El educado dueño de la tienda le pidió a la dama a quien atendía: “¿Me permite un segundo?”. “Claro que sí —accedió ella—. Pero antes recuérdeme cuando fue que le permití un primero”… A más de mi biblioteca —madre y maestra ayer; consuelo ahora— tengo una variopinta hemeroteca en la cual guardo como antigüedades amarillosos ejemplares de revistas de pasados tiempos. Ayer me puse a hurgar en ella. Encontré un “Chiquitín”, publicación con la cual piadosos editores pretendieron —vano empeño— contrarrestar los nefandos efectos del “Pepín”, revista populachera que por lo mismo tenía enorme éxito. Me topé con un opúsculo de modesto título: “El mensajero del Corazón de Jesús”, que nos hacían comprar a fortiori, o sea a huevo, en el colegio, y que dejé de leer desde que en él vi un artículo cuyo autor afirmaba que el dramático suicidio de Emilio Salgari, creador del Corsario Negro y Sandokán, mis héroes infantiles, fue el modo que halló Dios de castigarlo por haber llenado de inútiles fantasías la mente de los niños. Luego di con un buen número de números de las revistas porno de aquella época: “Vea”, “Pigalle”, “Vodevil”. Su mayor audacia consistía en presentar señoras de dudoso oficio que mostraban sus ajamonadas piernas luciendo medias de nailon con liguero, prenda considerada entonces el culmen de lo erótico. La contemplación de esas imágenes vitandas, junto con la irresistible pulsión de la naturaleza, me llevó a poner en práctica por aquellos días el clásico lema que en latín se expresa diciendo “Nosce te ipsum”, conócete a ti mismo, solipsismo —el que esté libre de culpa, etcétera— del cual me sacaron pronto algunas otras damiselas que nada sabían de latines pero sí de cosas de mayor sustancia. Mi hemeroteca juvenil contaba además con tres o cuatro muestras del “Ja ja”, revista humorística con visos picarescos, igualmente vetada por los moralistas que no saben que el humor es un amable modo de quitar telarañas que enturbian la mente, envenenan el espíritu y oscurecen la vida. El humor es liberador, por eso le temen los opresores tanto del cuerpo como del alma. La risa puede servir también para propósitos pragmáticos. En la calle principal de cierta colonia de cierta ciudad que no es la mía había un bache que semejaba ya socavón de mina por su anchura y su profundidad. En vano los vecinos habían solicitado repetidas veces a la autoridad municipal que enviara personal a taparlo: el tal bache seguía ahí, causando molestias, accidentes y corajes. A una ingeniosa señora se le ocurrió una idea: celebrar el cumpleaños del bache, que más de dos llevaba ya de vida. Un buen día los vecinos se reunieron en torno del foso llevando globos y sombreritos de fiesta; llamaron a los periódicos y estaciones de radio y de televisión, y ante las cámaras y los micrófonos partieron el pastel con tres velitas y le cantaron al bache Las Mañanitas por su tercer aniversario. Aquello fue causa de irrisión en toda la ciudad. Al día siguiente llegaron cuadrillas municipales y taparon aquel que parecía eterno pozo. Ahora sabemos que no volverá a presentarse evento igual: el caudillo de la 4T ha anunciado que dedicará sus esfuerzos —aparte de las mañaneras, claro— a tapar todos los baches del país. Parece que nuestro mandatario ha encontrado por fin su nivel: ya que no está brillando como Presidente de la República hará funciones que corresponden a un presidente municipal, a un alcalde de pueblo. Celebremos, señores, con gusto… Doña Cococha les contó a sus amigas: “Mi marido le dijo ‘vieja bruja’ a mi mamá”. “¡Qué barbaridad! —se consternó una—. Y ¿qué hizo tu mamá?”. Respondió doña Cococha: “Lo convirtió en sapo”… FIN.
MIRADOR
Variaciones opus 33 sobre el tema de Don Juan.
—¿Me recuerdas?
Eso le preguntó la dama al caballero
sevillano.
Respondió él:
—¿Cómo podría dejar de recordarte? Eres doña Elvira de Merande y Loria. Te conocí la mañana del día de San Juan, hace justamente 40 años, cuando salías de la misa de alba en la iglesia de Nuestra Señora de la Soledad. Llevabas un vestido de terciopelo verde, un mantón negro bordado con motivos de flores y unas zapatillas de raso del mismo color que tu vestido. Paseamos por la vega del río, y bajo un emparrado te besé por la primera vez. La noche siguiente fuiste mía, y todas las demás noches de mi vida he sido tuyo. Guardo en la memoria cada uno de los instantes que estuvimos juntos. Jamás te olvidaré.
Se despidieron. El amigo de Don Juan le preguntó al caballero:
—¿Quién es esa señora?
Respondió él:
—No sé. No la recuerdo.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Escaseará el gas…”
A modo de precaución,
por lo que indica esa seña,
yo ya estoy comprando leña
y 100 kilos de carbón.