La llamaré “Nené”, aunque desde luego ése no era su nombre. “Nené” por “N.N.”, No Nombre. Lo oculto para no faltar a su memoria, inolvidable. Era nuestra amiga, la de quienes nos reuníamos a diario en el café a hablar de letras y de músicas; a filosofar sobre naderías que lo son todo. Ella no filosofaba: ella vivía. Dadivosa de su cuerpo, gustaba de los placeres que en aquellos años se veían como exclusivos del varón. Iba a la cama con el que se le antojaba, y la verdad es que era muy antojadiza. Con nosotros no tenía trato de carnalidad. “Ustedes son mis amigos —explicaba—, y el sexo echa a perder muy bellas amistades”. Le preguntábamos, curiosos e indiscretos: “¿Cómo haces para no quedar embarazada?”. (Estamos hablando de épocas prepíldora). Respondía: “Conozco bien mis lunas”. Un día llegó a la mesa trayendo unos elegantes sobres, y nos repartió uno a cada uno. Eran la invitación para su boda. Se iba a casar, nos dijo con la misma naturalidad con que nos habría dicho que se iba a hacer el permanente, peinado en aquel tiempo muy de moda. Un cierto abogado, soltero setentón, le había propuesto matrimonio, no sabía ella si sabiendo o sin saber sus antecedentes peniles. Asistimos a la misa nupcial, que fue por todo lo alto, en la Catedral y con tres padres, pues el novio era de posibilidades. Al salir Nené nos vio en el atrio y fue hacia nosotros. Feliz y orgullosa nos dijo: “¡Y de blanco!”. Entre las muchas formas de discriminación de que la mujer es víctima hay una que en México no ha sido objeto de atención. Se acepta en mayor o menor grado que un hombre de edad provecta despose a una mujer joven, pero nunca se ve bien que una mujer madura se case con un hombre bastante menor que ella. Eso se pudo advertir con motivo del matrimonio de Elba Esther Gordillo con su ahora esposo. Los comentarios que al respecto se hicieron en las redes oscilaron generalmente entre lo chocarrero y lo injurioso. Eso claro, se debió en buena parte a la personalidad política de la desposada, pero también a la diferencia de edades de los contrayentes. Aunque quizá me equivoque, pienso que las organizaciones feministas debieron advertir y señalar esa actitud discriminatoria, independientemente de la persona de quien se trataba. ¿Por qué se estigmatiza en la mujer lo que en el hombre se condona, e incluso se admira? En fin, no es ésta la primera vez que tengo la impresión de que en algunas ocasiones soy más feminista que las feministas. Y no lo soy por corrección política. Lo soy, simple y sencillamente, por corrección humana… La mina estaba en lo alto del monte, y en ella había solamente hombres. Un ingeniero joven recién llegado sintió después de un par de meses las naturales urgencias de la edad vernal —o sea primaveral—, y le preguntó al sobrestante de la mina qué hacían los que estaban ahí cuando necesitaban desfogar sus ímpetus carnales. “Usamos a la mulita” —respondió el sujeto. El joven ingeniero se azaró. ¿Cómo iba a recurrir al bestialismo, en latín bestialitas, coitus cum bruto, coito con animal? Desechó de plano la idea. Pero pasaron varias semanas más, y el llamado de la concupiscencia arreció. Muy bien se ha dicho que si a la naturaleza se le cierra la puerta, entrará por la ventana. Le pidió al sobrestante, entonces, que le trajera a la mulita. El hombre le preguntó para qué la quería, y el joven le confesó, apenado, para qué. “O está usted loco o es un degenerado” —se escandalizó el de la mina. Adujo el ingeniero: “Usted me dijo que cuando sienten el deseo del sexo usan a la mulita”. “Sí —aceptó el sobrestante—, pero la usamos para ir en ella al pueblo. Ahí está la casa de mala nota”… FIN.
MIRADOR
¿Hay en el fondo del mar almas en pena como las hay en la superficie de la tierra?
El mar es un inmenso cementerio. No pensamos en eso cuando en las vacaciones nos bañamos en sus aguas. En el fondo del océano yace un número infinito de cadáveres de ahogados a lo largo de los siglos: marinos cuyo barco naufragó; hombres de guerra que quedaron sepultados en el piélago; pasajeros de navíos que se hundieron, como el “Titanic” y muchos otros cuyo nombre se olvidó.
Me pregunto si en la constante noche del abismo esos muertos salen a caminar. ¿Se asustarán los peces al mirarlos? Los hipocampos y medusas ¿huirán al verlos? ¿Se alejarán de ellos, temerosos, los gráciles delfines?
Yo pienso que si hay aparecidos en la tierra, también debe haberlos en el mar. Es cierto: ninguno de los buzos de Verne le dijo que vio uno, pero quizá lo hizo para que el escritor no fuera a burlarse de él por ser demasiado imaginativo. A lo mejor algún moderno buceador de hotel tropezó con un fantasma entre los corales, pero guardó silencio para no ahuyentar al turismo.
Quién sabe. Yo, por si las dudas, cuando voy al mar nunca me alejo demasiado de la orilla.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…AMLO les pagará a los delincuentes
para que ya no delincan…”
El delincuente es tremendo.
Me parece verlo ya:
el dinero cobrará
y seguirá delinquiendo.