Un voto por Morena, es un voto contra México… La víspera del día de la elección presidencial de 2006 sonó el teléfono en mi casa. Eran las 11 de la noche del sábado, y por eso la llamada me sobresaltó. Pensé que alguno de mis hijos estaría en problemas, aunque jamás ninguno de ellos me había dado problema alguno, ni me lo ha dado hasta la fecha gracias al ejemplo y valores que de su madre recibieron. Pensé en algún accidente o súbita enfermedad en la familia. No había nada de eso. Quien llamaba a tan intempestiva hora, y en la víspera misma de aquel día definitorio, era Felipe Calderón Hinojosa, el candidato de Acción Nacional a la Presidencia de la República. Me lo puso en el teléfono Josefina Vázquez Mota, con quien había hecho yo amistad en el curso de nuestros periplos de conferencistas. Desde entonces la admiraba, y sigo sintiendo por ella afecto y amistad más allá de todos los asegunes. Las lealtades que surgen de la buena amistad no saben de asegunes. Yo había compartido con Josefina mi temor -terror, más bien- de que López Obrador ganara la elección presidencial. En esa llamada Calderón me dijo: “No se preocupe, Armando. Vamos a ganar”. En efecto, triunfó el michoacano; limpiamente, aunque por margen estrechísimo. Desde luego AMLO impugnó el resultado. Siempre ha sido mal perdedor, y peor ganador: cuando pierde se hace víctima; cuando gana se vuelve victimario. El recuento de la votación le dio al candidato panista un margen de victoria mayor aún del que en el primer conteo había obtenido. Ahora diré una cosa que quizá no venga al caso, pero que a Calderón le vendrá el saco. La tal llamada fue el último contacto que tuve con él. Jamás en el curso de su sexenio volví a tratarlo. Por varios conductos quise invitarlo a visitar mi estación de radio en Saltillo -otros presidentes habían hecho esa visita-, pero ya nunca pude hablar con él. No le iba a pedir dinero: nunca he recibido un solo centavo de Presidente alguno, ni de ninguna dependencia del Gobierno Federal, ni por dádiva ni por contrato o acuerdo comercial. Sólo quería que Calderón conociera la única estación de radio cultural en México creada y sostenida por un ciudadano particular, modelo que el Gobierno Federal podía apoyar en otras partes a fin de estimular la difusión de la buena música. Nunca más volví a hablar con el Presidente de mi país. Eso sí: su señora esposa, doña Margarita Zavala, me visitó en Radio Concierto, pero fue para reclamarme el hecho de haberla llamada “candidata del despecho” cuando dañó con su candidatura la de Ricardo Anaya. Le dije entonces que decenas de veces había elogiado su excelente desempeño como Primera Dama del país, sin haber recibido nunca de su parte un solo “Gracias”. En cambio había bastado un señalamiento adverso para que se tomara la molestia de ir hasta Saltillo a reclamármelo con irritación y enojo. En fin, como dijo el Tenorio: “¡Eh! Ya salimos del paso, / y no hay que extrañar la homilia: / son pláticas de familia / de las que nunca hice caso”. A lo que voy es a decir que le deseo a Felipe Calderón un pronto restablecimiento ahora que está pasando por las penalidades y temores que trae consigo el virus del Covid. Este buen deseo no nace de un espíritu franciscano -lejos de mí las incomodidades que derivan de tener corazón de lis, alma de querube y lengua celestial-, sino por que aunque Calderón ya no volvió a hablarme nunca por teléfono siguió siendo un ser humano, y merece ciertas consideraciones. Por tanto pido para él todo género de venturas, si bien -hago la pertinente aclaración- no en el ámbito de lo político. FIN.
MIRADOR
Este amigo mío le tiene miedo al mar.
Cuando se ve ante él siente el impulso de escapar, y si en la noche escucha el flujo y reflujo de las olas le parece que un enemigo está llamando a la puerta de su habitación de hotel.
A mí me extraña ese temor de mi amigo. Recuerdo que en su habitación de joven tenía la estampa de un barco que navegaba a toda vela, y no olvido que en su biblioteca estaban “Moby Dick”, de Melville, y “Dos años al pie del mástil”, de Dana.
Una tarde, con tres o cuatro copas entre pecho y espalda él, y cinco o seis yo, le pregunté la causa de aquel raro temor. Me lo dijo en voz baja:
-Cuando estoy frente al mar me parece estar ante una mujer, y cuando estoy ante una mujer me parece estar frente al mar.
Sigo sin entender el miedo de mi amigo.
Quizá lo entenderé cuando lleve entre pecho y espalda nueve copas, o diez. Porque, ahora que lo pienso, yo también le tengo miedo al mar.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Nadie quiere el avión presidencial…”
La administración desbarra
hablando del tal avión.
Yo tengo la solución:
véndanlo como chatarra.