«Todos estos años he guardado para ti mi virginidad, mi doncellez, mi pureza, mi virtud, mi pudor, mi castidad, mi honor». Esas sentidas palabras le dijo Dulcibella a su novio Pitorrango al empezar la noche de las bodas. «Muchas gracias —repuso él al tiempo que la conducía al tálamo nupcial—. Disponte ahora a gastar los ahorros de tu vida»… Babalucas era fumador. Un amigo que deseaba su bien quiso exhortarlo a dejar ese feo y absurdo vicio que lo podía matar. Le dijo: «Has de saber que se realizó un experimento con ratones, y la nicotina y demás sustancias cancerígenas que contiene el tabaco hicieron que los ratones murieran». «Pobrecitos —se condolió el badulaque—. En adelante procuraré dejar los cigarros fuera de su alcance»… Sonó el teléfono en el manicomio. «Perdone —preguntó una voz de hombre—. ¿Se les escapó algún loco?». «No, señor —respondió con extrañeza el encargado—. ¿Por qué quiere saber eso?». Explicó el que llamaba: «Es que mi esposa se fugó con un sujeto, y no puedo entender por qué ese hombre se la llevó»… Si después del primer debate con Joe Biden algún elector vuelve a votar por Donald Trump eso querrá decir que el tal votante ha perdido por completo tanto la racionalidad como el sentido ético. En efecto, en esa confrontación el rufián que actualmente ocupa la Casa Blanca traspasó todos los límites de la decencia y la civilidad. La conducta de Trump ante las cámaras fue la de un energúmeno sin respeto alguno ya no sólo para su adversario y para el moderador del tal debate, sino para el pueblo norteamericano. Los republicanos incurrirán en grave error si por apego a su partido dan otra vez su voto a ese individuo sin escrúpulos que actuó como matón de barrio. Es una pena que Biden se haya rebajado por momentos al nivel de Trump. Triste espectáculo fue ése, indigno del que se considera el país más demócrata del mundo. El debate no fue ejemplo de ejercicio democrático sino de política pedestre. Don Severiano García, inolvidable profesor de Lógica en el Ateneo Fuente de Saltillo, le pidió a la mejor alumna de su grupo que expusiera la lección del día. «No la sé, maestro» —se apenó la muchacha. «Uh —sentenció el ‘Chato’—. Si eso dice pan de huevo ¿qué dirá cemita de agua?». Quería significar que si la estudiante más aventajada del salón no sabía la clase ¿qué se podía esperar de los demás? Lo mismo en este caso. Si en la nación más democrática del orbe se ven cosas como ese debate que pareció pleito tabernario, poco o nada se puede pedir a países cuyos próceres han servido para dar nombre a valiosos ejemplares de la humanidad… En el Club de Lirones iban a designar al Hombre del Año. Empezó a describir el maestro de ceremonias: «Es socio del club desde hace muchos años». Don Chinguetas le dijo a su amigo don Algón: «Podemos ser tú o yo». Siguió el anunciador: «Es empresario de éxito». Volvió a decirle Chinguetas a su amigo: «Podemos ser tú o yo». Continuó el del micrófono: «Es buen padre de familia, esposo fiel». Le dijo don Chinguetas a don Algón: «Ya nos jodimos tú y yo»… El director general de la NASA y el jefe de personal llamaron al científico que solicitaba empleo. Acudió el hombre de ciencia, y el jefe de personal le preguntó: «A ver: ¿cuántas son 7 por 9?». «63» —respondió algo desconcertado el científico. El jefe de personal se volvió hacia el director y le dijo: «Tenías razón. Son 63″… El señor terminó de leer el libro «The joy of sex» y le preguntó a su esposa: «¿Has tenido orgasmos?». «Sí —respondió la señora—. Muchos». El marido se atufó: «¿Y por qué nunca me lo has dicho?». Explicó ella: «Porque nunca has estado ahí cuando los he tenido»… FIN.
MIRADOR
Murió Quino, y el mundo se hizo un poco menos alegre y menos sabio.
El gran artista tuvo la virtud de hacer reír y hacer pensar. En Mafalda, su más entrañable personaje, encarnaron el buen sentido y la sonrisa. Quino enseñó divirtiendo. Fue el suyo un amable magisterio.
Tengo entre mis tesoros una ilustración del argentino. En ella se ve una calle céntrica de alguna ciudad grande. La calle está llena de una muchedumbre de hombres y mujeres con rostros adustos en los que se adivinan indiferencia, tedio, mal humor. En medio de la multitud va un anciano —nada más a a él lo dibujó Quino a colores— que lleva bajo el brazo el retrato enmarcado de una corista o vicetiple de tiempos muy pasados. El anciano sonríe, y su sonrisa es de felicidad por un bello recuerdo, por una de esas memorias que bastan para iluminar toda una vida.
No estemos triste porque se fue Quino.
Alegrémonos porque nos dejó a Mafalda. Y no se va del todo aquél que ha dejado una parte de sí a los demás.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… México va sin rumbo…».
Tal frase no corresponde
a nuestra real situación.
Tiene rumbo la nación,
mas no sabemos a dónde.