“¡Pero, papá! ¡Esa mujer con la que usted quiere casarse está toda agujerada!”. Tal cosa le dijeron los hijos de don Zenón —y sobre todo las hijas— cuando el maduro señor, viudo, les anunció su propósito de contraer segundas nupcias. La novia, en efecto, gozaba de merecida fama pública. Había tenido trato con la mitad de los hombres del pueblo, y la otra mitad aguardaba turno con fundadas esperanzas. Pero don Zenón sabía que la muchacha era de buen fondo, y que sería una buena esposa. Así, cuando sus hijos le dijeron aquello de que la mujer estaba toda agujerada, dio una contestación al mismo tiempo sabia y terminante. Respondió: “Qué importa. No la quiero para cargar agua”. Frase al mismo tiempo llena de sentido común y pragmatismo. Lo digo por Nonito, ingenuo joven que no sabía nada de las cosas de la vida. Se casó y fue de luna de miel con su flamante desposada. Al regreso del viaje nupcial los amigos de Nonito le preguntaron, curiosos y traviesos, cómo le había ido con su novia. “¡Muy bien! —respondió él, feliz—. Actuó de tal manera que estoy seguro de una de estas noches me permitirá que le haga el amor”… El SAT está desatado. De organismo recaudador se ha convertido en instrumento persecutor. Incontables mexicanos, los más de ellos de condición económica débil, han recibido requerimientos de cobro que los hacen tener que acudir a las oficinas de la dependencia a fin de aclarar su situación. Este lunes pasé a las 7 de la mañana frente al edificio del SAT de mi ciudad, camino a Radio Concierto, y vi una larga fila de mujeres y hombres que habían madrugado y estaban ahí desde hacía horas esperando a que se abrieran las puertas del local para entrar, seguramente con temor e inquietud, a averiguar la causa por la cual fueron citados. Pienso que los cobradores están hurgando hasta en los últimos rincones, y arañando aquí y allá a efecto de sacar dinero de donde puedan para dárselo a López Obrador y que pueda seguir manteniendo su clientela electoral y costeando sus costosas, suntuosas y dudosas obras. Lo único bueno de todo esto tan malo es que AMLO se está enajenando la voluntad de cientos de miles de ciudadanos cuya tranquilidad y paz se han visto alteradas con estos requerimientos hacendarios que en ocasiones toman forma de citatorios policíacos. En eso consiste el populismo: con una mano da; con la otra, quita. Y si da uno, quita dos. Por ahora sigamos en el tren en el cual nos ha hecho subir la 4T. La siguiente estación es la ruina del país… Lo prometido es deuda. (Los pesimistas dicen que más bien es duda). Cumplo mi promesa de narrar hoy un cuento con alto contenido sicalíptico. Cierto maduro y riquísimo magnate llegado de un país de oriente se prendó de una bella call girl occidental y le propuso matrimonio. La hermosa daifa no se sentía atraída por los lazos de himeneo, de modo que puso onerosas condiciones antes de darle el sí a su ardiente galán. Le dijo: “El hombre que se case conmigo debe comprarme un departamento frente a Central Park en Nueva York, una villa en la Toscana, un hotel en París, un jet privado, un yate y una bolsa grande de pan de pulque de Saltillo”. “¡Complo, complo!” —exclamó con vehemencia el pretendiente. “Además —añadió la mesalina— debe regalarme cinco anillos de brillantes, cuatro ajorcas de rubíes, tres brazaletes de esmeraldas, dos collares de perlas y una tiara de diamantes”. “¡Legalo, legalo!” —prorrumpió el magnate. “También —concluyó la mujer—, el hombre que conmigo se case deberá tener 30 centímetros de varonía”. Prometió el oriental, arrebatado: “¡Colto, colto!”… (No le entendí). FIN.
MIRADOR
Debo estar loco.
Pasado ya el sobresalto del coronavirus se están volviendo a abrir los caminos que antes de la pandemia recorría este juglar.
La última semana peroré en Tampico, Guadalajara y Puerto Vallarta, y terminé la jornada con sendas pláticas el domingo: por la mañana una, en Monclova; por la tarde otra, en Saltillo, mi ciudad.
A mis años debería estar yo en un sillón, con una cobijita en las rodillas, bebiendo a sorbos lentos una tacita de té de manzanilla o yerbanís. Pero el camino me llama todavía, y a pesar de los ruegos de mi esposa, mis hijos y mis nietos, y de los afectuosos consejos de mis buenos amigos, no puedo desoír su voz.
Y es que del camino traigo recuerdos hermosísimos que me acompañarán el resto de mi vida. Bien sé que pronto habré de estar —si bien me va— en un sillón, con una cobijita en las rodillas, bebiendo a sorbos lentos una tacita de té de manzanilla o yerbanís. Pero entonces podré decirme a mí mismo con amorosa nostalgia tibia y suave:
—¿Te acuerdas?
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“… Alito, el dirigente del PRI, anda por los suelos…”
Con esa opinión coincido,
y me parece muy bien.
(Puedo añadir que también
ahí trae a su partido).