Don Cucurulo, amigo del padre de Pepito, se las daba de poeta. En la playa improvisó un dístico guasón: «Metido en el mar Pepito / le llega el agua al culito». Al punto el chiquillo ripostó con otro: «En el mar don Cucurulo / le llega el agua al tobillo». Objetó el versificador: «No rima». Contestó Pepito: «Espere a que suba la marea»… Saltillo, mi ciudad, es tierra de poetas. Manuel Acuña, claro, y no paren ustedes de contar sino hasta llegar al ignorado vate autor de una oda a Francisco Sarabia, el aviador que murió al caer su avión en el Río Potomac. Los amigos del bardo, con la perversidad propia de los amigos, le dijeron después de leer su oda: «Está bien que hagas versos, cabrón, pero no odas». He aquí el principio de ese poema, principio semejante por su sonoridad al de La Ilíada: «Iba Francisco Sarabia / volando sobre el Potomác / cuando de pronto: ¡Pac!». Un dicho de otros tiempos hacía honor a la tradición poética de mi solar nativo: «En Saltillo el que no es poeta hace cajeta». La cajeta es entre nosotros lo que en otras partes es el ate. En todas las casas se elaboraba ese dulce sabrosísimo hecho con pulpa de membrillo o de perón, emblemáticos frutos que nos legaron nuestros antepasados tlaxcaltecas. Sólo en unos labios de mujer puede encontrarse dulcedumbre igual a la de esa gala de la cocina saltillera. Digo todo eso porque ayer rompí mi encierro conventual e hice a un lado mi instinto de conservación para asistir a una bella ceremonia. El ingeniero José Maria Fraustro Siller, quien fue excelente rector de la Universidad Autónoma de Coahuila —uno de los mejores que mi casa de estudios ha tenido— y es ahora secretario general de Gobierno, entregó a nombre del gobernador Miguel Riquelme el Premio Internacional «Manuel Acuña» de Poesía en Lengua Española, auspiciado por la Secretaría de Cultura del Estado, a cargo de una talentosa dama, Ana Sofía García Camil. Este año recibió ese premio el poeta chileno, residente en Bolivia, Juan Malibrán, y en la categoría de trayectoria lo obtuvo la canadiense Anne Carson, una de las más altas voces poéticas de nuestro tiempo. En mi opinión los poetas están tocados. Tocados por la mano de Dios, que los hace ver ahí donde todos los demás estamos ciegos. Celebro que mi ciudad rinda homenaje a los poetas y a la poesía. En un país donde en la hora actual la cultura debe luchar todos los días con la estolidez oficial y la falta de lecturas de quienes han publicado más libros que los que han leído, librar el buen combate por las cosas del espíritu es empeño heroico que merece reconocimiento… Don Añilio, señor de muchos calendarios, cortejaba discretamente a la señorita Himenia Camafría, célibe también muy otoñal. Al dirigirse a ella el maduro galán usaba verba lírica. Un día le dijo: «Querida amiga mía: mucho me agradaría sostener con usted una relación epistolar». Pidió la señorita Himenia: «Enséñeme la pistola»… En un pequeño pueblo el alcalde iba a coronar a Lorencita Primera, reina de la Feria del Camote. Ese tubérculo
(Ipomaea batatas)
era el producto principal de la región. Se cultivaba en sus dos variedades: morado y amarillo. Para hacer la laudanza —así se dice— de la soberana fue invitado un poeta de la localidad que había triunfado en la capital del Estado, pues logró ver publicados sus poemas en el semanario «El Clarín», periódico jocoserio y de combate, con registro en la Constitución. En tono altílocuo empezó su discurso el liróforo. Dijo dirigiéndose a la reina: «¡Señora!». De la galería llegó un grito pelado: «¡Señorita, pendejo!». Otra voz sonó en defensa del poeta: «¡Déjalo! ¡Él sabrá!»… FIN.
MIRADOR
Llegó el número uno y se presentó a sí mismo:
— Soy el número uno.
Le dije:
— Me da gusto conocerlo, pero debo hacer de su conocimiento que es usted el número 2,845 que viene aquí a decir que es el número uno.
Se amoscó al oír eso. Manifestó en tono desabrido:
— Han de ser usurpadores. No hay otro número uno más que yo.
Respondí:
— Y ¿qué me dice del número 11? Son dos números uno. ¿Y del 111? Son tres. Y en el 1111 hay cuatro, y cinco en el 11111. Como ve usted, hay muchos números uno.
Ya no dijo nada. Se alejó mascullando no sé qué cosas.
La verdad es que nadie es el número uno.
La verdad es que todos somos el número uno.
Tú eres el número uno.
Yo soy el número uno.
Y también el número uno es el número uno.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… Bartlett tiene 23 casas…».
Exclamó un señor: «¡Jesús!
¡Vaya un casateniente!
Y Bartlett, seguramente,
nunca ha pagado la luz».