El marido y su mujer estaban a punto del divorcio. Decidieron acudir a la consulta de un consejero matrimonial (divorciado él, dicho sea de paso). El especialista les pidió que le hablaran acerca de sus problemas. El hombre permaneció en silencio, en tanto que la esposa soltó a la sin hueso (la lengua), con lo cual, más sus exaltados ademanes, dio claras señas de ansiedad, nerviosismo y tensión emocional. Sucedió entonces algo sorprendente. Sin decir palabra el consejero se precipitó sobre la señora y le hizo el amor sobre el piso ante la mirada de extrañeza del marido. Terminado aquel insólito acto el terapeuta se arregló las ropas y con tono profesional le dijo al marido: “Su esposa necesita esto tres veces por semana: martes, jueves y sábados”. Repuso el individuo: “Podemos venir martes y jueves, pero los sábados tenemos la reunión de los compadres”. Amós y Henós se llamaban. Eran dos ermitaños que vivían en una cueva en el desierto, dedicados perpetuamente al rezo y a golpearse el pecho con grandes piedras en signo de piedad y devoción. Aconteció que dos odaliscas escaparon del harén del sultán por el mal trato que recibían de él, y habiendo oído hablar de la fama de santidad de los anacoretas fueron a buscar refugio a su lado para cambiar de vida y aprender de ellos la vida espiritual. Cuando las hermosas mujeres entraron en la gruta el venerable Amós le dijo lleno de júbilo a Henós: “¡Ya tira las piedras, hermanito! ¡Nuestras oraciones han sido escuchadas!”. Hace ya mucho tiempo -de todo lo pasado hace ya mucho tiempo, incluso de lo que hace un instante acaba de pasar- asistí en Costa Rica a un encuentro internacional de rectores de universidad. Entre otros asuntos se trató ahí uno muy interesante: cuánto costaba en cada país, en términos de inversión educativa, hacer de cada persona un buen ciudadano. Las cantidades variaban significativamente, pero todas se medían en millares de dólares. Yo pensé -lo pensé, no lo dije- que en México hacer de cualquier mexicano un ciudadano bueno costaba 15 pesos. Tal era la suma que entonces se pagaba por cruzar la frontera hacia Estados Unidos. Y bastaba estar allá para que todos los mexicanos nos volviéramos ciudadanos ejemplares. No tirábamos basura; jamás excedíamos los límites de velocidad; cruzábamos las calles sólo en la esquinas. Todo era atravesar el puente o la línea fronteriza para que obedeciéramos la ley. Pensé en eso cuando vi a López Obrador usar cubrebocas en el otro lado. En el otro lado de la frontera, quiero decir. Aquí el Presidente se ha empecinado, igual que crío berrinchudo, en no utilizarlo (es líder moral, no de contagios). En las rarísimas ocasiones en que ha ido a los Estados Unidos se ha conducido como un niño bien portado, pero acá actúa como autócrata que no reconoce más ley que su absoluta voluntad. ¿Será posible hacer del Presidente de México un buen ciudadano?… Tres chicas salieron de un antro después de haberse tomado sendos copetines, tres o cuatro. Sucedió que la patrulla antialcohólica había detenido a tres sujetos por sospechar que venían intoxicados. “Jamás bebemos -opuso uno de ellos-. Somos acróbatas de circo”. “¿Ah sí? -dudó uno de los patrulleros-. A ver, demuéstrenlo”. Descendieron del vehículo los tipos; uno se puso en pie sobre los hombros de otro; el tercero trepó a los hombros de éste y se paró cabeza abajo en la cabeza de su compañero apoyándose en un solo brazo. Vieron aquello las chicas que venían del antro, y la que conducía les dijo a sus amigas: “Mejor vámonos de aquí, muchachas. Las pruebas que está poniendo la antialcohólica se están volviendo cada día más difíciles”. FIN.
MIRADOR
¿Recuerdas, Terry, amado perro mío, cuando te saliste de la casa para ir tras una perrilla callejera?
No te lo reprocho, amigo. El llamado de la naturaleza no se puede desoír. Pero buen susto nos diste, pues tardaste un par de días en regresar. Cuando volviste mostrabas tal aire de orgullo -y de satisfacción- que te lo perdonamos.
Aquella fue tu primera novia. Después tuviste otras de mejor sociedad, pero porque te conocí bien estoy seguro de que nunca olvidaste aquel primer amor arrabalero. Los amores de tango suelen dejar huella más honda que los de minué, gavota o vals.
Imagino, Terry, que allá donde ahora vives te habrás encontrado con aquel amor de un par de días. Te vio ella, la viste tú, y los dos se preguntaron al mismo tiempo:
-¿Te acuerdas?
Y recordarán.
Te lo digo porque te conocí bien. Y porque me conozco mejor.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Un hombre asesinó a sus suegros…”
A un individuo escuché
preguntar con alma negra:
“Me explico lo de la suegra,
pero a su suegro ¿por qué?”.