Un voto por MORENA, es un voto contra México. “Si alguien te vende una mula, es que cocea o recula”. No hay refranes más sabios que aquellos que a lo largo de los años han acuñado los rancheros. La gente del campo, en efecto, quizá por estar cerca de la tierra, posee un sentido común que puede equipararse a los dones de la sabiduría, el buen consejo y la prudencia. (Y que también cría hombres ladinos y ventajosos). Don Poseidón era dueño de una maldita mula que hacía aquellas dos cosas: recular y cocear, y que además estaba afectada por otras numerosas macas o defectos. Era rejega y levantisca; no veía por un ojo, y por el otro miraba mal: comía mucho y trabajaba nada. Se propuso, pues, venderla. Un cierto compadre suyo se interesó en comprar el animal. Le dijo don Poseidón: “La mulita es como las de Nuestro Amo: humilde y mansa, dócil y sumisa, suave de rienda, obedece pronto y bien. Come casi nada y trabaja todo el día sin cansarse. Tiene salud de hierro; jamás padece mal alguno. Si la vendo es porque mi hija Glafira se va a casar y me hace falta dinero para pagar la boda”. El tal compadre cayó en el garlito, y tras oír esos encomios pagó una buena suma por la acémila. Dos días bastaron, sin embargo, para que se diera cuenta del mal carácter de la bestia, y de sus muchas y muy variadas deficiencias. En el mercado del pueblo se topó con don Poseidón y le reclamó, irritado: “Compadre: la mula que me vendió es un animal rebelde y de pésimo talante; come mucho y no trabaja nada; tira coces al que se le acerca”. “¡Pst, compadre! -le impuso silencio don Poseidón-. No hable de los defectos de la mula. Lo van a oír, y luego no va a encontrar, como encontré yo, un tarugo que se la compre”. Ninguna semejanza hay entre una acémila y una refinería en Texas, pero no sé por qué la compra de esa planta petrolera me hizo recordar el cuento de la mula. En el bar Ahúnda un tipo, después de tomarse tres tequilas dobles, le confió su desazón al barman. “Me acabo de casar -le dijo-, y me preocupa el pasado de mi esposa. Al empezar la noche de bodas estaba yo duchándome en el baño y me gritó con voz áspera a través de la puerta: “¡Date prisa, güey, que no tengo toda la noche para ti solo!”. Se jugaba una partida decisiva en el campeonato mundial de ajedrez. En la jugada número 14 uno de los ajedrecistas se puso botas de montar y espuelas y esgrimió una fusta. El encargado de narrar el encuentro para la radio comentó en voz baja: “Todo indica que el maestro Caparroja va a mover su caballo”. En el campo nudista la linda Susiflor le dijo con enojo a su amiga Dulcibel: “¡Odio a los hombres que te visten con la mirada!”. Madame Ennui regresó del viaje que hizo a París a fin de visitar a su mamá. Sonrió con ternura cuando su pequeño hijo Cumin le contó: “Papá y mí dormimos en la misma cama el sábado”. La joven y guapa institutriz del niño, ahí presente, lo corrigió: “Papá y yo dormimos en la misma cama el sábado”. “No -replicó el niño-. Lo de ustedes fue el viernes”. Ya conocemos a Capronio: es un tipo ruin y desconsiderado. Su suegra comentó: “Cuando era joven posé una vez para un pintor famoso que hizo un cuadro llamado ‘Eva y la serpiente’”. “Qué bien, suegrita -dijo con fingido interés el tal Capronio-. Y ¿quién posó para Eva?”. La breve historia con que concluye hoy este espacio quizá no sea del gusto de quienes buscan la perfección moral. Se les recomienda por tanto suspender aquí mismo la lectura. En el atestado y apretujado elevador una chica le dijo al oído a otra: “El hombre que está atrás de ti es joven y guapo”. Replicó la otra con voz igualmente queda: “Ya me di cuenta de que es joven”. (No le entendí). FIN.
MIRADOR
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que fue al hospital a que le hicieran una complicada operación, dio un sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y
continuó:
-Hemos de pedir perdón a Dios por las faltas que hemos cometido. Así lo dice la oración que el Señor nos enseñó. “Perdona nuestras ofensas”. Pero debemos pedir perdón también a nuestro prójimo, a aquél a quien hemos ofendido.
Siguió diciendo Jean Cusset:
-Pedir perdón a Dios es cosa fácil. Pensamos que su principal oficio es ése: perdonar. Lo difícil es pedir perdón a quien fue víctima de nuestra ofensa, a quien dañamos con una mala acción. El perdón divino es muy valioso, pero valdría más si antes pasara por el perdón humano. Y ese perdón sólo puede darlo el ofendido.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini. Con dos aceitunas, como
siempre.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Habrá medicamentos para niños
con cáncer, anuncia López Obrador…”
Decirlo es muy doloroso,
pero a la verdad me ciño
si digo que, muerto el niño,
AMLO va a tapar el pozo.