El labioso galán llevó a la linda chica al solitario y umbroso paraje conocido como El Ensalivadero, apartado sitio al que concurren por la noche en su automóvil las parejitas en plan húmedo. Con untuoso acento la interrogó: “Dime, preciosa: ¿acostumbras contarle a tu mamá todo lo que haces?”. Replicó la muchacha: “Ella tiene confianza en mí. El que me investiga bastante es mi marido, el jefe del destacamento local de los Guardianes de la Nación”… En la merienda de los jueves una señora le preguntó a otra: “¿Sabes qué diferencia hay entre adulterio y fornicación?”. “Lo ignoro —respondió la otra—. Yo he hecho las dos cosas y se siente exactamente igual”… Ese cuentecillo me recordó otro. Un ranchero del norte le preguntó a su amigo: “¿Cómo se dice: ‘abígeo’ o ‘abigeo’?”. “Quién sabe —contestó el interrogado—. A mí me han llevado al bote con las dos prenunciaciones”. (El bote es la cárcel)… Una antigua leyenda de mujiks, campesinos de la Santa Rusia antes de que Lenin, Stalin, Beria y otros sanguinarios personajes de similar caterva la convirtieran durante la tiranía comunista en non sancta, tiene como personaje principal al diablo, protagonista de tantas y tan diabólicas diabluras. Creo recordar que ese relato de pueblo lo puso en letras Vladimiro Korolenko. Según la narración el espíritu maligno fue vencido al principio de todos los tiempos en combate singular y cósmico por San Miguel, quien luchó bajo el lema Quis ut Deus, Quién como Dios. Dicho en hebreo, Mija-El, ese lema es el origen del nombre Miguel. Aquel bélico arcángel aherrojó al demonio a fin de tenerlo así, encadenado, por toda la eternidad. De vez en cuando, sin embargo, Dios permite que a Lucifer se le quiten sus ataduras, y que por algún tiempo baje al mundo a hacer de las suyas. Parece que el Señor no quiere ser tildado de monopolista del poder, y deja entonces que Luzbel salga de su prisión y muestre que no solamente los divinos chicharrones truenan, sino que él también las puede a pesar de su inicial derrota, reconocida por él mismo en los términos de las pastorelas mexicanas: “Vencites, Miguel, vencites”. Es en esos períodos de libertad del demonio —cualquiera diría que son ya permanentes—, cuando el pueblo dice aquello de “el diablo anda suelto”. Entonces suceden al mismo tiempo calamidades, desastres y tragedias de toda laya y jaez: epidemias como la del coronavirus, terremotos como el de Haití, desastres como el de Afganistán. Pocas fotografías he visto tan dramáticas y dolorosas como las de los infelices que en imposible intento de huir del talibán se asieron con desesperación a los aviones norteamericanos que partían, sólo para encontrar horrible muerte al caer, como era forzoso, de la altura. Grandes aciertos ha tenido Biden en los primeros meses de su administración. Desgraciadamente los sucesos de Afganistán están haciendo que se olviden todos, y ponen bajo una luz desfavorable al todavía flamante Presidente yanqui. Su erróneo cálculo político fue causa de esa debacle que se compara ya con la derrota sufrida por los Estados Unidos en Vietnam. Yo no creo en el demonio, a menos que sea la representación de la maldad y estupidez del hombre, pero veo las cosas que están pasando dentro y fuera de nuestro país y tiendo a pensar que, efectivamente, el diablo anda suelto. ¡Uta!… El doctor Ken Hosanna revisó a la hermosa fémina. Al término del examen le indicó, solemne: “Debió usted haber venido la semana pasada”. La bella paciente se alarmó: “¿Tanto así ha avanzado mi padecimiento, doctor?”. “No —replicó el facultativo—. Pero la semana pasada mi asistente estaba de vacaciones”… FIN.
MIRADOR
En el extenso Valle de Saltillo la Sierra Madre es madre sierra.
Nos rodea con abrazo maternal y nos protege. Muralla natural, contra su altura se estrellan las tempestades, tormentas y huracanes. Recuerdo el travieso titular de un periódico: “El ciclón cedió en la Madre (Oriental)”.
La montaña detiene los malos vientos, las ventiscas traicioneras, y manda hacia otros lados las neblinas que oscurecen al mismo tiempo el cielo y la mirada. Por ella el frío es menos frío, y menos cálido el calor. Por su temperie mi ciudad tiene ese clima bonancible que cuenta entre sus muchos atractivos.
En mis años de juventud yo conocí la sierra mejor de lo que me conocía a mí mismo. Entré en el Cañón de San Lorenzo y vi en él al venado, al oso, al puma. Incontables veces acampé en el lugar llamado Los Aguajes, a donde acudían en busca de agua las grandes manadas de caballos mesteños. Coroné la cumbre de El Picacho, nidal de águilas, y en las alturas de la gran roca llamada El Penitente —parece la cabeza de un hombre en oración— miré “el relámpago verde de los loros” que vio López Velarde.
Desde mi ventanal contemplo ahora a la montaña. Le pregunto: “¿Me recuerdas?”, y me contesta: “Sí”. ¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“… Afganistán…”
Ya no hay en el mundo paz.
Tan sólo hay conflagraciones.
Los fusiles y cañones
dicen: “¡Pas, pas, pas, pas, pas!”.