La historia que hoy daré a la estampa tiene un final dramático que de seguro habrá de conmover a los lectores de corazón sensible. La trama de mi relato —no histórico, pero sí verídico— tiene por escenario una hacienda mexicana del porfiriato, y sus personajes principales son los que a continuación menciono. Don Escipión, el hacendado, viudo desde hacía algunos años. Su hija única y adorada, Tefanita —Estefanía de nombre—, joven y hermosa muchacha casadera. El Juanón, apuesto mancebo, peón de la finca. Pancho el juellero, así nombrado porque era experto en seguir huellas de hombres y animales: los ladrones de caballos; el jaguar que mataba las reses y al que había que cazar. Una mañana la fiel criada de la casa se apresuró llena de angustia hacia el despacho en el cual don Escipión, tras consumir su magro desayuno, empezaba a atender los asuntos de la hacienda. “¡Patrón! —le informó temblorosa a su señor—. ¡La niña Tefanita no amaneció en su cuarto!”. “¿Cómo que no amaneció en su cuarto? —frunció el ceño el hacendado—. ¿Entonces dónde está?”. “No lo sé —gimió la sirvienta—. La busqué por todas partes sin hallarla. Tampoco encontré su bolsa de viaje”. “¡Maldición! —rugió el padre de la joven—. Llamen al Juanón, que forme una partida de hombres para ir a buscarla”. Bajó la vista la vieja criada, y dando vuelta entre sus manos a las puntas del rebozo se atrevió a dar a su señor el resto de la fatal noticia: “Tampoco el Juanón aparece, patroncito. Yo creo que los dos se juyeron”. Don Escipión rugió con más fuerza aún que en la ocasión anterior. Ordenó a los rancheros que se habían juntado a las puertas del despacho: “¡A los caballos! ¡Y llamen a Pancho el juellero! ¡Vamos a seguirlos y a alcanzarlos antes de que suceda lo irreparable!”. Llegó al punto el juellero y junto con el enfurecido padre y los jinetes empezó a seguir las huellas de los amantes fugitivos. “Por aquí salieron de la hacienda, jefe —dijo a su patrón señalándole unas huellas en el polvo—. Van a pie. Mire: los piecitos de la Tefanita y las patotas del Juanón”. “Pronto los alcanzaremos —decretó el hacendado—. Nosotros vamos a caballo; el canalla no tendrá tiempo de consumar su ruin propósito. ¡Sigamos!”. Luego de cabalgar por un buen rato dijo Pancho: “Por aquí pasaron, señor. Mire: los piecitos de la Tefanita y las patotas del Juanón”. Prosiguió la cabalgata, y la intuición y experiencia del juellero lo llevaron hasta las arenas del cercano río. Ahí se detuvo de repente. Observó con atención profunda las huellas en la arena y le anunció, consternado, al padre de la joven: “Demasiado tarde, patrón”. “¡Cómo que demasiado tarde, imbécil! —rugió el hacendado con mayor fuerza aún que las anteriores—. ¿Por qué dices eso?”. Sí, patroncito” —corroboró el juellero cariacontecido. Y mostrándole las huellas en la arena le indicó: “Mire: las pomponotas de la Tefanita y las rodillitas del Juanón”… Cuando las leyes y las instituciones de un país están en riesgo, ese país se encuentra en riesgo. Cuando la voluntad de un hombre prevalece sobre el orden jurídico de una nación, todos sus habitantes están amenazados. Es el caso de México. El caprichoso arbitrio de un Presidente que mandó al diablo las instituciones y que ha exigido que no le vengan con que la ley es la ley hace que nuestra patria sufra hoy por hoy los nocivos efectos de un Gobierno personalista, autoritario y con visos de dictatorial. Defendamos la legalidad y las instituciones. Denunciemos los abusos de poder de quien se siente dueño de la nación, y levantemos nuestra voz frente a él. No esperemos a que sea demasiado tarde… FIN.
MIRADOR
Este niño nos mira desde un mundo que no sabe qué mundo es.
Su mundo era el de su casa; el de mamá y papá; el de su hermana mayor; el de su perro y sus juguetes; el de la escuela, su maestra y sus compañeritos.
Un día escuchó un ruido parecido al de los cohetes del 4 de julio y luego sintió en el pecho un golpe duro, extraño. Cayó al suelo como empujado por alguien; se le nubló la vista y no pudo ya ver nada.
Yo sé por qué no pudo ya ver nada; por qué no sintió nada ya. Estaba muerto. Una bala lo había atravesado de parte a parte como a un conejito, como a un cervatillo, como a un muñequito de trapo.
Pero no era un muñeco, ni era un animalito. Era un niño. Tenía muchas fiestas de cumpleaños por delante. Muchos juegos con sus amiguitos. Muchas veces de ir a comer pizza o helados con sus papás y su hermana. Tenía por delante mucha vida; mucho amor.
Lo mató un perturbado del alma y de la mente que pudo comprar un arma como se compra un pan. Lo mató una asociación que defiende a los fabricantes de armas.
Desde un mundo que no sabe de qué mundo es este niño mira nuestro mundo. Ya no tiene vida. Se la quitaron los que venden muerte.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“… Aparece un virus que
entra al cuerpo por el recto…”
Mil enfermedades locas
han aparecido ya.
Ahora también “allá”
llevaremos tapabocas.