Phoenix (AZ), 20 oct (EFE News).- Habituales en grandes celebraciones como el día de la Virgen de Guadalupe, jornadas llenas de felicidad como bodas o protagonistas en declaraciones de amor, los mariachis se han adaptado a la triste realidad de la pandemia y, con guitarra, trompeta y violín en mano, se encargan ahora de dar el último adiós a aquellos que han perdido la vida por el coronavirus.
A diferencia de la mayoría de los negocios latinos que se vieron fuertemente golpeados por la pandemia, los mariachis no han parado de recibir llamadas para participar en funerales y entierros de los muchos latinos fallecidos por la COVID-19.
Ante este cambio de panorama, grupos como el Mariachi Real de Jalisco, ubicado en Phoenix (Arizona), cambiaron la «Serenata Huasteca» y los guapangos por melodías como «Puño de Tierra», «Cruz de Madera» y «Amor Eterno», muy solicitadas en las inhumaciones.
Mario Cazares, quien fundó la agrupación musical hace diez años, dice a Efe que su trabajo lejos de disminuir ha aumentado con la gran cantidad de sepelios a los son requeridos.
Reconoció que lo más fuerte se vino después de mayo y no han parado hasta esta fecha, siendo las honras fúnebres donde más se requieren de sus servicios.
«Por semana tenemos alrededor de tres servicios, pero tengo compañeros que no han parado, a diario van a funerales y en ocasiones dos por día», afirmó este oriundo de la fronteriza ciudad mexicana de Ciudad Juárez.
UN FUTURO PREOCUPANTE
Lo más preocupante, asegura, es que ve que la pandemia, lejos de terminar, avizora lo contrario, por lo que está convencido que seguirán teniendo trabajo en funerales «de aquí hasta enero y febrero».
Pero este panorama no lucía así cuando inició la crisis de salud pública en Estados Unidos, que a la fecha ha dejado un saldo de más de 8,1 millones de casos y 218.000 muertos, de los cuales, se calcula, una cuarta parte es de origen latino, de acuerdo a los últimos datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC).
«En los meses de marzo y abril el trabajo se redujo mucho, pero llegó el 10 de mayo (Día de las Madres en México), y se activaron los contratos, con la diferencia de que en vez de acudir a fiestas de 100 personas, íbamos a reuniones familiares de 10», recuerda.
Cazares, de 45 años, no solo ha visto cómo la muerte ha devastado a la comunidad latina y de otros grupos minoritarios, sino que considera que la población joven ha sido una de las más afectadas por la pandemia del coronavirus.
«Me tocó ver muchos rostros incrédulos en los entierros, más que de tristeza. Mucha gente pensó que iban a morir solo los viejitos, y no es verdad, la mayoría de los entierros a los que hemos ido son gente joven», detalló.
VÍCTIMA DE LA COVID-19
El cantante no solo ha sido testigo, por su trabajo como mariachi, de la mortandad que ha dejado el virus, sino que él mismo se contagió de la COVID-19 en julio pasado.
«A mí me dio el virus, y opté por encerrarme, me dio mucha fiebre, cansancio, perdí el sabor y el olfato. Estuve en aislamiento 21 días, y por responsabilidad les informé a mis compañeros que no podía trabajar», comenta el padre de seis hijos.
Sin embargo, los estragos del coronavirus le ocasionaron pequeños problemas al querer integrarse al mariachi, ya que se fatigaba al respirar y al principio sentía que le faltaba el aire al intentar alcanzar los tonos de las canciones.
Cazares menciona que, a diferencia de los negocios establecidos, las autoridades no regularon a las agrupaciones musicales, lo que les permitió seguir trabajando sin temor a ser sancionados.
Por todo ello, y conscientes de lo que representa la enfermedad, estos mariachis toman precauciones cuando acuden a panteones o servicios funerarios y mantienen una distancia de varios pies y llevan cubrebocas.
«Ya mandamos pedir más cubrebocas, porque a cómo se ve esto, la cosa se va a poner más fea. Vamos a llegar a enero y febrero y seguiremos igual. Nada más hay que voltear a ver cómo está Europa, al rato estaremos igual aquí», lamenta el músico.