“Soy el marido ofendido”. Esas palabras le espetó el cónyuge engañado al querindongo de su mujer en la cantina. Se levantó de la mesa el individuo. Medía 1.90 de estatura, tenía músculos de toro y puños como yunque de herrador. El esposo se apresuró a aclarar: “Bueno, no tan ofendido”… El tipo que iba en su viejo cochecito compacto rebasó al joven ricachón que manejaba su auto deportivo de lujo último modelo. Molesto por esa transgresión a las clases sociales, el boquirrubio alcanzó al del carrito, le mentó la mamá con cinco bocinazos y le hizo seña de que se detuviera a fin de darle una lección. Se orillaron los dos y se bajaron de sus respectivos automóviles. El conductor del vehículo de lujo era chaparro, tilico, petiso y desmedrado. El otro, en cambio, que se había desdoblado para bajar de su diminuto cochecito, era alto, fuerte, lacertoso y amenazador. Lo vio el enclenque del carrazo y le preguntó con tremulosa voz: “¿Se vale rajarse?”. Al tipo le ganó la risa; cada uno se fue por su lado y ahí terminó el pleito. Will Smith añadió un nuevo párrafo al profuso anecdotario de las ceremonias de la entrega del Óscar. Propinó una sonora bofetada al presentador del acto de este año, quien ciertamente hizo un chiste del peor gusto a propósito de una enfermedad sufrida por la esposa del actor. Sucede que el humor norteamericano es chingativo. Se basa en buena parte en el insulto, que el afectado debe soportar, y aun celebrar con risa de conejo. El buen humor, el humor bueno, consiste en reír con, no en reír de. Quien trata de lucirse a costa de su prójimo muestra una pobre calidad humana; su risa suena a vidrios rotos, y en vez de propiciar alegría y cordialidad exhibe envidia y amargura. Yo me he topado con algunos de esos especímenes que enturbiaron con sus necias agresiones y su humor agrio y ofensivo momentos que pudieron guardarse en la memoria, gratos y de buena amistad, y que en vez de eso dejaron sólo malos recuerdos. Habrá quienes condenarán, justificarán otros el acto de violencia con que Will Smith respondió al pedestre humor de quien quiso hacer reír aludiendo a la enfermedad de su esposa. En todo caso será útil recordar siempre la conocida regla de oro: “No hagas a otro lo que no quieras que el otro te haga a ti”… En el bungalow nupcial del hotel ecológico los recién casados procedieron a la consumación del matrimonio. Lo hicieron en la clásica y tradicional posición del misionero, que es la de más uso en las primeras veces. Ya después se agarra más confianza, y los amantes, si no tienen inhibiciones o escrúpulos de moralina, ponen en práctica otras posturas aprendidas en libros como “The joy of sex”, o producto de su propia inventiva y creatividad. En eso estaban cuando se abrió de pronto la ventana de la habitación y asomó la cabeza un antiguo novio de la desposada. Le dijo con acento desolado: “¿Significa esto, Loretela, que ahora sí ya todo ha terminado entre nosotros?”… La señorita Himenia, célibe de bastantes abriles, le preguntó al guapo boy scout que llegó a su casa a venderle galletitas: “Dime, joven escultista: ¿ya hiciste tu buena obra del día?”. “Sí, señorita —contestó el muchacho—. Ya la hice”. Volvió a inquirir Himenia: “¿Y de la noche?”… La esposa de don Feblicio le sirvió en la cena un gran vaso de yogurt con miel de abeja, semillas de girasol, polen, hierba damiana, aceite de oliva, hojas de alfalfa y polvos vitamínicos diversos. “¡Caramba! —exclamó el provecto señor al ver esa nutritiva poción alimenticia—. ¡Esto está como para levantar muertos!”. Respondió con tono hosco la señora: “No son muertos lo que quiero que se levante”… FIN.
MIRADOR
Entre los lobos hay una frase que se ha repetido a lo largo de las generaciones. Dice: “El lobo es el hombre del lobo”.
Entre los lobos los hombres no gozan de buena fama. Se les considera animales carniceros. Cuando la noche es muy oscura los lobos dicen: “Está como boca de hombre”. Un lobo escribió un poema que se llama “Los motivos del hombre”, y los lobitos gustan de escuchar un cuento titulado “Caperucita Roja y el Hombre Feroz”.
Me explico esa inquina que los lobos tienen contra el hombre. Los lobos obedecen a su instinto, y sólo matan para alimentarse. Los hombres, en cambio, siguen su ambición —de dinero, de poder, de fama—, y matan por maldad, o por el mero placer de matar.
No comparemos al hombre con el lobo.
En la comparación saldrá perdiendo el hombre.
MANGANITAS
“…Violencia en la ceremonia de los Óscar…”
Noticia no confirmada
dice en modo extraoficial
que habrá un Óscar especial
a la mejor bofetada.