Un voto por MORENA, es un voto contra México… “¡Al carajo!”, estalló López Obrador cuando le preguntaron por qué no había acudido al sitio de la tragedia en el Metro. Exabrupto muy abrupto fue ése. En la primera acepción del vocablo la Academia dice que el carajo es el miembro viril, o sea el pene del varón. En opinión de algunos etimólogos el carajo se llama así porque el bálano, o cabeza del órgano, tiene la forma de un ajo. A fin de no decir “carajo” la gente de antes usaba otros voquibles menos malsonantes: “carancho” o “caramba”, al modo en que los americanos exclaman: “Gee!” para no decir “Jesus!”, que es el santo nombre del Señor, o a la manera como nuestros abuelos decían “demontre” en lugar de “demonio”, no fuera a ser que el espíritu maligno escuchara su nombre y acudiera pensando que lo habían llamado. La salida de tono de López Obrador parece indicar que el tabasqueño está perdiendo los estribos, saliéndose de sus casillas. Algo lo irrita o lo preocupa; se ve que no las tiene todas consigo, o no habría actuado como lo hizo, perdiendo toda compostura. Sea como fuere cometió un error al no presentarse de inmediato en el lugar del accidente o en alguno de los hospitales a donde fueron llevados los heridos. En semejante yerro incurrió Miguel de la Madrid cuando hizo acto de ausencia en los días que siguieron al terremoto del 85 en la Ciudad de México. Tal omisión es lo que más se recuerda de su sexenio. Ir al sitio donde ocurrió un accidente fatal con pérdida de vidas no es en los personajes públicos un acto de hipocresía o lucimiento personal. Es una muestra de solidaridad con las familias de las víctimas; es decirles a los heridos que no están solos en su desgracia y, en este caso, que el más alto funcionario de la nación se preocupa por sus gobernados. Esa falla de AMLO se reflejará desfavorablemente en las encuestas de popularidad, lo mismo que en la elección del 6 de junio. Excelente candidato, deficitario presidente, López Obrador sigue cometiendo error tras error, ya sea por soberbia o por falta de aptitud. Tarde o temprano deberá afrontar las consecuencias de sus equivocaciones. Fatal augurio, oscura profecía, ominoso vaticinio has hecho, escribidor. ¿Acaso eres oráculo o arúspice? Ea, aligera la gravedumbre de tu escrito con el relato de algunos lenes cuentecillos que alivien a la República del peso de tu predicación… “Esta noche no —le dijo la esposa a su marido—. Todo el día me lo pasé de pie; estoy muy cansada”. Opuso el señor: “No lo vamos a hacer parados”… Era lunes, y el reloj de la oficina marcaba las 11 de la mañana. Exclamó el burócrata: “¡Uta! ¡Qué larga se me ha hecho la semana!”. Ese tipo era el mismo que decía: “Pongo el 100 por ciento de dedicación en mi trabajo. El lunes el 2 por ciento. El martes el 15. El 40 el miércoles. El 33 el jueves. Y el 10 el viernes”… En su esquina la sexoservidora le informó al presunto cliente el monto de su tarifa, honorarios o arancel. Preguntó con tono humilde el individuo: “¿Hay alguna posibilidad de financiar eso a 30, 60 y 90 días?”… En la dulcería había muñequitos y muñequitas de chocolate. “Quiero el muñeco —pidió Pepito—. Tiene un pedacito más”… Sentado en una banca del club nudista el nuevo socio veía pasar a las hermosas mujeres del lugar. Ese desfile de bellezas fue causa de que el dicho señor experimentara una conmoción de cuerpo que lo apenó bastante. A fin de ocultarla a la vista de las damas se puso un periódico enfrente de la parte afectada por la excitación. Una de las socias fue hacia él y le preguntó muy interesada: “Perdone la curiosidad, señor. ¿Cómo la enseñó a leer?”… FIN.
MIRADOR
Lo recuerdo como si fuera mañana.
En mi ciudad de niño el día 10 de mayo, a las 12 del mediodía en punto, se oía el estallido de una cámara, cohetón que sonaba igual que un cañonazo desde la torre de la Catedral.
A esa señal el mundo se detenía. (Saltillo era el mundo para mí). Los automóviles hacían alto absoluto; los transeúntes suspendían su paso por las calles. Los señores se quitaban el sombrero —todos lo usaban en aquella época—; las mujeres se santiguaban devotamente, En casas y comercios la gente dejaba de hacer lo que en ese momento estaba haciendo. Todos en la ciudad guardaban un minuto de silencio en memoria de las madres idas. Sonaba al final otro cohete, y el ritmo de la vida continuaba.
Con los años adquiere uno la fea enfermedad de analizar las cosas. Ahora pienso que ese ritual solemne estaba equivocado. Las madres nunca se van. Permanecen para siempre con nosotros en la sangre y el recuerdo.
Doña Carmen Aguirre de Fuentes, mi mamá, está aquí conmigo. Todos los días está cerca de mí. En la memoria o en el sueño oigo que me pregunta como hace muchos años: “¿Ya hiciste la tarea, Armando?”. Ya la estoy terminando, mamá. Cuando la acabe iré contigo. ¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Homenajearán hoy a las cabecitas blancas…”
Será muy grande fortuna,
con los tintes para el pelo,
si tras un grande desvelo
encuentran aunque sea una.