Roma, 4 feb (EFE).- Cuando el 5 de febrero de 1960 se estrenaba en un repleto cine de Milán «La dolce vita», de Federico Fellini, pocos podían imaginar el terremoto que causaría en la sociedad italiana, que reaccionó a la película con ovaciones, insultos y hasta una amenaza de excomunión a su potencial público.
La sesión en el cine Capitol fue de todo menos tranquila: buena parte del público abucheó a Marcello Mastroianni con gritos de «comunista» y «vagabundo» y hasta el director recibió un escupitajo, mientras que la Iglesia preparaba una gran ofensiva para una película que tachó de «escuela pornográfica».
«Un tipo me escupió en el cuello, y cuando me giré para ver quién era me gritó ‘¡Avergüéncese!», contaba Fellini más tarde al diario «Il Giorno», temiéndose un fracaso comercial que resultaría ser todo lo contrario.
La polémica dio alas a una cinta que se convirtió en uno de los mayores éxitos de público en Italia, que ganó la Palma de Oro en Cannes, compitió en los Oscar y transformó la historia del cine, según contó el biógrafo y amigo de Fellini, Tullio Kezich.
La película presenta a un periodista del corazón, interpretado por Marcello Mastroianni, que se mueve entre una sociedad del espectáculo excesiva y amoral, algo que, junto a escenas como la del mítico baño en la Fontana de Trevi, no gustó nada a la Iglesia.
En el periódico del Vaticano, «L’Osservatore Romano», apareció una serie de durísimos artículos contra Fellini, uno de ellos titulado «La obscena vida», en referencia al título de la obra.
Kezich recordaba, en una entrevista concedida al «Corriere della Sera», cómo el escándalo llegó al parlamento con un debate sobre la moralidad de «La dolce vita» a instancias de los políticos neofascistas, mientras que tampoco por la izquierda se libró el director de ataques.
«Los críticos de izquierdas no se fiaban de él porque se negaba a aceptar el punto de vista marxista, Fellini iba más allá de las ideologías», explicaba el escritor Gordiano Lupi en su libro «Federico Fellini, un maestro del cine».
El periódico «Secolo d’Italia», vinculado a partidos de extrema derecha, no ahorró apelativos cuando calificó «La dolce vita» de «una mentira, un insulto, un atentado a la nación, a la sociedad y a la moral».
Para Kezich, el origen de este rechazo se encontraba en que los pensadores de derechas «entendían justamente que el film evidenciaba el cambio de una sociedad en la que el poder reaccionario llegaba a su fin».
Fellini encontró precisamente entre los intelectuales a algunos de sus pocos aliados, como Alberto Moravia, Indro Montanelli o Pier Paolo Pasolini, con quien mantendría una complicada relación, y que definió la película como «un film católico» al tiempo que denunciaba su censura.
La protesta católica ante un film que consideraban «inmoral» no se limitó a Italia, ya que la Iglesia impidió que «La dolce vita» se estrenara en España, Portugal y Grecia, y amenazó con la excomunión para quien viera el film del «público pecador» Fellini.
Nada de todo esto importaría a unos espectadores que acudieron en masa a ver el filme de un director que, aunque ya con dos premios Oscar, seguía sin ser muy popular entre el público.
Los 13,6 millones de personas que acudieron a verla la convirtieron en el mayor éxito comercial italiano hasta el momento, pero la relevancia de «La dolce vita» fue mucho más allá, creando un imaginario y un lenguaje que marcarían para siempre la historia del cine.
Por Álvaro Caballero