Hoy aparece aquí uno de los más tremebundos chascarrillos publicados en este espacio. Se llama “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”, frase que trasladada a nuestro idioma significa: “Abandonad toda esperanza, vosotros que aquí entráis”. La frase no es mía, por más que algunos hayan creído advertir en ella trazos de mi estilo: pertenece a Dante. Con vehemencia suplico a los lectores de moral rigurosa aparten su mirada de ese escrito, pues podría sufrir su candidez. Lejos de mí la temeraria idea de herir algún recato. Quien se sienta capaz de arrostrar tan grande badomía sin desdoro de su integridad y su tranquilidad espiritual encontrará tal cuento en la parte final de esta sección… Cumplo ahora mi modesto deber de orientar a la República, y le digo: República, no te inquieten las ocurrencias de la 4T, que está reviviendo antiguos moldes estatistas. La Historia es ineluctable. (Asoma la Historia y exige con energía: “Antes de seguir adelante te ordeno que me digas qué quiere decir ‘ineluctable’. Así podré normar mi reacción”). La voz ‘ineluctable” significa “inevitable; aquello contra lo cual no puede lucharse”. (Vuelve a asomar la Historia y dice: “Ah, bueno”). La tendencia en los países avanzados ha sido buscar el fortalecimiento de los particulares en todas las funciones de contenido económico, aun en el aprovechamiento de recursos que algunas legislaciones nacionales consideran “estratégicos”. Probada está la ineficiencia del Estado cuando se mete a empresario. En su tiempo los mexicanos se enorgullecieron con la expropiación del petróleo, pero vacilaría ahora ese orgullo al saber —no se puede tapar el sol con un dedo— que la gasolina mexicana es por lo general más cara que la de Estados Unidos, sin alcanzar nunca su misma calidad. No habrá argumento capaz de convencer a un consumidor pensante de que nuestro sistema es mejor que el del vecino. En tal virtud, República, debes considerar esa tendencia hacia la participación de los ciudadanos en la economía, es decir, hacia la libertad. Me dirás: corre riesgo la nación al poner en manos de particulares —que bien podrían ser extranjeros— servicios o recursos “estratégicos”. Una adecuada legislación puede impedir ese peligro. Lo dicho: en el futuro habrá en el campo de la economía cada vez menos Gobierno y cada vez más ciudadanos. Tal es el rumbo de la vida económica internacional. Por encima de dogmas y prejuicios México no podrá quedarse a orillas del camino. Espero, República, que con esto hayas quedado orientada… Y ahora he aquí el execrable chascarrillo mencionado ut supra, o sea arriba… Llegó un cierto sujeto a los infiernos, condenado por su mala vida a estar ahí. Fue recibido en la puerta por Luzbel, mayor entre todos los demonios, quien le dijo: “Tenemos en el Infierno tres castigos. Deberás escoger uno de ellos como tu pena para la eternidad”. Así diciendo lo condujo al interior. “Éste es el primer castigo” —le mostró. Se hallaba un individuo rodeado de feroces diablos que arrojaban sobre él cubetazos de plomo derretido. El recién llegado tembló al mirar aquello. “Éste es el segundo castigo” —le enseñó Luzbel. Estaba otro individuo cercado por espantosos espírtus malignos que entre gritos y blasfemias lo punzaban con sus tridentes al rojo vivo. El sujeto volvió a temblar a la vista de aquel crudelísimo castigo. “Éste es el tercero” —le señaló Luzbel. Se encontraba un tercer individuo de pie. Frente a él, de rodillas, estaba una bella mujer. “Escojo este castigo” —dijo apresuradamente el sujeto. “Muy bien” —aceptó Luzbel. Y ordenó luego: “Que se vaya la mujer. Ya llegó un nuevo condenado”… (No le entendí). FIN.
MIRADOR
El gran inventor terminó de hacer su
máquina.
¡Qué prodigiosa máquina era aquélla! Todos los números del mundo estaban en su cerebro giganteo, incluso las cifras a donde no llegaban los cálculos de los hombres. Podía dar respuesta aquella máquina a preguntas que nunca nadie había hecho.
Estaba orgulloso el inventor frente a su máquina. Era, sin duda, la más grande máquina del mundo.
En eso el hijito del gran inventor llegó gateando y desconectó la máquina. Se apagó la luz en su pantalla y cesó el ruido de su mecanismo. El gran inventor, entonces, comprendió una verdad que no estaba en el cerebro de su aparato: el más pequeño de los hombres será siempre un prodigio mayor que la más grande de las máquinas.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Los diputados morenistas se oponen a
la participación de empresas privadas
en la generación de energía…”
Acabará prontamente
la ira de esos señores
si a tales opositores
les pasan una corriente.