Llegó la Lujuria. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, Lujuria”. Llegó la Envidia. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, Envidia”. Llegó la Gula. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, Gula”. Llegó la Pereza. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, Pereza”. Llegó la Avaricia. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, Avaricia”. Llegó la Ira. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, Ira”. Llegó la Soberbia. Y los demás pecados le dijeron: “Hola, mamá”. La soberbia, en efecto, es la madre de todos los pecados. Es su origen. Fue la que incitó a Lucifer a rebelarse contra su Señor al grito de “Non serviam!”; “¡No serviré!”. En el terreno de lo humano, la soberbia acompaña al poder como la sombra al cuerpo. Difícilmente el poderoso dejará de ser soberbio. Se sentirá absoluto, o sea absuelto de cumplir las leyes, reglas y deberes que a los demás obligan, y creerá que puede hacer y deshacer a su capricho, sobre todo si aquel a quien la fortuna política encumbró es persona de pocas letras y deficiente educación. Tal es el caso de Jaime Rodríguez, conocido como “El Bronco”, ex-gobernador de Nuevo León. Magnífico candidato, fincó su resonante triunfo electoral en la promesa de castigar la corrupción, vicio del cual los nuevoleoneses estaban hartos ya. Como gobernante, sin embargo, “El Bronco” fue una absoluta decepción, y en su Gobierno se señalaron corrupciones iguales o mayores que en el de su antecesor. Aun así lo poseyó la soberbia, y llegó a creerse capaz de llegar a Presidente de la República, no obstante el desastre que ya para entonces era su administración. Fue con ese motivo que habría cometido el presunto delito electoral del que ahora se le acusa y por el cual fue detenido. Otros ilícitos le buscarán seguramente, pues esto no tiene traza de ser mero escarceo político, sino meditada acción que quizás alcanzará después a otras personas cercanas al ex-gobernador y que según indicios obtuvieron provecho indebido de su cercanía. Por lo pronto me causó tristeza ver al antes desparpajado y autosuficiente “Bronco” reducido a la condición de reo en las fotografías que con la complacencia del actual gobernador, si no es que por su orden, se tomaron del político en desgracia y se hicieron circular profusamente. “Las torres que en el cielo se creyeron…”, dice la canción… Susiflor le confió a Dulcilí: “Ya no estoy tomando anticonceptivos. Les temo a los efectos colaterales”. “Yo los sigo tomando” —acotó Dulcilí—. Les temo a los efectos frontales”… La esposa le hizo prometer a su marido que jamás abriría la caja que ella puso abajo de la cama desde el primer día de casados. Cuando cumplieron 25 años de matrimonio, sin embargo, la curiosidad pudo más que la promesa, y el hombre abrió la caja. Dentro había tres nueces y varios fajos de billetes que en total sumaban más de 100 mil pesos. La noche del aniversario los esposos fueron a celebrar la ocasión con una cena en restorán de lujo. Animado por dos o tres copas de buen vino el hombre le confesó a su mujer que había abierto la caja, y le preguntó por qué tenía ahí esas tres nueces. Ella, también bajo el influjo de las libaciones, le hizo su propia confesión: “Desde que nos casamos me prometí que cada vez que te fuera infiel pondría una nuez en esa caja, a fin de llevar la contabilidad”. Manifestó el marido: “Me indigna y me entristece al mismo tiempo tu declaración. Pero, en fin: tres veces en el curso de 25 años no es mucho. Una vez cada 8 años es un promedio relativamente bajo. Pero dime: ¿y esos 100 mil pesos que tienes también en la caja?”. Explicó la señora: “Cada vez que juntaba un kilo de nueces lo vendía”… FIN.
MIRADOR
Cuando en el Potrero llueve, los potrereños creemos en Dios. Si la sequía se alarga, caemos en tentaciones de ateísmo. Y es que la lluvia es el pan nuestro de cada día. Si no hay agua, no hay vida.
Con la esperanza puesta en lo alto hice plantar cien pinitos nuevos a la orilla del camino. A cada uno le echamos una tina de agua —cubeta o balde, dicen por acá—, pero la tierra se la bebió, avara, y los arbolitos están ahora tristes. Si no llueve pronto esa tristeza los hará morir. Y es cosa triste que un arbolito muera de tristeza.
Ayer don Abundio sugirió que saquemos en procesión la imagen de Nuestra Señora de la Luz para que le pida a su Hijo que nos mande el agua. Doña Rosa, su mujer, lo reprendió:
—Tú te das golpes de pecho nomás cuando te atragantas.
Replicó el viejo:
—Para pedir nunca es tarde, aunque Dios se tarde en dar.
Pienso en los arbolitos que se mueren de sed a la orilla del camino, y me entristezco.
—Señor: te cambio mis pinitos por tu lluvia.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…‘El Bronco’ en la cárcel…”
De la noticia que cito
miré una fotografía,
y ‘El Bronco’ ya se veía
ahí bastante mansito.