No vayas a Saltillo. Si vas, corres el riesgo de no querer ya regresar a tu ciudad. Hermosa población es, en efecto, mi solar nativo. Ha armonizado sabiamente su antañona belleza de ciudad colonial con sus impulsos de moderna urbe automotriz y capital industrial de primer orden. Su cielo es claro y limpio; transparente su aire. Vivimos sin el temor y sobresaltos que en otros lugares hacen que la vida cotidiana sea aventura peligrosa. Su tradición cultural es conocida en todo México. Sus instituciones educativas —el glorioso Ateneo Fuente; la benemérita Escuela Normal; la insigne Universidad Agraria “Antonio Narro”; el prestigioso Tecnológico de Saltillo— gozan de fama nacional. En cada varón saltillense hallarás un poeta, y en cada mujer una musa. Nuestra Catedral convoca al amor divino, y nuestra Alameda incita al amor humano. (Este amigo mío dice que le queda más cerca la Alameda). Si compras un sarape de Saltillo te harás dueño de todos los colores del mundo y de otros que no son de este mundo. Y mi ciudad posee los saberes de alma que se necesitan para hacer justicia a esa obra de Dios llamada cuerpo. Los vinos que da nuestra tierra son desafío a los mejores del país, y sus frutos tradicionales —el perón y el membrillo— están como para perder por ellos el otro paraíso. En el pan de pulque de Saltillo se funden las dos nobles estirpes que están en la raíz de nuestro ser: la española y la tlaxcalteca. ¿Lugares para bien yantar? Ve al Café Viena, donde se preserva con amoroso celo la tradición fundada por don René Molina, o deléitate en “Los pioneros” con las sabrosísimas viandas que ofrecen don Abel Silos y su laboriosa familia. Y otra ventura ha favorecido a mi ciudad últimamente: un muy buen Gobierno municipal a cargo de un joven alcalde, Manolo Jiménez Salinas, quien ha contado con el apoyo de uno de los mejores gobernantes que Coahuila ha tenido: Miguel Ángel Riquelme Solís. Las excelentes administraciones de ambos fueron factor decisivo para que en Saltillo ganara sin problemas la elección de alcalde un saltillense de gran calidad, el ingeniero José María Fraustro Siller, que de seguro aplicará su vasta experiencia en el servicio público, su talento organizativo y su gran calidad humana a la tarea de mantener y aumentar los logros que han hecho de Saltillo una ciudad ejemplar, habitada por gente que en el trabajo y en los valores del hogar y la familia encuentra los fundamentos de su bienestar. Por eso te lo digo una vez más. No vayas a Saltillo. Si vas, corres el riesgo de no querer ya regresar a tu ciudad… Doña Chalina asombró a sus compañeras de la merienda de los jueves cuando manifestó de pronto: “De lunes a domingo mi marido se echa dos diarios”. Todas las concurrentes la miraron; unas con ojos de incredulidad, otras de admiración, las más de envidia. “Sí —confirmó doña Chalina—. El Clarín y La Gaceta”. Afrodisio Pitongo le pidió a Dulciflor la entrega de su doncellez y su virtud. Respondió ella: “Te las daré —la virtud y doncellez— dentro del matrimonio”. “Está bien —se resignó el salaz verraco—. Entonces esperaré a que te cases”… Don Flacidio regresó a su casa pesaroso y cariacontecido. Le dijo a su esposa que el médico le había ordenado renunciar a la mitad de su vida sexual. “¿Y a cuál mitad renunciarás? —preguntó en tono acre la señora—. ¿A la mitad en que piensas o a la mitad de que hablas?”… Reunión de amigos en el Bar Ahúnda. Don Castalio consultó su reloj y anunció en seguida: “Me voy a mi casa. La mucama salió, y mi esposa está sola”. Don Chinguetas vio la hora y declaró: “Yo también me voy a mi casa. Mi esposa salió y la mucama está sola”… FIN.
MIRADOR
Este santo se llama San Simeón el Estilita.
Se llama así porque pensó que el contacto con los hombres le enturbiaría el alma. Hizo construir entonces una alta columna en cuya parte superior clavó una plataforma de madera. En ella, apartado del mundo, vivió los años de su vida, si es que a eso se le puede llamar vivir.
Cuando murió pidió ser admitido en el Cielo, pero fue rechazado: se le dijo que la salvación se obtiene sólo a través de nuestro prójimo. Tampoco se le recibió en el purgatorio. Y el infierno le cerró sus puertas por temor a que inficionara con sus ideas a los condenados.
Ahora San Simeón vive sobre su columna en medio de la nada, si es que a eso se le puede llamar vivir. Está muerto. Siempre estuvo muerto.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Vino Kamala Harris…”
Visita de cumplimiento
nos hizo ella, a no dudar.
Fue, de modo singular,
visita de cumplo y miento.