Adolfina era romántica. Suspiraba cada media hora y se bebía el jugo de diez limones diarios para que sus manos cobraran palidez de cirio, languidez de lirio y palpitar de ave. Muy distinto era el galán que le hacía la corte, un sujeto de nombre Pitorraudo. Una tarde, en el jardín de la casa de Adolfina -ella decía «el pensil»-, la suspirona joven tomó una margarita y en presencia de Pito -así le decía ella- empezó a deshojarla al tiempo que decía: «Me quiere. No me quiere. Me quiere. No me quiere». Al cortar el último pétalo exclamó llena de emoción: «¡Me quiere! ¡Eso dice la margarita!». Le sugirió el tal Pitorraudo: «Ahora pregúntale me quiere qué». El señor daba a su hijo lecciones de civismo. Le indicó: «En los términos de la Constitución todos los hombres nacen libres. Claro, después algunos nos casamos y…». El marqués Otte invitó a la cacería de la zorra a su viejo amigo Highrump, antiguo compañero suyo en Eton. El invitado jamás había participado en una cacería, y sin embargo regresó a la finca de su anfitrión luciendo una gran sonrisa de ufanía. Le preguntó James, el mayordomo: «¿Cazó el señor la zorra?». «No -respondió Highrump-, pero cacé un extraño animal de piel escamosa, dientes como colmillos de jabalí, pelos erizados de color amarillo, ojos colorados y enormes patas chuecas». «Bloody be! -exclamó James, consternado-. ¡Me temo que hemos perdido a la señora marquesa!». Una buena parte de la popularidad de López Obrador se hundió en las aguas de Tabasco. Los miles de tabasqueños que sufren los efectos de las inundaciones atribuidas a la Comisión -a la omisión- de Bartlett se quejan de la desatención de que han sido objeto por parte de la 4T, pues su caudillo tiene otras cosas que hacer. Esa baja de popularidad se ha generalizado en todo el país por causa del pésimo manejo de la pandemia y de la rampante crisis económica, cuyas consecuencias afectan ya a todos los mexicanos. En el curso de la Segunda Guerra, cuando las circunstancias empezaron a favorecer a los aliados en su lucha contra el nazismo hitleriano, dijo Churchill: «Esto no es el principio del fin, pero sí es el fin del principio». Quizás en las presentes circunstancias pueda decirse lo mismo del régimen actual, cuyos desaciertos son cada día más frecuentes y más visibles aun para aquéllos que no los quieren ver. «Juventud, divino tesoro, te vas para no volver. Cuando quiero mear no puedo, y a veces me meo sin querer». Esa dolorida dolora recitó con acento de elegía don Geroncio, señor de edad madura, en el momento de estar goteando, que no miccionando. Añadió luego en tono de reproche dirigiéndose a su parte de varón: «¡Canalla! Me echaste a perder muchas noches, ¿y ahora me echas a perder también los zapatos?». El amigo de Babalucas le contó: «Hubo una pelea en la cantina, y me dieron una patada en la trifulca». «Qué barbaridad -se condolió el tonto roque-. Ahí debe doler mucho». Dulcibella dio a luz un lindo niño. El médico que la atendió le obsequió un libro: «Mil nombres para su bebé». Le dijo Dulcibella: «Nombre ya tengo, doctor. Lo que le estoy buscando es apellido». Los recién casados regresaron de la luna de miel y ocuparon su nidito de amor, o sea el departamento en que iban a vivir. Ella tomó de la mano a su flamante marido y lo llevó primero a la sala, después a la cocina y por último a la recámara. Le dijo luego a su intrigado esposo: «Escoge cualquiera de las tres habitaciones. Sólo en una puedo ser buena». (Nota. Cualquier varón con el alma en su almario escogería sin dudar la tercera habitación. Un antiguo dicho mexicano recomienda al hombre en trance de escoger esposa: «Que sea buena pa’l petate, aunque sea mala pa’l metate»). FIN.
MIRADOR
Muchas cosas he perdido en el camino de la vida.
Camino dificultoso es ése, lleno de pedrejones en los que el caminante puede tropezar y de pozos en los que puede caer.
En esa larga vía los espinos me han punzado y los cardos me han herido. A veces vuelvo la mirada atrás y veo huellas de sangre en el sendero.
A nadie le reclamo. Desde que mi madre me enseñó a rezar la Salve supe que iba a vivir en un valle de lágrimas.
Lo que perdí no lo tenía antes, de modo que en verdad no perdí nada.
Tres cosas he logrado conservar.
La fe.
La esperanza.
Y el amor.
Esos bienes no los he perdido.
Por eso no me he perdido yo.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Los Cardenales de Estados Unidos felicitaron a Biden…»
En los humos del alcohol
dijo Trump en frase corta:
«¿Cardenales? ¡Qué me importa
un equipo de beisbol!».