Meñico Maldotado se llama este pobre hombre con quien natura se mostró avarienta en la parte correspondiente a la entrepierna. Casó con Pirulina, muchacha sabidora. La noche de las nupcias el novio entró en el baño a fin de vestirse -o desvestirse- para la ocasión. Se despojó de toda su ropa y se puso la bata que su mamá le había confeccionado como regalo de bodas, una de franela anaranjada con adornos de conejitos verdes. Cuando el joven Maldotado llegó a la cama advirtió con azoro que su flamante esposa estaba profundamente dormida, quizá por el cansancio del día. La movió para despertarla -no era cosa de desperdiciar la noche- y cuando ella abrió los ojos dejó caer con elegante ademán la mencionada bata, única prenda que lo cubría. Lo vio Pirulina y le preguntó en tono desabrido: "¿Y para eso me despertaste?". El astroso individuo le pidió una limosna "por el amor de Dios" a doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad. Le dijo con lastimera voz: "Tengo hambre, señora". Doña Panoplia vio que el pedigüeño era joven y robusto, así que le contestó irritada: "Trabaje". "Uh, no -se asustó el tipo-. Si trabajo me da más hambre". Sobre tres piedras se asienta en buena parte la cocina tradicional de México: el molcajete, el metate y el comal. (El comal, sí, porque nuestros ancestros los hacían de barro, que con el fuego adquiere solidez de piedra). El molcajete sigue siendo utensilio de uso diario en la mayor parte de los hogares mexicanos. Sirve para elaborar sabrosuras que en una licuadora es imposible hacer, como una salsa molcajeteada, de sabor excepcional que de otro modo no se puede conseguir, pues al ser molidas en el molcajete las semillas de chiles y tomates sueltan sus esencias, y éstas dan sazón especialísima a la salsa. El metate ya casi no se emplea. Y qué bueno: esclavizaba a la mujer hasta el punto de hacerla arrodillarse ante él, fuese para hacer las tortillas o para elaborar el chocolate, el mole o alguna otra cosa de las ricas cosas nuestras. (Los hombres buscaban para esposa a una mujer que fuera al mismo tiempo "buena pa'l metate y buena pa'l petate"). El comal de barro ha sido sustituido por el de metal en casi todas partes. Escribo esto para manifestar mi esperanza -posiblemente infundada- en que López Obrador no nos devolverá a la época del metate y el comal de barro. Lord Feebledick fue a Londres a la reunión mensual con sus antiguos compañeros de Eton. Al llegar se encontró con la ingrata novedad de que el encuentro se había cancelado por celebrarse aquel día el aniversario de la fecha en que a la reina Victoria le salió el primer diente. Tomó el tren de regreso, de manera que llegó a su casa cuando no era esperado. Ahí se encontró con otra novedad igualmente ingrata: su esposa, lady Loosebloomers se estaba refocilando en el lecho conyugal con lord Purplerump, el propietario vecino. El airado marido se volcó en denuestos contra el querindongo de su mujer. Le dijo ésta: "Qué injusto eres, Feebledick. Él te presta su escopeta, su caña de pescar y su red para atrapar mariposas ¿y tú no puedes prestarle nada?". Las parejas de animales veían cómo una larga fila de hermosas mujeres iban subiendo al arca de Noé. El elefante comentó enojado: "Eso no fue lo que le ordenó el Señor". Doña Macalota y don Chinguetas se fueron a la cama sin hablarse después de una de sus acostumbradas riñas conyugales. En la oscuridad de la alcoba, sin embargo, ella puso su mano en cierta parte de la anatomía de su esposo. Preguntó él: "¿No que estás muy enojada?". Replicó doña Macalota: "Contigo sí, pero con esto no". FIN.
MIRADOR
La mañana era de sol alegre y bueno.
Al rey Cleto eso le molestó. Iba a salir de su palacio; el sol podía enrojecerle la tez. Hizo llamar a San Virila y le ordenó:
-Obra un milagro que me libre de este sol.
El frailecito hizo un ademán y apareció una nube de tormenta. Puesta sobre Cleto, y sólo sobre él, la nube le tapó el sol, pero hizo caer sobre el monarca una continua lluvia con granizo y nieve, mientras por todas partes seguía brillando el sol alegre y bueno.
-¿Que has hecho? -le preguntó furioso el soberano a San Virila.
-Te libré del sol -respondió el santo-. Eso es lo que querías ¿no?
Rebufó el monarca:
-¡Librame ahora de este nubarrón!
Con otro ademán lo hizo desaparecer San Virilia. Entonces el sol enrojeció la tez del rey. Le dijo San Virila:
-La próxima vez ten más cuidado con el milagro que pides.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
"…Sigue la cuarentena…"
Aunque molesta el encierro,
y nos va cansando ya,
la verdad, siempre será
mucho mejor que el entierro.