El Kama Sutra quedó en mero manual para aprendices comparado con todo lo que hicieron don Chinguetas y aquella estupenda morenaza en la habitación número 210 del popular Motel Kamawa. Pusieron en práctica todas las posturas conocidas, más otras inéditas de su propia invención. El erótico encuentro duró de las 10 de la noche a las 2 de la mañana, tiempo en el cual se llevó a cabo el moroso foreplay y luego los varios performances. A las 3 de la madrugada llegó don Chinguetas a su domicilio. Su esposa lo esperaba hecha un obelisco. (Nota de la redacción: seguramente nuestro amable colaborador quiso decir «basilisco»). «¿Por qué vienes a estas horas?» -le preguntó furiosa. Don Chinguetas acostumbraba a mentire come una gazzetta, según dicen los italianos, pero en esa ocasión dijo la verdad: «Estuve con una estupenda morenaza en la habitación número 210 del popular Motel Kamawa. Ahí hicimos el amor de las 10 de la noche a las 3 de la mañana, tiempo en el cual dejamos al Kama Sutra en calidad de mero manual para aprendices». Rebufó doña Macalota: «¡Mientes como un bellaco, desgraciado! ¡Has de haber estado jugando póquer con tus amigotes!». (Mentir con la verdad es todo un arte, decía don Jacinto Benavente). Allá en aquellos años la marihuana tenía mala fama. Los periódicos la llamaban siempre «la maligna yerba». Solamente los soldados la fumaban. Temor grande en la gente era toparse con un soldado marihuano. Uno se metió al domicilio de mi abuelo en busca de la criadita de la casa. Mi tío Jorge, hombre de condición atlética, lo noqueó con un puñetazo a la mandíbula. Hubo necesidad de llamar al doctor Amarillas, que vivía en la esquina, pues todos pensaban que el uniformado estaba muerto. El facultativo lo volvió a la vida con un remedio expeditivo: pidió un balde de agua fría y se lo echó en cara. Salió a paso veloz el zopilote mojado, dejando ahí el quepí como recuerdo de la memorable ocasión. Desde entonces le tomé prevención a la maligna yerba, y nunca la probé, pese a que muchos de mis amigos la fumaban en los años sesentas para estar in, razón por la cual también leían a Susan Sontag y oían las canciones de los Beatles, Bob Dylan y Joan Baez. Yo estaba out, como tantas veces lo estuve cuando jugué beisbol. Jamás supe de los paraísos artificiales. Los míos han sido siempre naturalitos, y vaya que los he gozado con los cinco sentidos tradicionales y con algunos más. No obstante a eso aplaudo -con las dos manos, para mayor efecto- la decisión del Senado de avalar el consumo lúdico, o sea para fines de recreación, de la marihuana. En casos como éste las prohibiciones nunca han funcionado. Allá cada uno con sus paraísos, digo yo, a condición de que quien los disfruta no haga daño a los demás. Un reconocimiento al régimen. Por fin se vio en la 4T un rasgo que puede considerarse de izquierda. En el rodeo don Poseidón decidió montarle al toro Five, conocido con ese infame nombre porque ningún jinete le duraba más de cinco segundos en el lomo. El desgraciado animal lo derribó en tres segundos flat y luego la emprendió contra él a topetazos. Le gritó don Poseidón al payaso del rodeo: «¡Quítamelo, pendejo!». Ni siquiera se movió el sujeto. Pasado el angustioso trance don Poseidón le reclamó: «¿Por qué no me auxiliaste? Te grité: ‘¡Quítamelo, pendejo!'». «Perdóneme señor -se disculpó el payaso-. Yo pensé que le decía usted al toro: ‘¡Quítame lo pendejo!'». La linda y romántica muchacha le dijo a Babalucas: «Te espero hoy en la noche en mi departamento. Iremos juntos a la región etérea del amor, al horizonte azul de la felicidad». Preguntó el badulaque: «¿Hay que llevar lonche?». FIN.
MIRADOR
Las mujeres del rancho la llaman simplemente «enredadera». Otras le dicen «hiedra». Y una señora que vino de visita nos dijo que su nombre verdadero es «campánula».
A la enredadera-hiedra-campánula no le importan las denominaciones, y cada año nos regala sus flores azules y blancas.
Se acerca ya el invierno. Tampoco eso le importa. Alegra el tapial gris con los colores del manto de la Virgen. La miro desde la ventana y me parece ver a una muchacha que me sonríe. No hay luz en la mañana neblinosa, pero ella da su luz. El Sol saldrá para mirarla como la miro yo.
Humilde es esta planta que crece en el corral, no en el jardín como las dalias o los alhelíes. Sus pequeñas flores no tienen la pompa de la rosa, el aroma de la madreselva o la leyenda del clavel. Se diría que quieren pasar inadvertidas. Ni siquiera tienen la timidez de las violetas. La timideces son cosa de ciudad, y ella son rancheritas. Tienen pena.
Otra pena sentiré yo cuando se vayan.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…No da su brazo a torcer Trump…»
Terco y tozudo en exceso
se aferra a su parecer.
Lo que ha de dar a torcer
es en verdad el pescuezo.