He recordado el caso del médico que le dijo a su joven y bella paciente: “Ahora quiero revisarte esa partecita que a ustedes las mujeres las mete en tantos problemas”. La chica se alzó la falda y se dispuso a bajarse la braguita. “¿Qué haces? —la detuvo el facultativo—. Lo que quiero revisarte es solamente la lengua”. También para los varones la aludida parte es fuente de dificultades. Los papás nos alegramos mucho cuando nuestros hijos aprenden a hablar. Más deberíamos alegrarnos cuando aprendan a callar. Innumerables veces me he arrepentido de haber hablado; de haber callado, nunca. De tu silencio eres amo; de tus palabras esclavo. Dijo un señor: “Toda mi vida he sido desdichado por causa de dos palabras que pronuncié una vez”. Alguien quiso saber: “¿Cuáles fueron esas dos palabras?”. Respondió con tono rencoroso el infeliz: “Fueron: ‘Sí, acepto’”. Aunque nada sé de relaciones internacionales —en eso me asemejo a López Obrador— alcanzo a entender que una de las mayores artes de la diplomacia consiste en saber callar. Esa útil habilidad la tuvo en la política Calvin Coolidge, presidente que fue de los Estados Unidos de 1923 a 1929. Era hombre silencioso, taciturno; hablaba poco. En un banquete oficial la invitada que tenía al lado le dijo: “Señor Presidente: aposté con mis amigas a que en esta cena le sacaría a usted más de dos palabras”. Replicó aquél a quien llamaban Silent Cal: “Perdió”. El actual embajador norteamericano en México, Ken Salazar, desaprovechó una valiosa oportunidad de quedarse callado cuando habló en favor de la reforma energética de AMLO. En esa ocasión debió quitarse el sombrero de la cabeza y ponérselo en la boca a manera de mordaza. La función de un embajador es cuidar los intereses de su país y de sus conciudadanos en la nación a la cual ha sido asignado. Está claro que esa reforma de López Obrador atenta no sólo contra el interés de Estados Unidos y de empresas estadounidenses, sino también de México, e incluso es amenaza contra el planeta. El representante yanqui tuvo que retractarse de sus palabras, pero la pata ya la había metido hasta la ingle. La próxima vez, antes de hablar cerciórese Mr. Salazar de que haya conexión entre su cerebro y esa partecita que mete en tantos problemas a las mujeres, y a los hombres también… Aún no cantaba la alondra cuando Julieta le dijo a Romeo: “Está bien que todavía no se hayan inventado las series, pero no quieras estar toda la noche a duro y dale”… Babalucas tenía un solo traje al que llamaba “Lágrimas y risas” porque lo mismo le servía para ir a funerales que a bodas o fiestas de 15 años. Cierto día notó consternado que las polillas le habían hecho un agujero al pantalón. De inmediato fue a una farmacia y le pidió al encargado algo para evitar los daños que esos insectos causan. El farmacéutico le indicó que las bolitas de naftalina eran muy buenas para combatir a las polillas, y Babalucas compró una buena dotación de ellas. Días después el de la farmacia le preguntó si las tales bolitas habían dado resultado. “Realmente no —se quejó el badulaque—. Es muy difícil atinarles con ellas a las polillas”… “Me gustaría salir contigo” —le dijo el impertinente galán a la linda chica en el antro. “Perdona que no acepte tu invitación —respondió ella—. En estos días ando sumamente preocupada por la situación de Ucrania, y no sería una buena compañía para ti”. El tipo se alejó, desconcertado. Una amiga de la chica le preguntó con extrañeza: “¿De veras te inquieta tanto el conflicto ucraniano?”. Contestó la muchacha: “Por supuesto que no. Pero cualquier pretexto es bueno para quitarte de encima a un pendejo”… FIN.
MIRADOR
Ante mi asombro me hizo varias preguntas:
—¿Escucha usted el susurrar del viento entre los pinos de esa montaña que está a 50 kilómetros de aquí?
Respondí:
—No.
Dijo:
—Yo sí lo escucho. ¿Oye usted el silbato de la locomotora que en estos momentos va pasando por Poughkeepsie, Nueva York?
—No.
—Yo sí lo oigo. ¿Alcanzó usted a percibir el suspiro que hace un momento exhaló la enamorada joven que en el otro extremo de la ciudad está pensando en su novio ausente?
—No.
—Yo sí lo percibí —dijo la tapia. Y en seguida me reclamó con irritado acento:
—¿Entonces por qué diablos ustedes dicen siempre: “Está más sordo que una tapia”?
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Se mantiene la popularidad de AMLO…”
Dos factores de importancia
que ha sabido manejar
le dan ese buen lugar:
la pobreza y la ignorancia.