Pasta de Conchos es una mina de la cual se ha extraído mucha demagogia. En ese lugar del norte de Coahuila sucedió hace 14 años una tragedia en la que perdieron la vida 65 mineros del carbón. Desde entonces, el doloroso drama ha servido de escaparate lo mismo para lucimiento de políticos que para protagonismos episcopales. En reciente visita, el presidente López Obrador firmó una carta de intención en la que formalizó su compromiso de realizar trabajos tendientes a recuperar los restos de los mineros fallecidos. Quienes conocen el asunto saben que esos trabajos serán costosísimos (la erogación se ha estimado por lo menos en 75 millones de dólares), y que la tarea será sumamente difícil y peligrosa para los operarios que la lleven a cabo. Es comprensible el afán de las familias que anhelan con razón que sus deudos tengan una cristiana sepultura. Esa justa esperanza, sin embargo, no debe ser politizada por nadie, ni servir de base para hacer promesas demagógicas cuyo cumplimiento muchos consideran de imposible realización. Esperemos, por el respeto que se debe a los familiares de los mineros, que la promesa de hoy no vaya a ser el engaño de mañana… Don Chinguetas, marido tarambana, conoció en un bar a una atractiva dama cuyo oficio se conocía tan sólo al ver su traza, y que vestía elegantemente con ropa de marca y abrigo finísimo de piel. Con ella fue al Motel Kamawa, y en la habitación número 210 efectuó en su compañía acciones de erotismo que no es posible describir aquí, pues esta publicación llega a incontables hogares mexicanos. Terminado el ignívomo trance don Chinguetas le preguntó a la dama el monto de sus honorarios, tarifa o arancel. «Son 20 pesos» —dijo ella. «¿20 pesos? —se quedó estupefacto el calavera—. ¿Cobrando 20 pesos puedes mantener tu tren de vida?». «Bueno —respondió la mujer al tiempo que apagaba la cámara de video que había puesto a funcionar ocultamente—. También hago un poquito de chantaje»… Don Hamponio tenía ya tres años preso en el reclusorio Norponiente. Un día su esposa pidió hablar con el alcaide de la prisión. Le dijo: «Vengo a exigirle que le dé a mi marido un trabajo menos pesado». «¿Menos pesado? —repitió con acritud el funcionario—. Señora: su marido no hace absolutamente nada. Se ha negado a trabajar en la carpintería, en la cocina y en la lavandería. Está siempre dormido en su celda». «Sí —replicó la mujer—. Pero me dice que toda la noche se la pasa cavando un túnel»… Doña Pasita y don Rugardo fueron a la clínica de maternidad a conocer a su bisnieto recién nacido. El señor ya no veía bien por causa de su edad, de modo que le preguntó a su esposa: «El bebé ¿es niño o niña?». La ancianita le hizo a un lado el pañal al bebito, y después de observar detenidamente a la criatura respondió: «Es niño, si la memoria no me engaña»… Un individuo acudió al consultorio del doctor Ken Hosanna y le hizo un relato que asombró al facultativo. Le contó: «Hace una semana llegué a mi casa y hallé a mi esposa en brazos de un sujeto. Dijo el hombre: ‘Vamos a discutir esto como personas civilizadas’. Me hizo que fuéramos a tomar un café y ahí me juró que no volvería a tener trato con mi señora. Sin embargo, al día siguiente los encontré de nuevo en coición adulterina. Otra vez el tipo me convenció de ir a tomar un café, y de nuevo me hizo el juramento de no ver más a mi mujer. Pero al día siguiente sucedió lo mismo, e igual antier y ayer». «Perdone, señor —lo interrumpió el doctor Hosanna—. Usted no necesita un médico. Lo que necesita es un abogado». «No, doctor —replicó el otro—. Vengo a preguntarle si no me hará daño estar tomando tanto café»… FIN.
MIRADOR
— Que dice mi mamá que si le puedes mandar un ramito de tenmeaquí.
— Sí, Armandito. Déjame buscarlo. Mientras tanto ve a la pila a ver los pescados.
El niño de 5 años que era yo iba a mirar los peces en la pila del jardín. Uno era más grande que todos los demás. Lo llamábamos Papá Nano, porque así le decíamos al abuelo.
Pasaba un rato. El niño regresaba a la cocina y le preguntaba a la tía Crucita:
— ¿Ya tienes el ramito de tenmeaquí?
— No lo he hallado. Ven; voy a prestarte un libro con dibujos sobre la vida de Nuestro Señor.
El chiquillo repasaba las estampas del libro. Veía con gusto la que mostraba al Niño Jesús en el portal de Belén, con la Virgen María y San José, los reyes, los pastores y los ángeles. Se entristecía al ver la otra, la de Cristo crucificado. Y luego:
— ¿Ya encontraste el ramito de tenmeaquí?
— Todavía no. Espera otro ratito.
Alguien o algo, no sé quién o qué, me envió a pedirle a la vida un ramito de tenmeaquí. Ya lo está buscando.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Lo peor de la pandemia ya pasó, dice López-Gatell…».
Es el comentario enésimo
que nos ha hecho el doctor.
Es cierto: pasó lo peor.
Ahora sigue lo pésimo.