¡Pobre señor don Feblicio! Por más esfuerzos que hacía, no lograba izar la grímpola que antes levaba con orgullo. Si hubiera dispuesto de unas cuantas gotas de las miríficas aguas de Saltillo, habría podido recobrar los rijos de la juventud. A falta de esas linfas taumatúrgicas acudió a la consulta de un facultativo de la Capital, quien le recetó unas poderosas píldoras las cuales al parecer tenían la virtud de vigorizar la libídine más debilitada. “Le aconsejo, sin embargo —sugirió el galeno—, que tenga cuidado con el medicamento, pues está elaborado a base de glándulas de caballo frisón, y su fuerza por tanto es ingente”. Pasaron unos días y el médico llamó a la casa de don Feblicio a fin de conocer si el fármaco había surtido efecto. No estaba el paciente, pero contestó su señora. Le preguntó el doctor: “¿Cómo le ha ido a su esposo con las píldoras que le di?”. “No lo sé —replicó la mujer—. Al día siguiente de que estuvo con usted se fue de la casa, y la última vez que alguien lo vio andaba galopando tras una yegua baya por el rumbo de la Cuesta China”. (Nota: la Cuesta China está en las cercanías de Querétaro)… La pequeña Rosilita les informó a sus papis: “Le voy a rezar a Diosito mis oraciones de la noche. ¿Se les ofrece algo?”… La salida de Julio y la llegada de Augusto son señales de que AMLO endurecerá su mandato y hará más radicales sus iniciativas. Nunca ha sido dado a oír consejo; ahora es de pensarse que su amigo de toda la vida y conterráneo tabasqueño ni siquiera lo aconsejará, ni moderará sus ímpetus. Seguirá puntualmente sus indicaciones, igual que han hecho siempre —excepción hecha de contadas y honrosas excepciones— los secretarios de Gobernación en su trato con el Presidente en turno. Hemos de prepararnos, pues, para un trienio más borrascoso que el que ya pasó. Con una oposición desdibujada y proclive en buena parte —sobre todo en la parte priísta— a ser obsequiosa con la voluntad presidencial, nada bueno auguran los cambios y renuncias en el equipo de López Obrador. Otra vez toca a la sociedad civil oponerse a cualquier iniciativa que pueda vulnerar la ley y causar daño al país. Los tiempos no se presentan bonancibles… El Bar Ahúnda estaba lleno de ruidosos parroquianos. En eso se hizo el silencio: ante el asombro general entró en la taberna un individuo completamente en pelotier, esto es decir sin ropa. Ni zapatos llevaba el estrafalario tipo. Se sentó con toda naturalidad en uno de los bancos de la barra y le pidió al cantinero una copa de tequila. Se la sirvió el hombre —los cantineros están acostumbrados a todas las rarezas—, y en seguida se puso frente al encuerado y se le quedó mirando fijamente. “¿Qué le sucede, amigo? —le preguntó el sujeto, amoscado—. ¿Nunca ha visto a un hombre desnudo?”. “A varios he mirado —respondió el de la cantina—. Pero estoy esperando a ver de dónde se va a sacar el dinero o la tarjeta para pagar la copa”… Tres cosas pueden arruinar a un hombre: el juego, el vino y las mujeres malas. De las tres, la más aburrida es el juego… Babalucas tenía un amigo jugador. Le preguntó: “¿Cómo te va en el juego?”. ¡Pchs! —replicó el tahúr—. Un día gano; al siguiente pierdo, y así”. Le aconsejó Babalucas: “Pos no seas pendejo. Juega nomás cada tercer día”… Marivina, se llamaba, y era una joven romántica y ensoñadora. Cierto día fue al campo en compañía de su novio Picholongo, galancete nada romántico y nada ensoñador. “¡Mira el cielo, Picho! —profirió extasiada Marivina—. ¡Está lleno de estrellas! ¡Mira el prado! ¡Está lleno de flores! ¡Mira el césped! ¡Está lleno de rocío!”. Declaró al punto Picholongo: “Traigo una cobija”… FIN.
MIRADOR
Esta canción nadie la canta ya.
¿Quién la compuso? No se sabe. Tampoco se conoce el nombre de la mujer que la inspiró. Casi todas las canciones han sido inspiradas por una mujer. No habría canciones si no hubiera mujeres que las inspiraran.
Yo no conozco esa canción. Una noche oí hablar de ella, pero no había nadie que la hubiera oído. Alguien dijo que la canción no existe. Otro aseguró su existencia porque la había soñado.
Sé bien lo que se siente al cantar una canción, pero no sé lo que siente una canción al ser cantada. Pienso que esta canción ha de estar triste porque nadie la canta. Está olvidada, y eso es lo mismo que estar muerta.
Yo amo las canciones. Por eso espero que alguien cante alguna vez esta canción. Entonces resucitará de entre los muertos y sentirá lo que las canciones sienten cuando alguien las canta.
Quiero estar ahí el día que resucite la
canción.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Un asno conoció a una cebra…”
“Estuvo muy bien la dama
—el pollino comentó—,
pero aunque le rogué yo
no se quitó la piyama”.