Tengo a honor escribir en los mejores periódicos de México. Decir esto no significa restar méritos a otros, pero los que me hacen el favor de recoger mis textos son dueños de un especial prestigio y una señera tradición. Entre ellos figura en lugar de privilegio “El Siglo de Torreón”, ícono de la Comarca Lagunera y orgullo de Coahuila. He aquí que El Siglo cumple hoy un siglo de su fundación. De esos 100 años, más de la mitad he estado yo en sus páginas. Me recibió en ellas quien de seguro es el mejor periodista que en estas tierras ha alentado: don Antonio de Juambelz y Bracho. Gran figura él del periodismo nacional, aprendiz yo de amanuense, llegué temblando a su oficina un día -lo del temblor no es figura literaria: es dato de la realidad- y le pedí la oportunidad de escribir en las páginas de El Siglo. Atrevimiento grande el mío. El Siglo era el periódico más importante de Coahuila y uno de los de mayor nombradía en México. Cuantas veces los Presidentes de la República iban a Torreón lo primero que hacían era ir a presentar sus respetos a don Antonio de Juambelz. Él me pidió que le dejara algunas muestras de mi trabajo. Luego se puso en pie -su estatura, su voz, su traza eran imponentes- y ahí terminó la entrevista. Regresé desolado a Saltillo. Pasaron días. Y una mañana iba yo por la calle de Victoria cuando desde la acera opuesta oí la sonora voz de Toño Martínez, llamado “La Bola”, vendedor de periódicos. “¡Felicidades, Catón!”. Le pregunté: “¿De qué?”. “¿Cómo de qué? -me respondió al tiempo que venía hacia mí-. De que ya va usted a escribir en El Siglo de Torreón”. Y me tendió el ejemplar del día. En la primera plana venía un recuadro: “A partir de mañana aparecerán en estas páginas las columnas del destacado periodista…”. El destacado periodista era yo. Empecé entonces una colaboración que dura hasta este día, el del centésimo aniversario. Los recuerdos me salen al paso mientras voy por la carretera de Saltillo hacia Torreón. Cuando los estudiantes de la Universidad de Coahuila propusieron mi candidatura para rector acudí a don Antonio en busca de consejo y ayuda. Antes de que pudiera yo hablar habló él. Me dijo, terminante: “El Siglo no lo va a apoyar a usted en su campaña”. Me quedé frío. No esperaba esa actitud. Continuó: “Si llega usted a rector dejará de escribir, y eso no le conviene al periódico”. Otro recuerdo. En aquel tiempo -¡qué tiempos!- enviaba yo mi columna por autobús. En una ocasión el paquete se extravió. Al tercer día recibí un telegrama urgente firmado por don Antonio: “Miles de lectores furiosos porque no ha aparecido la mejor columna de El Siglo. Si conoce usted a su autor avísele”. Respondí inmediatamente: “La mejor columna de El Siglo es 007, y usted sabe bien quién es su autor”. El autor era él. Hice poner en marco el telegrama que me envió, y lo conservo como uno de los más preciados galardones de mi carrera. Hoy rindo homenaje a la memoria de don Antonio de Juambelz, personaje señero del periodismo mexicano. Evoco a un querido amigo que en el Siglo tuve, Toño Irazoqui, amable, afable, ingeniosísimo conversador. Expreso mi gratitud y mi afecto a la familia González-Karg de Juambelz, por cuya generosidad conservo el valioso privilegio de seguir en las páginas de “El Siglo de Torreón”, monumento al periodismo lagunero, coahuilense y mexicano. Regalo de la vida fue para mí haber estado en la celebración de los 50 años del periódico. Regalo aún mayor es hallarme hoy en los festejos por el siglo del Siglo. Abrazo a “El Siglo de Torreón”, a todos los que lo han hecho y a quienes ahora lo hacen, y les digo que éstas son las mañanitas que cantaba el rey David. FIN.
MIRADOR
El pasante de medicina le contó 14 cuchilladas. Le hizo las primeras curaciones y luego nos lo entregó.
-Llévenselo a Saltillo -nos dijo-. Pero dudo que llegue vivo.
Cuando llegamos no sabíamos si vivía o estaba muerto. El médico de guardia detectó un resto de vida en él. Lo hizo llevar al quirófano. Seis o siete horas esperamos su salida. Cuando el cirujano apareció nos dijo:
-Sigue vivo, pero no creo que dure mucho. No se vayan y avisen a sus familiares.
No nos fuimos. Llamamos a su familia; debían venir pronto. Vinieron. Vivió ese día. Y el otro. Y el siguiente. Al cuarto abrió los ojos y pidió un cigarro. Su esposa dijo:
-El muy cabrón.
Y comentó don Abundio:
-Mala yerba.
Vivió. Cambió de vida. Ahora es pastor o ministro de una iglesia, y predica haciendo profusión de citas evangélicas y bíblicas. Le preguntamos:
-¿Viste algo cuando estabas ya casi muerto?
-Sí -responde-. Los vi a ustedes y le pedí a Diosito que mejor me llevara ya con él.
Otra vez dice don Abundio:
-Mala yerba.
Y repite su esposa:
-El muy cabrón.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Putin no retrocede en Ucrania…”
Al compás de Ochichornia,
si no lo paran allá,
quizá luego llegará
a Florida o California.