Moscú, 5 feb (EFE).- De musulmanes a comunistas. Ese fue el reto que tuvieron que enfrentar los artistas azerbaiyanos durante la etapa soviética del país regida por la propaganda y cuyos tapices, alfombras y carteles creados a lo largo de medio siglo se exponen a partir de este miércoles en el Museo Estatal del Oriente de Moscú.
«La gente que vivió la llegada de la revolución también vivió los tiempos anteriores y fue educada en las tradiciones musulmanas. Tuvo lugar una sustitución de los principales valores en la cabeza de la gente», declara a Efe María Filátova, curadora de la exposición.
«Alá era sustituido por Lenin, Stalin y otros líderes, una especie de nuevos ídolos», explica.
La exposición «Ecos del Azerbaiyán soviético. Alfombras, bordados, afiches» presenta alfombras y tapices de grandes formatos que se inscriben en el llamado realismo socialista, retratos bordados de líderes soviéticos y escenas cotidianas hechas de recortes de tela en las que predominan las técnicas de la artesanía tradicional.
Entre esta diversidad que agrupa un total de sesenta obras, destaca un cartel, fechado en 1921, donde se refleja, de un modo muy vivo, este tránsito que para muchos significó la quiebra de todos sus paradigmas: una joven se despoja del velo frente a otras muchachas musulmanas, mientras enarbola una bandera roja.
«Si nos fijamos bien vemos una referencia a ‘La Libertad guiando al pueblo’ de Eugène Delacroix: se trata de una imagen muy promovida en aquella época, ya que el país ‘marchaba hacia la libertad’. Y aquí de un modo muy inusual nos presentan a una musulmana que cambia el mundo con este gesto», comenta.
Por su parte, la portavoz del Museo Estatal del Oriente, anfitrión de la muestra, Tatiana Metaksa, describe un mural confeccionado con retazos que aborda el mismo tema.
«Relata cómo las mujeres orientales se quitaban el velo, cómo se liberaban. Es una obra de los años 20 y es una de las piezas de nuestra colección», comenta, al destacar que la exposición en su conjunto «transmite una energía muy positiva».
Antes de la revolución rusa, el arte visual de Azerbaiyán no tenía tradición alguna de la pintura de caballete. Su lugar era ocupado justamente por los bordados, las alfombras, los tapices, que cumplían una función decorativa.
A partir de 1920, cuando surge la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, estos objetos cambiaron de función y dejaron de decorar palacios para ocupar paredes de oficinas y espacios públicos.
Sin embargo, la muestra trasciende a la propaganda. Y es que la distancia impuesta por el tiempo permite descubrir su calidad artística, oculta antes bajo el velo de la política.
«Lo que en la época soviética se veía como algo cotidiano, habitual y que cansaba, ahora, después de tanto tiempo, se aprecia de un modo totalmente diferente, podemos descubrir la belleza de estas obras», añade la comisaria.
El arte islámico, reticente a la representación de seres humanos y animales y compuesto salvo excepciones por motivos geométricos y caligráficos, deriva a un nuevo modo de expresarse en el que el ser humano ocupa el centro del discurso, sin olvidar las tradiciones.
Es así que una de las piezas más llamativas de la colección, la monumental alfombra «Trabajador petrolero», nos presenta a una familia obrera que enarbola una bandera roja, con grandes empresas al fondo.
Ese «idilio socialista» está rodeado de un marco de motivos geométricos inscritos en la tradición decorativa azerbaiyana, alternados con una filigrana de tuberías y torres petroleras que se repiten a la par de los adornos.
Uno de los visitantes de la exposición, Mijaíl, observa sorprendido la alfombra: «Más que la indiscutible maestría del artista, sorprende cómo logra conjugar de modo tan natural dos formas de expresión tan diferentes», confiesa.
«Las alfombras soviéticas siguieron las pautas de las palaciegas, creadas a partir del siglo XVI, y mantuvieron la composición. Solo cambiaba el tema: en lugar de la caligrafía mostraban escenas sobre el trabajo ‘heroico’ de la gente», explica Filátova, para hacer más imprecisas las fronteras entre tradición y ruptura.
Por Fernando Salcines