La chica pasó por su novio en su auto. Él subió al coche y aprovechando la oscuridad reinante la tomó en sus brazos y entre mordentes besos y férvidas caricias le dijo con apasionado acento: “¡Cómo te deseo, Susiflor! ¡Ya quisiera que estuviéramos en la cama!”. “Espera” -respondió nerviosamente ella. Preguntó el rijoso galán respirando lleno de agitación: “¿Espero a que estemos en el motel?”. “No -replicó ella-. Espera a que lleve a mis papás a casa. Están en el asiento de atrás”. Nalgarina, vedette de carpa, le mostró a su compañera Tetonia la foto de don Algón, su nuevo novio. Opinó Tetonia: “Es muy bajo de estatura”. Aclaró Nalgarina: “Sentado sobre su cartera se ve más alto”. “Sería belleza suma volverse pato y nadar si estuviera hecho el mar de cerveza Moctezuma”. “Hacer hijos es hacer patria. Haga patria en colchones Progreso”. “Estaban los tomatitos muy contentitos cuando llegó el verdugo a hacerlos jugo. ‘Qué me importa la muerte -dicen a coro- si muero con decoro en las botellas de El Fuerte’”. “Ya no hay sumas, ya no hay restas, y tampoco divisiones. Sólo multiplicaciones sobre las camas de Mestas”. Los anuncios hablados y los jingles en la radio mexicana de ayer poseían ingenio e imaginación. A mí me tocó trasmitirlos. En tiempos de mi primera juventud me hice locutor, porque quienes desempeñábamos tal oficio teníamos fácil acceso al corazón -y anexos- de las damas, damitas y damiselas que nos escuchaban. Nosotros les dedicábamos canciones en el programa de complacencias y luego ellas las tenían para nosotros. Años aquéllos muy distintos de éstos, epidémicos y demagógicos. A diferencia de las camas de Mestas, la 4T no sabe multiplicar. Tampoco suma; solamente resta y, sobre todo, divide. La chabacana y ramplona conmemoración de la toma y arrasamiento de Tenochtitlan por los tlaxcaltecas y demás pueblos indígenas oprimidos por los llamados aztecas o mexicas, destrucción en la cual -no lo olvidemos- participaron también en número reducido los españoles-, sirvió para la presentación en el Zócalo de un espectáculo con escenografía que si no llegó a hollywoodense sí alcanzó el nivel de decorado de festival escolar. El show sería lo de menos si no sirviera a la nueva generación de historiadores oficialistas de nómina y quincena, patrocinados por el régimen actual y familia que lo acompaña, para atizar otra vez un indigenismo obsoleto y anacrónico, a más de falso y mentiroso, y que ningún beneficio acarrea a las etnias aborígenes. Éstas se ven empobrecidas ahora, igual que el resto de las clases populares, por las políticas del actual Gobierno, según lo muestran indubitablemente las cifras del Inegi y el Coneval, a las que no hay otros datos que puedan desmentirlas. Circo han traído estas conmemoraciones, pero no pan; viejas mentiras y no nuevas verdades. De dos raíces venimos; de dos civilizaciones somos fruto, y hemos de honrar por igual a nuestros ancestros europeos e indígenas. Tenemos padre y madre; exaltar a una de nuestras mitades con agravio para la otra es deturpar a una parte de nosotros mismos. Dejémonos ya de maniqueísmos anticuados e irracionales y seamos, todos juntos, mexicanos. Lord Feebledick sorprendió a su esposa, lady Loosebloomers, en consorcio de erotismo con Wellh Ung, el lacertoso mancebo encargado de la cría de los faisanes. Milord, olvidado de la emblemática flema de los de su clase, prorrumpió en altísonos dicterios. Le dijo con voz descomedida a su consorte: “Harlot!… Cyprian!… Bawd!… Fancy woman!… Cocotte!… Tart!…”. Ella lo interrumpió: “Contente, Feebledick. Los asuntos de familia no se tratan en presencia de la servidumbre”. FIN.
MIRADOR
Jean Cusset, ateo siempre con excepción de la vez que su hijo pequeño enfermó de gravedad, dio un nuevo sorbo a su martini -con dos aceitunas, como siempre- y continuó:
-Algunos predicadores hablan más del demonio que de Dios, y más del infierno que del Cielo. Y es que creen más en el mal que en el bien; y mueven más a la desesperación que a la esperanza. Quienes tal hacen se olvidan de la infinita misericordia del Señor. El mejor de todos los sermones, y el más verdadero, es aquel que consta de sólo tres palabras: Dios es amor. Yo confío en él y en su bondad. Me preguntan a veces si creo en la existencia del demonio, y ganas me dan de responder lo que aquel niño a quien alguien le preguntó eso mismo: si creía en el diablo. Respondió: “No sé. Crees en el demonio y luego resulta como con Santoclós, que es tu papá”.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Poco rendimiento de México en deportes…”
Un artículo en “The Ring”
trae un dato que me asusta:
al mexicano le gusta
barra libre y box spring.