Don Astasio abrigaba dudas acerca de la fidelidad de su señora, y eso que era temporada de calor. Cierto día la siguió y la vio entrar con un sujeto a un motel de pago por evento. Ahí ocuparon la habitación número 210. Don Astasio los observó a través de la cerradura de la puerta. Hubo abrazos y besos, y hubo también caricias encendidas que no puedo describir aquí por respeto a las familias, pilares de la sociedad. Poseídos por intenso ardimiento pasional el hombre y la mujer empezaron a despojarse de sus ropas uno al otro, como en la escena erótica de la película “Atracción fatal”, 1987, con Glenn Close y Michael Douglas, dirección de Adrian Lyne. En el momento culminante él le quitó a ella la última prenda y la arrojó en tal manera que cayó sobre la perilla de la puerta, ante la cerradura. Don Astasio, que ya no pudo ver más, exclamó entonces, frustrado: “¡La duda! ¡Siempre la maldita duda!”. Sé bien que durante el tiempo que ha durado la pandemia el personal de muchas escuelas de todos los niveles ha hecho esfuerzos ímprobos por llevar la educación a sus alumnos a través de los medios electrónicos que podían servir a esa tarea. Sin embargo tengo mis dudas acerca de la eficacia de esos métodos, para cuyo adecuado uso ni los educadores ni los educandos estaban preparados. Pienso además en los millones de niños y jóvenes que no disponen de esos medios, y acabo por concluir que, dígase lo que se diga, la utilidad de esos sistemas ha sido escasa, por no decir que nula, pues eso sería adoptar una postura extrema. Habrá que reconocer sinceramente que todo este tiempo ha sido, en lo general, perdido para la educación. Aquí no caben engaños ni simulaciones. Lo peor de todo es que el problema sigue: el virus no ha desaparecido, antes bien se ha multiplicado en mutaciones que -dicen los expertos- son de mayor peligro aún que el original. ¿Regresar a la escuela y a clases presenciales, aun con todas las precauciones del caso, o seguir en el encierro que también es origen de daños de consideración para los menores? ¡La duda! ¡Siempre la maldita duda!… Pepito le propuso a su hermana mayor: “Vamos a jugar a los encantados”. Contestó la muchacha: “Ya estoy algo grandecita para jugar a eso”. “Ni tanto -opuso Pepito-. Anoche oí que le dijiste a tu novio: ‘Me dejaste encantada’”. La señorita Himenia quería comprarse una periquita, de modo que acudió a una tienda de mascotas. El encargado le informó: “Tengo una que se llama Polly. Es de una rara especie caribeña cuyas hembras ponen huevos grandes, cuadrados y con espinas para defenderlos de los predadores. Debo advertirle, sin embargo, que la periquita es muy mal hablada; profiere terribles maldiciones que escandalizan a las personas pudibundas”. La señorita Himenia sonrió al pensar en el sobresalto de sus amigas cuando oyeran las desmesuras de la cotorrita, y en el azoro de los señores curas que iban a merendar con ella los lunes por la tarde. La compró, pues, y la llevó a su casa. Pasadas dos semanas se presentó de nuevo en la tienda. Iba a hacer una reclamación: “Ya han pasado 15 días desde que compré la periquita, y todavía no ha dicho ninguna maldición”. Le indicó el de la tienda: “Espere a que ponga el huevo”. La joven actricita era escasa de caletre pero abundante en curvas. Ansiaba actuar en una película, y el productor accedió a que le hicieran una prueba. Aquello fue un fracaso: la chica no retrataba bien ante la cámara, tenía una voz chillona y actuaba pésimamente. El productor le dijo: “Para darte ese papel, linda, se necesitaría un acto de filantropía”. “Ya me lo esperaba -suspiró la actricita-. ¿Aquí en su oficina o lo espero en mi departamento?”. FIN.
MIRADOR
Hicieron el amor sobre una tumba.
El cementerio del pueblo fue el único sitio que pudieron hallar en donde nadie los vería.
La dura lápida de frío mármol se volvió tibio y suave lecho para los enamorados, y aquel lugar de muerte se hizo canción de vida.
Agotado su amor los amantes se dieron un último beso -acción de gracias- y tomados por la cintura salieron del panteón.
-Te lo dije -le musitó él a ella-. Nadie nos vio.
Se equivocaba. Los vieron todos los que ahí están. Los vio la muchacha que murió de un mal de corazón la víspera de sus bodas. Los vio el párroco que nunca tuvo trato con mujer. Los vio la anciana, que sonrió al recordar que… Al recordar.
Los amantes no han vuelto ya al panteón. Encontraron otro lugar mejor para amarse.
Los muertos los siguen esperando.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Faltan medicamentos…”
Eso resulta evidente;
faltan en todo lugar.
Y aún más van a faltar
ahora que cobre la CNTE.