Mis modos de protestar son inocuos, inofensivos, inanes, inútiles e intrascendentes. No son como las protestas de la CNTE o de los normalistas de Ayotzinapa, que cada vez que protestan obtienen suculentos botines en dinero y privilegios. Yo protesto ingenuamente, con un idealismo quijotesco cuyo único mérito es el de la sinceridad. Quizás alguno de mis cuatro lectores recuerde cómo protesté por las injurias con que Trump ofendió a México y a los mexicanos: juré que no pisaría suelo americano mientras ese patán estuviera en la Casa Blanca. Cumplí cabalmente mi promesa. Durante cuatro años me abstuve de ir a los amados sitios que tengo “al otro lado”. Mi señora me dijo: “Tú y tus promesas”. Mis amigos me dijeron: “Cómo eres pendejo”. (Hay confianza entre nosotros. Nos conocemos desde niños, y no me molesta que me digan la verdad). Una cosa debo señalar en defensa de mis protestas: jamás han sido erradas. Siempre he tenido razón al protestar, como cuando le reclamé a Salinas de Gortari que usara el nombre de uno de mis personajes, Babalucas, para firmar sus mensajes de internet. Le dije: “Babalucas es un pobre inocente, y usted, no es ni una cosa ni la otra”. Tampoco he debido retractarme de mis protestas. Hace ya mucho tiempo un grupo de voladores de Papantla fue a actuar en la Feria de Saltillo. Ahí les sucedió una desgracia: falló el mecanismo que sostenía las cuerdas a las cuales iban atados, y los cuatro cayeron a plomo desde lo alto. Perecieron tres, creo recordar, y conservó la vida sólo uno. Días después el secretario general del sindicato de la Cinsa, entonces la principal fábrica de la ciudad, reunió en asamblea a los obreros y les dijo que se iba a hacer una colecta en beneficio de los voladores de Papantla. “¡Protesto! —se puso en pie, furioso, uno de los trabajadores—. ¿Cómo vamos a darles dinero a esos cabrones que son unos desgraciados y unos hijos de la rechingada?”. “Por favor, compañero —se consternó el secretario—. ¿Por qué dice usted eso de los voladores de Papantla?”. “¿Los voladores de Papantla? —se azaró el que protestaba—. Ah, perdón. Yo oí que la colecta era para los veladores de la planta”. Nunca me he equivocado yo en mis protestas. Anoche, por ejemplo, protesté contra ese hijo de puta que se llama Putin. Mi protesta fue, como de costumbre, cándida. Me gusta mucho el vodka desde aquel día que me hallé en San Petersburgo con un frío de 25 grados Celsius bajo cero. Había hecho el viaje hasta esa lejanísima, hermosísima ciudad con un solo propósito: ver en el Hermitage “El retorno del hijo pródigo”, de Rembrandt. No deseaba mirar el cuadro tanto por razones estéticas como por íntimos motivos relacionados con mi fe: quería fortalecer con la visión de esa maravillosa obra mi certidumbre de que Dios es amor, de que la misericordia del Padre es infinita. Horas pasé ante la pintura, y tres o cuatro veces más regresé a verla. En uno de esos días fui a un restorán, y el mesero puso ante mí un vaso que creí contenía agua. De un solo trago apuré la mitad. No era agua: era vodka. En mi vida he vuelto a sentir frío. Se entenderá lo agradecido que estoy con el fuerte licor ruso. Pues bien: anoche saqué la botella de vodka que tenía en mi casa y la vacié en el fregadero de la cocina. Quedaba sólo una tercera parte del líquido, lo confieso, pero eso no quita mérito a mi acción. Porque es de saberse que tiré el vodka como protesta por la hitleriana acción de Putin en contra de Ucrania. ¿Ingenua mi manera de protestar? Lo sé. Pero al menos mostré mi indignación, no como nuestro Gobierno, que tan tibio se ha visto ante ese grave atentado de lesa humanidad… FIN.
MIRADOR
¿Cuántos años tenía yo de no ir a esa pequeña iglesia? 60 casi. La última vez que estuve ahí fue el 24 de diciembre del 62, para oír la Misa de Gallo con mi novia.
Recordé las vigas de madera que sostienen la techumbre. Ahí están todavía, homenaje a nuestros ancestros, que sabían cortar los árboles a su debido tiempo y trabajar en la debida forma la madera.
El Calvario. Así se llama el antiguo templo. Está en una callejuela tan escondida que es difícil de encontrar para quienes no sean sus feligreses. Cuando la caminé esa Nochebuena, de la mano de aquella muchachita de 17 años, la calleja estaba todavía empedrada.
Ayer acudí a la iglesia del Calvario a fin de no olvidar que estoy hecho de polvo, y que al polvo habré de regresar. Fui a tomar la ceniza, como antes se decía. Casi no se usan ya los jesusitos, que así se llamaban las señales de ceniza en la frente. (López Velarde usa la palabra en uno de sus poemas). Ahora se vierte un poco de ceniza sobre la cabeza del penitente. Tampoco se recita ya el Memento: “Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”.
Cambian los tiempos. O cambiamos nosotros, que es lo mismo. Nuestro destino, sin embargo, es el de todos los hombres que han sido, que son y que serán.
Miércoles de Ceniza. De ceniza.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…La Cuaresma comenzó…”
Se notó poco el suceso,
pues la devoción se diezma.
Muchos que oyen “la Cuaresma”
preguntan luego: “¿Qué es eso?”.