Cierto político andaba en campaña, y con ese motivo fue hacer un recorrido por el sector rural de su distrito. Llegó a una granja y vio a una linda chica que ordeñaba a una vaca. Fue hacia ella —hacia la chica, no hacia la vaca—, le entregó su propaganda (una camiseta con su fotografía y la frase “El pueblo es mi pación”) y luego le pidió su voto. Desde la casa la madre de la muchacha la vio en compañía del sujeto y le gritó: “¿Quién es ese hombre? ¡Ya te he dicho que no hables con desconocidos! ¡Ven acá inmediatamente!”. Respondió la zagala: “Dice que es un político, mamá”. “Ah cabrón —se preocupó la señora—. Entonces tráete también la vaca”… Las acusaciones hechas contra Ricardo Anaya han servido para poner de manifiesto que López Obrador tiene perdida toda confianza y credibilidad entre un gran número de ciudadanos, que en su mayoría ven en el asunto una persecución política y no un legítimo proceso para someter a un presunto delincuente a la acción de la justicia. Nadie, en efecto, considera culpable al ex-candidato presidencial panista, a quien a priori se juzga inocente de los cargos que le hace la 4T. Todos piensan que Anaya es víctima de una venganza de AMLO, el cual con sus familiares y cortesanos se muestra benévolo, complaciente y protector (caso Bartlett), en tanto que con sus adversarios es sañudo, perverso y aun cruel (caso Rosario Robles). Sin duda el Presidente es más visceral que cerebral. Lo mueve la pasión en vez de que lo guíe la reflexión. Y ya estamos viendo los efectos de esa conducta irrazonable. Susiflor se iba a casar. Su amiga Loretela, con varios años de casada ya, le preguntó: “¿Sabes qué hacen los hombres en la cama después de hacer el amor?”. Respondió Susiflor: “No lo sé”. Le dijo Loretela: “Estorbar”… Empédocles Etílez, ebrio consuetudinario, bebía tanto que empezó a sufrir un caso serio de delirium tremens. En sus borracheras veía elefantes color rosa, cocodrilos verdes y murciélagos azules. Le contó el caso a su mujer, y ella le hizo prometer dos cosas: que vería a un psiquiatra y que ingresaría en Alcohólicos Anónimos, benemérita organización que ha librado de las cadenas del alcohol a innumerables hombres y mujeres. Al día siguiente, sin embargo, el temulento le dijo, feliz, a su señora: “¡Cancela esos tratamientos, vieja! ¡Ya me hice amigo de los animalitos!”… Aquel domingo el severo predicador, después de hacer que la congregación entonara el himno “Oh, what friend we have in Jesus!”, vituperó aspérrimamente a sus feligreses. Encendido en sagrada ira les gritó a voz en cuello que eran unos pecadores miserables sin salvación posible; que estaban entregados a Satán en vez de echarse en brazos del Señor; que de seguro a todos los esperaban los eternales tormentos del Infierno. Al salir del servicio un niñito les dijo a sus papás: “Cuando crezca quiero ser predicador”. “¿Por qué?” —se sorprendieron ellos. Explicó el chiquillo: “Prefiero estar del pie gritando y jodiendo a los demás en vez de estar sentando aguantando que me griten y me jodan”… Babalucas declaró en una fiesta: “Mi mamá es mitad española, mitad francesa y mitad italiana”. Alguien sonrió: “¿Tres mitades?”. “Sí —confirmó el badulaque—. Es muy gorda”… Don Vetulio, señor de avanzada edad, reñía constantemente con su esposa, de bastantes menos años que él. Un buen día ella lo dejó para irse con un hombre más joven. Le indicó don Vetulio: “Me dicen que ese individuo es de muy mal carácter. Seguramente pelearás con él igual que peleas conmigo”. “Sí —admitió la señora—. Pero al menos él tiene todavía con qué reconciliarnos”… FIN.
MIRADOR
Este amigo mío no quería a los gatos.
Pensaba que son más inteligentes que él.
—Tú no tienes un gato —solía decir—.
Un gato te tiene a ti.
Y sin embargo el otro día le sucedió algo muy curioso.
Fue a visitar a una hermana suya. Ella adoptó una gata que recientemente parió tres gatitos y una gatita. Tan pronto entró mi amigo la gatita fue hacia él y se le untó a la pierna, ronroneando.
—Le gustas —le dijo a mi amigo su hermana.
No necesito hacer más larga la historia, que por ser de amor es muy corta. Ahora mi amigo tiene una gatita en su casa.
—Es como una mujer —declara al mismo tiempo enojado y divertido—. Hace conmigo lo que le da la gana.
La gatita va hacia él y se le una a la pierna, ronroneando. Dice mi amigo, orgulloso:
—Le gusto.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Dimes y diretes en el sector
de cultura de la Cancillería…”
¿Dices “sector de cultura”?
Están actuando tan mal
los del sector cultural
que ya es sector de incultura.