razones el pobre, sé que no está bien y no lo justifico, pero su enfermedad es demasiado fea”.
Refirió que ella lo ha llevado a dos anexos, uno en el centro de la ciudad y otro en Jesús María, pero “como nos cobran, aunque sea poquito pero tenemos que pagar, yo sola y con mi trabajo de empleada doméstica no me alcanza para tanto, apenas para comer. Entonces, ha durado lo más tres meses, pero al salir vuelve a las andadas, no sé quién le venda el cristal, sospecho en dónde la compra, pero aunque hemos reportado, nadie hace nada. Todo por aquí está lleno de tiradores de droga y picaderos donde quiera se encuentran”.
La señora Josefina Ruiz de la colonia STEMA relata que ella y sus nietos pasan por una situación complicada, pues su hijo es adicto desde su juventud, “todavía es joven, pero parece más grande de su edad”, él era consumidor de mariguana y alcohol, “pero desde hace unos 4 años probó el cristal y ya no lo suelta. El problema es que ahora, hasta su esposa, mamá de los niños que ahora viven con ella, también se ha abandonado en el vicio”.
Recordó que en apariencia ella estaba muy bien, sabía del problema que tenía su esposo -hijo de Josefina- y lo había sobrellevado, pero “no sé cuándo ni cómo, de pronto ella ya también era adicta al cristal, todo cambió, sobre todo para mis chiquillos -sus nietos- que se quedaron como abandonados y ahora trato de protegerlos que no vivan en ese ambiente”.
Estos familiares de personas adictas al cristal coincidieron en señalar que es una droga que los acaba de pies a cabeza, física y mentalmente, que termina con muchas familias, las destruye, las divide, las lastima, y todo por ese tóxico que es de los más baratos, pues una dosis la consiguen entre los 500 y 100 pesos y para consumirla usan muchos de ellos un foco o algo parecido, “quedan enganchados de por vida, no tienen cura y lo peor, es que la mayoría de los que caen en sus garras son muy jóvenes, que con esto, quedan sin futuro”.