Los inciertos desaciertos de la 4T y sus incondicionales servidores nos irritan e inquietan cada día más. Eso hicieron las señoras ministras de la Corte —ambas nominadas por López Obrador— que ordenaron al INE llevar adelante la costosa e inútil consulta sobre la revocación de mandato del caudillo. Farsa es ésa, sainete, astracanada. Si sus promotores fueran actores de verdad —casi todos lo son de mentiras— y representaran una comedia (otra), el público pensante se habría salido ya del teatro y los habría dejado solos con su cotidiano espectáculo de ineficiencia y falsedades. Tomando en cuenta lo anterior, he decidido no atentar contra los sentimientos y significación de estos días, el de hoy y el de mañana, con la reseña de los crecientes males que nos agobian, derivados del populismo, la demagogia y el autoritarismo reinantes en el país. No hablaré, pues, de política. La nación —estoy seguro— me lo agradecerá. Creo haber cumplido con creces este año mi deber de orientar a la República pese a todas las calamidades. Quizá no he dicho nunca la última palabra sobre los arduos temas nacionales, ni la penúltima siquiera, pero posiblemente en alguna ocasión dije por lo menos la antepenúltima. Me he ganado entonces el derecho a destensar el arco. Contaré, pues, una serie de lenes cuentecillos propios de la temporada… Juanilito le preguntó a Pepito: «¿Crees en el diablo?». «No sé qué pensar —ponderó Pepito—. Crees en el diablo y luego resulta lo que con Santo Clos, que es tu papá»… La esposa de don Generino tuvo triates. Con eso completaban ya 15 hijos. Días después, el padre Arsilio se topó en la calle al prolífico señor, y lo felicitó. «Supe —le dijo— que el Señor te sonrió». «¿Me sonrió? —replicó don Generino, atufado—. ¡Se echó una carcajada!»… El pastor de la Iglesia anunció que su sermón dominical trataría acerca de Noé. Unos muchachillos traviesos fueron la tarde del sábado y pegaron con goma las páginas de la Biblia relativas al Diluvio. Al día siguiente, frente a su congregación, empezó el predicador a leer aquel pasaje: «Tomó Noé una esposa…». Dio vuelta a la página y siguió leyendo: «… Tenía 300 codos de longitud, 50 codos de anchura y 30 codos de altura…». Hizo una pausa, desconcertado, se quedó pensando un momento y luego dijo: «Hermanos: si no tuviéramos fe no podríamos creer algunas cosas que el Gran Libro nos dice»… Murió Beacio, el hombre más bueno y virtuoso que es dable imaginar. Jamás en su vida había cometido un pecado, de modo que llegó derechito a las puertas del Paraíso. San Pedro, el portero celestial, revisó su fichero y le dijo luego al tiempo que se rascaba la cabeza: «Caray, Beacio. Me pones en una situación difícil. Veo en tu expediente que no cometiste jamás ningún pecado, ni caíste en una mala tentación. Si te permito entrar directamente a la morada celeste muchos de los que están aquí sentirán celos de tu perfección, pues hasta los santos tuvieron en su vida algún pecadillo, y algunos muchos, como San Agustín y Santa Magdalena. A fin de evitar eso, hagamos una cosa. Te daré una noche más de vida sobre la Tierra. Ve allá y comete alguna falta, preferentemente de la carne, que son los pecados que aquí se ven con peores ojos. Así ya no serás perfecto, y no provocarás celos a nadie». Regresó, pues, Beacio a su pueblo. Se buscó una mujer y por primera vez en su vida conoció los deliquios del amor carnal. En eso se pasó la mejor noche de su vida. Terminado el trance Beacio le envió al apóstol de las llaves un mensaje por WhatsApp: «San Pedrito: dame una noche más aquí abajo, o dos si puedes. Hay que asegurarnos bien de que nadie vaya a sentir celos de mí»… FIN.
MIRADOR
Novena posada.
En el portal florece una azucena.
Ha dejado en la paja una flor bella.
La azucena es muy blanca, En el pesebre
mira la flor de púrpura y se estremece.
Canta la gloria el ángel, canto divino.
Canta el mundo. Ella llora mirando a su Hijo.
Con sus lágrimas borra toda tristeza.
En nuestra noche mala ya hay Nochebuena.
AFA
¡Hasta mañana!…
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MANGANITAS
«… Suculentos aguinaldos reciben
diputados y senadores…»
Con la cartera rellena,
y sin penas ni sudores,
ya podrán esos señores
tener una noche b uena.