Don Crésido, rico señor de edad madura, contrajo matrimonio con Lidolfa, mujer joven y dueña de ubérrimos encantos. (Cuando con paso tentador iba por las calles los léperos del pueblo le dirigían piropos de color subido. A propósito de su ubérrimo busto comentaban: “Está como pa’ acabarme de criar”. Y acerca de su ondulante caderamen le decían: “Si como lo menea lo bate ¡qué sabroso chocolate!”). Pues bien: la noche de las bodas la novia dejó caer ante su flamante marido el vaporoso negligé que la cubría. Don Crésido se sorprendió. Su esposa tenía en el busto un cartel con esta inscripción: “$500”. En la parte posterior llevaba otro: “$1000”. Y un tercero en el sitio donde los muslos se unen: “$1.500”. El ricachón le dijo con voz triste a su desposada: “Ahora sí ya no me cabe ninguna duda, Lidolfa. Te casaste conmigo por mi dinero”. Madanito, muchacho un poco pasado de peso, por no decir que obeso o adiposo, llegó a la reunión de amigos trayendo en una mano una hamburguesa doble y en la otra una pizza grande. Explicó a sus compañeros: “La nutrióloga me recomendó llevar una dieta balanceada”. El Presidente López Obrador siente una rara simpatía por los combustibles fósiles. Es explicable: él tardó 14 años en salir de la Universidad. No debimos, entonces, asistir a la reunión en Glasgow sobre el calentamiento global provocado en buena parte por la resistencia de algunos países, entre ellos México, a usar fuentes de energía limpias. Nuestra presencia en ese encuentro que mira hacia el futuro es comparable a la de un decrépito indigente, con la razón perdida, en medio de una fiesta de gala. Uno de los más bellos trayectos que en la República se pueden hacer por carretera es el que media entre Guadalajara y Colima, pasando por Ciudad Guzmán, o sea Zapotlán el Grande, en donde late todavía el espíritu de Juan José Arreola. (Una de sus hermanas me dijo en cierta ocasión: “Habla usted como mi hermano”. Le respondí: “Como su hermano quisiera yo escribir”). Luego el paisaje te hace un hermoso regalo: la visión del Volcán de Colima, que no está en Colima sino en Jalisco. Muchas veces lo vi con su corona real de nieve. Ahora, me cuentan mis amigos, ya no se ve nieve en el volcán. Hay hielo a veces, pero nieve no. Las lluvias, antes frecuentes, escasean, y la cumbre de la emblemática montaña es un desnudo peñascal. Eso se debe incuestionablemente, afirman los expertos, al calentamiento global causado por las emisiones de carbono. Para AMLO no existe esa amenaza. Indiferente al problema, ni siquiera se dignó acudir a aquella importante reunión, y también por una especie de complejo de inferioridad que lo lleva a rechazar encuentros semejantes, quizá debido al hecho de que no habla inglés ni siquiera para pedir un desgraciado plato de ham and eggs. Desde luego no es obligatorio para nadie hablar la dicha lengua. Lo que sí obliga al mandatario de un país como México es estar al tanto de los esfuerzos que se hacen internacionalmente para evitar un desastre universal con motivo del cambio climático. Pero López, encerrado en sí mismo, no ve la realidad del mundo ni la del país. Él tiene otros datos. La bella Daisy Mae, vecina de Picadillo, Texas (se pronuncia Picadilo), contó en la reunión del coro de la iglesia: “Ayer fui a montar a caballo, y el animal se lastimó una pata. Afortunadamente pasaba por ahí un piel roja, y me trajo al pueblo en ancas de su potro. Cuando veníamos me le pegué bien al indio y me agarré fuertemente de la cabeza de su silla de montar, para no caerme”. Acotó, apenado, uno de los miembros del coro: “Los pieles rojas no usan silla de montar”. (No le entendí). FIN.
MIRADOR
Mira a esta niña de un pueblo en la sierra de Guerrero.
Está a la puerta de la misérrima casucha
donde vive con su padre, su madre y sus
hermanos.
Los hermanos son cinco. Ella es la única
niña.
Tiene 12 años, pero no lo parece. Si la vieras diría que tiene sólo 6.
Ahora está jugando con una pelota de papel que ella mismo hizo con una hoja de
periódico que halló en la calle.
Viene su padre con un hombre. Los dos se tambalean al caminar. La niña sabe por qué: están borrachos.
El padre señala a la niña y le dice al hombre con el que viene:
-Ésa.
El hombre la ve. No parece gustarle mucho lo que ve. El padre añade.
-Es señorita.
El hombre saca una cartera y le da unos billetes al padre de la niña. Luego la toma por un brazo para llevársela. La niña vuelve la mirada hacia su madre, que ha salido a ver aquello. La mujer entra en la casa. El padre se aleja. La niña, mientras el hombre la lleva calle abajo, sabe a dónde va su padre. Va a la cantina. Pero no sabe a dónde va ella.
No nos preocupemos, sin embargo.
No vinimos a ver esto.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Cuento…”
Con acento desigual
le dice a su frío marido
la señora: “¿No has oído?
¡Calentamiento global!”.