El botones del hotel acompañó a los recién casados a la suite nupcial. Al entrar dijo el novio: «PC». «No —opuso la muchacha—. PD». Insistió él: «PC». «No —repitió ella con firmeza—. PD». La chica entró en el baño, y el botones aprovechó eso para preguntarle al desposado: «Perdone la indiscreción, joven. ¿Qué es eso de ‘PC’ y ‘PD’?». Explicó el muchacho: «Ella quiere que primero desempaquemos»… Don Goreto, el socio de don Algón, tenía principios rigurosos. Cuando contrataron una nueva secretaria el moralista señor sentenció: «Debemos enseñarle todo lo concerniente al bien y el mal». «Tienes razón —admitió don Algón—. Tú enséñale lo concerniente al bien; de lo demás me encargo yo»… Un patrullero detuvo en la carretera a Babalucas. «Va usted a 180 kilómetros por hora». «¿Cómo sabes? —objetó el badulaque—. Apenas llevo 15 minutos manejando»… Doña Fecundina dio a luz a su hijo número 14. Don Cohelón, su marido, entró en el cuarto y después de hacerle una desmañada caricia al bebé le dio a su mujer un beso en la frente. Ella protestó airada: «¿Ya vas a empezar otra vez?»… Me alegró mucho la declaración con que el Papa manifestó su apoyo a las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Casi todos los colectivos LGBT calificaron de insuficiente la postura del Pontífice, pero a mi juicio su actitud fue valerosa y representa un avance de consideración en el trato que la Iglesia Católica ha dado al tema de la homosexualidad. El reconocimiento que Francisco hizo del derecho que las mujeres y hombres de preferencias sexuales diferentes tienen a unirse legalmente y formar una familia significa un replanteamiento de la posición tradicional de la Iglesia, que ha visto en la relación homosexual algo objetivamente inmoral por no cumplir la norma bíblica de la procreación, finalidad que la propia Iglesia juzga consustancial al ejercicio de la sexualidad humana. Con sus palabras el Pontífice reafirmó la dignidad de los homosexuales y su igualdad de derechos con las personas heterosexuales. Ahora bien. La congruencia debería llevar a la Iglesia a buscar una forma de consagrar religiosamente las uniones por las que aboga el Papa, y a procurar también ir acabando con las formas de discriminación por sexo que aún existen en la institución, como es el hecho de negar a la mujer el acceso a las dignidades eclesiásticas reservadas ahora con exclusividad a los varones, como el sacerdocio. Igualmente habría que abordar el tema del celibato con la misma valentía y propósito de justicia que en esta ocasión demostró el Papa. Nací en el seno de la Iglesia Católica; la amo pese a todo y en ella espero terminar mis días «confortado con todos los auxilios espirituales», como decían antes las esquelas funerarias. Celebro por eso todo aquello que tiende a poner a mi Iglesia a tono con la justicia. Espero que en lo relativo al celibato Francisco haga algo que la ponga igualmente a tono con el derecho natural… Don Chinguetas llamó por teléfono a su esposa. Tan pronto la señora contestó le dijo: «¿Qué te parecería una semana en un hotelito de una playa apartada en el Caribe? Oiríamos desde nuestra habitación el canto de las aves; tomados de las manos pasearíamos bajo la sombra de las caobos y las ceibas; nadaríamos desnudos en el mar y por la noche haríamos el amor sobre la arena a la luz de las estrellas». «¡Encantada! —se entusiasmó doña Macalota—. ¿Quién habla?»… La señora le preguntó a su marido: «¿Me amas todavía?». «Sí». «¿Me extrañas cuando te vas de viaje?». «Sí». «¿Piensas en mí cuando no estás conmigo?». «Sí», «¿Me eres fiel?». «¡Caray, cómo te has vuelto preguntona!»… FIN.
MIRADOR
Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
Solo, en silencioso diálogo con sus recuerdos, el hidalgo sevillano aguarda la llegada de la noche.
Tiene en la mano una copa de vino. Nunca le ha gustado beber solo, pero ahora la soledad es su única compañía. Con ella vive, y con la sombra de las mujeres a las que un día amó y que lo amaron.
Ha levantado su copa varias veces. Brindó consigo mismo por doña Ana, por doña Elvira, por doña Mercedes, por doña Isabel, doña Esperanza y doña Inés. En la penumbra de la habitación mira sus rostros. Hay en ellos una suave sonrisa que no es de tristeza sino de evocación.
Don Juan sonríe también y otra vez brinda, ahora por la vida, por sus vidas, por sus amores y por el amor.
Entra la noche al aposento. El anciano que bebe su copa, solitario, no teme a la oscuridad. Es su amiga. En ella puede ver lo que en la luz no ve.
Alza su copa y brinda para agradecerle al Misterio la paz que con la noche viene.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Vuelve a brotar la pandemia…».
Eso lo sé desde cuándo,
y lo he dicho muchas veces:
desde hace bastantes meses
cada día está rebrotando.