“¿Qué está haciendo usted?” —le preguntó airadamente el individuo al médico que estaba tratando a su mujer. Turbado, balbuceó el facultativo: “Le estoy tomando la temperatura a su esposa”. “Por el momento le creeré —repuso el hombre—. Pero si cuando saque usted esa cosa veo que no tiene números, se las va a entender conmigo”… Al lado izquierdo de su eminente busto, la bien dotada mesera llevaba el gafete con su nombre: Luella. Un cliente algo achispado se quitó ceremoniosamente la gorra que llevaba puesta y le pidió: “Dígame por favor, cómo se llama la otra, para presentarle también mis respetos”… Una corista le comentó a su amiga: “Voy a cambiar mi cama individual por una matrimonial”. “Ya veo —acotó la amiga—. Vas a ampliar el negocio”… Yo tengo para mí que López Obrador ni piensa lo que dice, ni dice lo que verdaderamente piensa. Su desafortunada frase: “No me vengan con el cuento de que la ley es la ley” muestra ya sin lugar a duda alguna que es un lobo con piel de lobo. Una declaración así es propia de dictadores, de gobernantes absolutos que ponen su voluntad por encima del orden jurídico y las instituciones. Amigos por quienes siento afecto y reconocimiento, personas cuyo buen juicio y sentido de prudencia admiro, llaman a no participar en la votación del próximo domingo, que consideran farsa urdida por López para favorecer el interés de Obrador. La gran mayoría de la gente con la que he hablado a este respecto comparte esa opinión, y no acudirá a las urnas. Me apena disentir de su punto de vista, basado en múltiples razones, y de peso, pero mi postura se finca en el pensamiento de que la abstención, si bien expresa una posición política, carece de resultado real. Yo no le di mi voto a López Obrador en la elección presidencial. No he tenido que arrepentirme, pues, de haberlo elegido. El domingo iré a votar por que este hombre que tanto daño le está haciendo a México se vaya a su casa. Pienso que en el tiempo que le queda de estar en el poder acentuará aún más su talante autocrático, se revelará en mayor medida como un dictador y tomará medidas extremas que lesionarán los legítimos derechos de incontables mexicanos. Además tratará de instaurar un maximato para seguir mandando a través de interpósita persona. Cuando todo eso suceda, que de seguro habrá de suceder, no quiero sentir pena por no haber ido a votar por su salida cuando pude hacerlo. No estoy llamando a nadie a participar en la votación del próximo domingo. Soy respetuoso de la opinión de cada quien, y entiendo las razones que los opositores de ese acto esgrimen para fundamentar su no participación en él. Pero estoy firmemente convencido de que quien no actué el domingo como actuaré yo cometerá un error gravísimo. Y ¿cómo actuaré yo? Conforme a mi conciencia, nada más. Si cada quien actúa conforme a la suya, en un sentido o en otro, todos habremos cumplido nuestro deber… “La felicito —le dijo el empleado municipal a doña Rugantina—. Generalmente las señoras ponen en su credencial una foto de cuando eran bastante más jóvenes. Usted, en cambio, puso una fotografía actual”. “Lo que está viendo no es mi foto —lo corrigió la mujer con tono agrio—. Es mi huella digital”… Hacía apenas un mes que don Chinguetas había sido sometido a una delicada operación quirúrgica, y sin embargo doña Macalota, su esposa, que regresó de un viaje inesperadamente, lo sorprendió en el lecho conyugal en compañía de una estupenda morenaza. Antes de que la estupefacta señora pudiera articular palabra, le dijo su casquivano marido: “Revisa la lista de las cosas que me prohibió el médico, y verás que ésta no se encuentra entre ellas”… FIN.
MIRADOR
¿Tiene esta flor nombre de mujer, o tiene esta mujer nombre de flor?
Margarita se llama la flor.
Margarita se llama la mujer.
La flor es blanca y rubia.
La mujer también.
La flor sabe lo que ninguna otra flor sabe: puede adivinar el amor y predecir el desamor.
La mujer es dueña del saber que todas las mujeres poseen: sabe cuándo amar y cuándo desamar.
Si alguien dice la palabra “margarita” no pienso en una flor. Pienso en una mujer. En aquélla por la que Fausto, el viejo que se hizo joven, el joven que se hizo viejo, conoció el Cielo y el Infierno y tuvo tratos con Dios y con el Diablo.
Por él, por Fausto, Margarita perdió su inocencia de flor y de mujer. Por él subió también al Cielo y descendió a los Infiernos.
A fin de cuentas, eso es el amor: Infierno y Cielo. Quien ama conoce esos dos territorios. En ambos vive, y al final aprende que el Infierno en compañía de la mujer amada es Cielo, y el Cielo sin ella, es un Infierno.
Dime, margarita, flor, lo que me dirá esa mujer.
Dime, Margarita, mujer, lo que me dirá esa flor.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“… ‘No me vengan con el cuento de que la ley es la ley’: AMLO…”
Cuando esa frase enunció
sobre el concepto de ley,
AMLO dijo, como el rey,
lo de “El Estado soy yo”.