“Por cada vez que me hagas el amor, deberás depositar mil pesos en esta hucha”. Eso le dijo la señora a su marido. Y añadió: “Así reuniremos en el año lo necesario para ir de vacaciones”. Al esposo le pareció excesivo ese inusitado cobro. Replicó: “Lo más que puedo aportar son 200 pesos, sobre todo tomando en cuenta que no me vas a dar factura”. Al final del año la señora le informó a su cónyuge que en la tal hucha había 300 mil pesos. “¿Cómo es eso? —se asombró el señor—. Yo te daba 200 nada más”. Replicó ella: “No todos son tan agarrados como tú”… Éste era un sujeto jaque, bravero, baladrón. Gustaba de andar a puñetazos con quien se le pusiera enfrente; buscaba pleito sin más propósito que el de dar y recibir trompadas. Supongo que una pugnacidad así es materia de psiquiatra, pues pienso que se vive mejor cuando estás en buena relación con quienes te rodean, y no si le declaras la guerra a tu prójimo y andas a mal traer con él. Pero esto ya huele a prédica o Cartilla Moral, de modo que vuelvo a mi relato. Una noche el individuo de mi cuento no hallaba a nadie con quién tomarse a golpes. Recorrió varias cantinas en busca de alguien a quién provocar, pero todas estaban vacías por razón de que era lunes, y ya se sabe que en lunes ni las gallinas ponen. Finalmente llegó a una taberna de barriada. Entró y vio a un borrachito que estaba dormido de bruces sobre la barra por efecto de las libaciones. Fue hacia él; dificultosamente se metió por abajo del beodo y le preguntó, desafiante: “¿Qué me ves?”. La belicosa actitud de ese fulano me recuerda la de López Obrador. Prácticamente cada día el Presidente de México agarra pleito con alguien, ya sea nacional o extranjero. La concordia y la armonía le son ajenas, y lo que llama “derecho de réplica” es para él ejercicio de denostación y recurso para poner en la picota a quienes en cualquier forma le muestran disidencia o crítica. Desde luego tiene sus clientes favoritos, a los que vilipendia una y otra vez con perseverante asiduidad, pero en cualquier momento le puede decir a cualquiera: “¿Qué me ves?”. Hay quienes aseguran que esas exhibiciones de beligerancia las usa para distraer la atención de la ciudadanía y que no se fije en la creciente gravedad de los problemas nacionales —salud, economía, seguridad, pobreza—, pero es imposible tapar el Sol con un dedo, y menos aún con un dedito. La evidencia de los fracasos de la administración en esos rubros y en otros más es ya tan grande y clara que no se puede ocultar con acrobacias verbales ni con repetitivos trucos de propaganda mañanera. En vez de informarnos sobre el estado que guarda la nación, AMLO nos da cuenta detallada de los ingresos de Loret de Mola, cosa que a más de no ser de su incumbencia ni de la nuestra, no reviste importancia alguna para el bien de la República, pues corresponde al ámbito de un ciudadano particular cuyo derecho a la privacidad es protegido por la misma ley. No cabe duda de que el Presidente ha dividido a los mexicanos en dos bandos cada día más enfrentados entre sí. Esa polarización hace difícil la instauración de un clima que permita poner el interés de la nación por encima de inquinas personales. Que nadie diga: “¿Qué me ves?”. Mejor digamos juntos: “Vamos a ver”… En la merienda de los jueves doña Clorilia hizo una declaración que sorprendió a las asistentes. Dijo: “Después de 20 años de casados mi marido halló por fin el modo de satisfacerme por las noches”. Una de las señoras se hizo portavoz de las demás y preguntó llena de curiosidad: “¿Qué hace tu marido para satisfacerte por las noches?”. Contestó doña Clorilia: “Se va a dormir a otro cuarto”… FIN.
MIRADOR
Jean Cusset, ateo con excepción de la vez que vio un nido de colibrí, dio un nuevo sorbo a su martini —con dos aceitunas, como siempre— y continuó:
—Yo tengo muchas dudas sobre Dios, pero mis dudas son la mejor prueba de que creo en él. Los incrédulos no dudan; los agnósticos tampoco. Sólo el que tiene fe tiene dudas. Y a mí me ha sido dado ese regalo, el de la fe. Gracias a él tengo esperanza, y la fe y la esperanza me ayudan a vivir; me dan fuerza en mi debilidad y ponen luz en mis oscuridades. Amo a mi prójimo porque siento que hay Alguien que me ama a mí. Procuro hacer el bien porque he recibido muchos bienes. Y ¿quién es ese Alguien? Es el Amor. De él venimos y hacia él vamos. Todo lo que en la vida no sea amor —Amor— es desperdicio.
Así dijo Jean Cusset. Y dio el último sorbo a su martini, con dos aceitunas, como siempre.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Por faltas al reglamento expulsan
del Abierto de Acapulco a un tenista…”
En Guerrero, según veo,
la ley es inexistente;
sólo se encuentra presente
en el citado torneo.