Este amigo mío siente un gran afecto por las prostitutas. Cuando en su juventud no era nadie, y por lo tanto no tenía nada, esas santas mujeres a las que llaman pecadoras le proporcionaron gratuitamente sus oficios (cachuchazo se nombra eso en expresión plebea), por pura caridad. Mi amigo no casó nunca. Desconoce, pues, las dichas y desdichas que con el matrimonio vienen. Sin embargo cada jueves, de 5 a 7 de la tarde, recibe en su departamento la visita de una dama de profesión no dama, guapetona y bien guarnida, lo cual suscita el obligado enojo de las vecinas y la soterrada envidia de los vecinos. Mi amigo es algo cínico. Eso lo ayuda a ir por la vida sin complicársela demasiado. Dice cosas de las que alebrestan a las feministas, pero las dice cum grano salis, es decir con cautelosa donosura, y además con un gran sentido de la realidad. (Quien carece de ese utilísimo sentido, el de la realidad, es proclive a cometer enormes pendejadas, y ni siquiera se da cuenta de que las comete). Mi amigo suele decir que una mujer se entrega a un hombre, fuera del connubio, por cuatro motivos principales: inocencia, insistencia, indecencia o insolvencia. Esta última causa, la de la necesidad, lo lleva a repetir unos versillos de mal gusto y mal tramados que se han de recitar diciendo el nombre del signo de puntuación en que cada verso acaba. La curiosa y pedestre picardía dice así: “La mujer que tiene. / y que no tiene qué, / tiene que vender el. / para que dé el;”. Viene a cuento el anterior disparate porque leí ayer en los periódicos del Grupo REFORMA el interesante reportaje de Alejandro León, según el cual en el tiempo de duración de la pandemia se ha duplicado el número de trabajadoras sexuales en la Ciudad de México. Para colmo la jornada laboral de las sexoservidoras es ahora considerablemente más larga, por la dificultad de encontrar clientes, temerosos del contagio que puede traer consigo la cercanía física con la mujer. Lo mismo ha de pasar a quienes en todas las ciudades del país hacen comercio con su cuerpo. Algún diputado —diputada, sobre todo— debería proponer una iniciativa a fin de que esas personas, que tantos maltratos sufren y tantas carencias afrontan, obtengan ayuda del Gobierno, no sólo en materia de salud sino también en lo económico, y que reciban alguna pensión, siquiera sea temporal, que les permita hacer frente a la difícil situación por la que atraviesan. Eso no lo dice mi amigo; lo digo yo. Lo que sí dice mi amigo es que las mujeres llamadas “de la vida alegre” viven una de las vidas más tristes que es dable imaginar, y que son merecedoras tanto de comprensión como de protección… “Quítate la blusa. Quítate la falda. Quítate el liguero. Quítate las medias. Quítate el brassiére. Quítate la pantaleta…”. La mujer le dijo en tono terminante a su marido: “Y si vuelvo a ver que te pones mi ropa vamos a tener problemas”… Ya conocemos a Jactancio Elátez, sujeto vanidoso, pagado de sí mismo, narcisista. Estuvo con una musa de la noche en la habitación número 210 del popular Motel Kamawa. Al terminar el consabido trance ella le preguntó: “¿Y el dinero?”. Respondió, displicente, el petulante tipo: “Ahí déjamelo, sobre el buró”… Daisy Mae, la esposa del sheriff de Picadillo, Texas (pronúnciese “Picadilo”), estaba en el lecho adulterino con Libby the Dick, cowboy de la comarca, en la postura llamada cowgirl, o también woman on top. De pronto ella vio por la ventana y en seguida le preguntó a Libby: “¿Verdad que siempre me has dicho que quieres morir con las botas puestas?”. Confirmó él: “Así es. Me gustaría terminar mi vida con las botas puestas”. “Pues póntelas aprisa —le sugirió Daisy Mae—. Ahí viene mi marido”… FIN.
MIRADOR
“Cantando la cigarra pasó el verano
entero…”.
La hormiga, en cambio, trabajó todo el tiempo, y vio colmados sus graneros.
Cuando llegó al invierno la cigarra no tuvo qué comer. Fue entonces con la hormiga y le pidió un poco de alimento.
El fabulista dice que la hormiga le negó esa ayuda, y que la cigarra murió de hambre.
Eso no es cierto.
Tanto la cigarra como la hormiga se molestaron con el fabulista. La cigarra porque la describió como holgazana, siendo que cantar también es un oficio, y la hormiga porque la hizo aparecer como cruel, y eso no es cierto.
Entonces la cigarra y la hormiga decidieron castigar al moralista. La cigarra le canta todas las noches en su ventana, de modo que no lo deja dormir, y la hormiga le pica todos los días en salva sea la parte, de modo que no lo deja sentarse.
El fabulista no ha vuelto a escribir fábulas morales. Demos gracias a Dios. Y también a la cigarra y a la hormiga.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Revocación de mandato…”
Con eso AMLO nos despista
y oculta su ineficacia.
Más consultas. ¡Qué desgracia!
Otro sainete a la vista.