En la habitación número 210 del Motel Kamawa tuvo lugar el inusual consorcio erótico. Don Valetu di Nario, señor de muchos almanaques, pudo llevar a cabo milagrosamente el consabido trance con Pompona, musa de la noche. El exhausto caballero le entregó sus honorarios a la sexoservidora, que después de contar los billetes y ponérselos en la liga de la media le preguntó en tono mercantil: “¿Cuándo lo hacemos nuevamente, guapo?”. Con voz apenas audible respondió el provecto galán: “Tú dime el mes, el día y la hora, linda, y yo te diré el año”… “Al mejor cocinero se le va un tomate entero”. A todos los que escribimos se nos va de vez en cuando algún tomate entero. Yo pertenezco al tiempo en que a los hombres nos estaba vedado el ingreso a la cocina, sanctasanctórum de la mujer, territorio exclusivamente femenino. “El hombre en la cocina huele a caca de gallina”. En nuestra casa mi señora ha reinado siempre en su cocina como absoluta soberana. Ahí prepara los maravillosos dones que ponen sabor en nuestra vida: la fritada de cabrito (José Alvarado aseguraba que ese manjar norteño es más barroco aún que el mole poblano o los chiles en nogada); el riquísimo y vivificador menudo (lo probó una vez un cierto amigo mío y exclamó: “¡Carajo! ¡Qué lástima no andar crudo!”); un pollo en salsa de nuez que —le digo a mi mujer— debería patentarlo. ¿Qué más, entonces, que a mí se me vaya un tomate entero al escribir? Uno se me fue hace días cuando hice a Andrew Cuomo alcalde de Nueva York, siendo que es gobernador de ese Estado. Quizá mi yerro se debió a que los alcaldes de La Gran Manzana tienen siempre más fama y nombradía que los gobernadores que en Albany despachan. Pero miren mis cuatro lectores lo que son las cosas. Los teólogos hablan de una felix culpa, o culpa feliz, la de Adán y Eva, culpa que al principio trajo consigo grandes males pero que al final fue causa de que Cristo viniera al mundo a redimirnos del pecado. Mutatis mutandis, cambiando lo que se debe cambiar, culpa feliz fue también aquella errata mía, pues por ella recibí un alud de mensajes de incontables y amabilísimos lectores que me hicieron notar mi equivocación y al mismo tiempo me daban las gracias por alegrar sus mañanas cada día con mis cuentos, y por darles materia para la reflexión con mis comentarios de política. Por este medio les agradezco su corrección. Me apena no poder expresarle a cada uno mi agradecimiento por su mensaje. Tantos fueron que me sería imposible responderlos todos. También doy las gracias al tomate que se me fue entero. Por él supe que tengo más de cuatro lectores. ¡Aleluya!… El changuito del circo regresó mohíno y dolorido de la visita al médico. Sin poder sentarse les comentó a los demás animales: “Me llevaron por error con el veterinario del elefante. Lo supe por el tamaño del termómetro rectal”… El chiste que ahora sigue contiene dos expresiones malsonantes. Las personas que no gusten de ese tipo de expresiones deben saltarse en la lectura hasta donde dice FIN… El profesor Cuervobello era gramático. Cierto día escuchó a un vendedor de fruta que voceaba en la calle: “¡Naranjas y higos!”. Desde su ventana en el décimo piso lo llamó: “Por favor suba, buen hombre”. Subió el vendedor los 10 pisos por la escalera, pues no había elevador. Le dijo el maestro: “No quiero comprar nada; sólo quiero hacerle saber que no se dice: ‘Naranjas y higos’; se dice: “Naranjas e higos’”. Replicó el frutero: “Y yo quiero hacerle saber que es usted un cabrón e hijo de la chingada”… FIN.
MIRADOR
Este relato no deja de ser triste. Aun así lo narraré, pues sé bien que es apócrifo, falso y mentiroso.
Un cierto individuo fue a dar al otro mundo. San Pedro le dio permiso de visitar tanto el Infierno como el Cielo a fin de que conociera los dos reinos.
Llegó primero el hombre a la mansión infernal. Lo recibió Luzbel y le dijo que llegaba a tiempo para la comida. Le sirvió una riquísima paella que él mismo había preparado.
Al día siguiente el visitante fue al Cielo. San Pedro lo atendió, y pues como era la hora de comer le dio un sándwich de mortadela, seco y duro.
El hombre le preguntó al apóstol de las llaves:
—¿Cómo es posible esto? En el Infierno Luzbel me agasajó con una sabrosísima paella, y aquí en el Cielo tú me ofreces sólo un escueto sándwich.
Replicó San Pedro:
—¿Acaso crees que me voy a poner a cocinar un platillo tan complicado como la paella para los pocos que estamos aquí?
Mentirosa es la historia, lo digo nuevamente. Yo creo que el Cielo está lleno de gente buena que merece todas las bienaventuranzas, incluido entre ellas un buen plato de paella.
MANGANITAS
“…Un político delincuente huyó a Chile…”
Yo digo, y no es extremismo,
que aunque a Chile haya ido a dar,
lo deben extraditar
aunque lo agarren de ahí mismo.