«¡Canalla! ¡Infame! ¡Vil! ¡Malnacido! ¡Desgraciado! ¡Ruin!». Todos esos adjetivos, y otros más sonoros aún que no puedo consignar aquí por respeto al público lector, le gritó la iracunda mujer al hombre. Y añadió hecha una furia: «¡Me voy a casa de mi madre!». «No te molestes -replicó el sujeto-. Yo me iré a la casa de mi esposa». El papá de Lirolito, muchacho fifí, reprendió a su hijo: «¿Cómo me pides que te compre un automóvil caro y de último modelo? Dices que lo quieres para igualarte con tus compañeros, pero fui al estacionamiento de tu escuela y no vi más que coches desvencijados, baratos y de modelos muy antiguos». Opuso el muchachillo: «Son los de los maestros». Habían pasado los mejores años del toro semental. Sin bríos ya, su desempeño con las vacas era nulo. A duras penas se les podía subir, y eso a costa de ímprobos esfuerzos, pero de ahí no pasaba. El granjero se decidió a cambiarlo por otro, y compró un toro joven, vigoroso y lleno de ímpetus vitales. Cuando el nuevo semental llegó al prado se aplicó al punto a cumplir su cometido, y fue dando buena cuenta de las vacas, una tras otra, en rápida sucesión. El toro viejo se puso entonces a bramar con fuerza, a resoplar y rascar la tierra con las pezuñas. «Ahórrate esas demostraciones -le aconsejó el granjero-. No podrás vencer en riña al nuevo semental». «No pretendo vencerlo -aclaró el viejo toro-. Lo único que quiero es que vea que yo no soy vaca». A humilde nadie me gana, pero cuando se trata de encomiar a Saltillo hago a un lado la humildad, porque en ese caso cualquier forma de modestia constituye un fraude a la verdad. Entre las muchas virtudes que mi ciudad posee está la de ser una plaza beisbolera. Ahí el futbol no ha florecido nunca. A un empresario se le ocurrió la idea de poner en Saltillo un equipo de segunda división, y en los juegos había más gente en la cancha que en las tribunas. Por lo que a mí se refiere, el último juego de soccer al que asistí (y creo que el único al que en mi vida he ido) fue un encuentro entre las selecciones de México y Rusia. Los ratoncitos verdes cayeron con la cara al sol, pero ganaron una victoria moral. Ese partido, si la memoria no me engaña, se celebró el 5 de febrero de 1964 en el estadio de CU. Algún consultor de hemerotecas o memorioso aficionado podrá confirmar el dato, o corregirlo. A fuer de saltillense yo soy aficionado al beisbol. Por eso vi los seis juegos de la Serie Mundial, y por eso me alegró mucho la victoria que los Dodgers obtuvieron, en buena parte por el brillante desempeño que en el partido final mostraron dos extraordinarios pitchers mexicanos, Urías y González, consumadores del triunfo de los angelinos. En medio de tantas calamidades públicas esa alegría privada vino a aliviar por unas horas mi conturbado espíritu. Volví a ser el niño de 5 años que se ponía feliz cuando ganaba el legendario equipo de su ciudad, los Pericos de Saltillo, y que se alegra ahora con las victorias de los Saraperos. Una señora le preguntó a otra: «¿Por qué le pusiste Scar a tu hija? En inglés esa palabra significa cicatriz». Explicó la otra: «Es lo que me quedó de una caída». El dependiente de la tienda de abarrotes era sobremanera tímido. Llegó un rudo sujeto y le pidió en tono áspero: «Dame una barra de pan, y además, si tienes huevos, una docena». Fue el asustado muchacho con el dueño de la tienda y le informó: «Aquel señor quiere 13 barras de pan». Don Martiriano le comentó a su esposa: «Al morir donaré mi cuerpo a la ciencia». Sugirió doña Jodoncia: «Dónale nada más el cerebro y la pija. Es lo que menos has usado». FIN.
MIRADOR
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que tuvo en los brazos a su primer nieto, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y comentó:
-Mucha polémica suscitaron las recientes palabras del Papa Francisco acerca de las uniones civiles entre personas homosexuales. No voy a añadir mi interpretación a las muchas que se dieron a esa declaración papal, pero pienso que en relación con ella se debe tomar en cuenta el espíritu con que se dijo, espíritu de comprensión, de amor.
Dio un nuevo sorbo a su martini y continuó:
– Yo pienso que los homosexuales deben tener los mismos derechos que los heterosexuales. Cualquier limitación que a eso se imponga será una forma irracional, injusta y anacrónica, de discriminación. Esto que digo lo aplico lo mismo al Estado que a la Iglesia. Si los homosexuales son hijos de Dios la Iglesia debe darles el mismo trato que da a todos los hijos de Dios. Cualquier limitación que a eso se imponga será una falta grave de caridad y un alejamiento del amor que Cristo predicó.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Prohíben celebraciones de Halloween…»
Cada día se pone peor
esta terrible epidemia.
En Halloween la pandemia
será el fantasma mayor.