Un tipo le reclamó a otro: «Compadre: me dicen que está usted durmiendo con mi esposa». «Compadrito —protestó el otro, solemne—, le juro que ni siquiera parpadeamos»… Los revolucionarios miraban desde lo alto del cerro lo que los federales hacían con su jefe, al que habían tomado prisionero. Uno de ellos, el que veía con el catalejo, les dijo a los demás: «Lo sacaron al patio y le están vendando los ojos». Preguntó otro, inquieto: «¿Lo irán a fusilar?». «Yo creo que sí —consideró el primero—, porque piñata no veo»… Ya conocemos a Pimp y Nela. Él es gigoló y ella sexoservidora. Cierto día se percataron de la desarreglada vida que llevaban y decidieron buscar una iglesia que los acogiera. Buscando, buscando, fueron a dar con el buen padre Arsilio, y después de contarle sus antecedentes le pidieron que los bautizara. «Derrame en nuestras cabezas —le suplicó Pimp— las aguas lustrales de la fe». Respondió el padre Arsilio: «Con ustedes esas aguas no van a bastar, hijos. Tendré que ponerlos en remojo algunos días»… Afrodisio Pitongo es un hombre proclive a la concupiscencia de la carne. En una fiesta conoció a una linda chica, y sin más le pidió la dación de sus encantos. «Se equivoca usted —replicó ella, ofendida—. Soy una dama». «Precisamente —contestó Pitongo—. No le voy a pedir eso a un caballero»… Don Francisco J. Santamaría, ilustre lexicógrafo tabasqueño, recogió una expresión popular que se usaba en el Tabasco de su tiempo. La tal expresión era «estar a la altura del betún». Aludía a lo que estaba muy abajo, pues el betún que se citaba en la frase era el que servía para lustrar el calzado. A ese propósito la postulación de alguien como Félix Salgado Macedonio, precandidato de Morena a gobernador de Guerrero, y el escándalo suscitado en torno a su persona, hacen pensar que en nuestro país la política ha llegado a la altura del betún. Para colmo, el presidente López Obrador pareció sancionar la precandidatura de Salgado cuando dijo que su participación en la contienda fue resultado de una encuesta hecha entre el pueblo, y que esa decisión debe respetarse. Tan mal andan las cosas que es de temerse que el dicho señor no sólo vaya a resultar al fin candidato a la gubernatura —se ve que AMLO lo apoya—, sino que sea electo gobernador por el pueblo bueno y sabio. En nuestro tiempo la democracia suele rendir pésimos frutos por vía democrática. Salgado Macedonio podría ser uno de ellos, aunque se halle a la altura del betún… Aquel señor nunca faltaba al estadio de futbol. Su esposa lo acompañaba siempre, y mientras él seguía con atención reconcentrada las incidencias del partido, ella se dedicaba a coquetear con los espectadores vecinos. No sólo eso: además les permitía toda suerte de libertades. Un día un sorprendido aficionado le dijo al hombre: «¿Ya vio usted cómo están abrazando y besando a su señora?». «Sí —respondió el tipo—. Lo mismo sucede cada vez que la traigo». Preguntó el otro, asombrado: «¿Y por qué no la deja en la casa?». «Oh, no —se alarmó el sujeto—. Allá sí le harían la faena completa»… Empédocles Etílez, ebrio consuetudinario, llegó a su domicilio en horas de la madrugada y en perfecto estado incróspido, según se decía antes de los azumbrados. Su mujer le dijo hecha una furia: «Son las 5 de la mañana». Sin turbarse inquirió Empédocles: «¿Y la temperatura?»… Naufragó el barco, y un pasajero y una pasajera fueron a dar a una isla desierta. Llevaban ahí dos años cuando vieron que un navío se acercaba a rescatarlos. Él le dijo a ella: «Tardarán por lo menos media hora en llegar. ¿Te parece si nos echamos el del estribo?»… FIN.
MIRADOR
San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir el pan para sus pobres. La mañana era de las más frías del invierno. Soplaba el cierzo y caía la cellisca. La niebla lo ocultaba todo como en un manto gris.
Por el camino San Virila halló a un anciano que apenas podía mantenerse en pie. Fue en su ayuda, y juntos llegaron a la aldea. El frailecito lo llevó a la taberna y ahí hizo que le dieran vino y pan. El anciano le preguntó:
— ¿Quién eres?
— Un hombre como tú —respondió el santo—. Un pobre como tú.
Lo invitó a ir con él a su convento. Ahí podría esperar la llegada de la primavera. Cuando salieron al camino el frío había arreciado. San Virila movió su mano y un rayo de sol cayó sobre el anciano y le dio su calor.
El rey, que iba pasando con sus guardias, vio el milagro que había hecho San Virila y le preguntó:
— ¿Quién eres?
Contestó el frailecito:
— Un hombre como tú. Un pobre como tú.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«… López-Gatell viajó a Argentina…».
Acá en México no cede
la antipatía contra él.
Piden que López-Gatell
por favor allá se quede.