90 años de edad tenía doña Lutecia cuando una de sus bisnietas le hizo una pregunta: “Mamá Lu: ¿qué es un amante?”. La anciana se dio un gran golpe en la frente, como si de pronto hubiese recordado algo que tenía en olvido. Apresuradamente abrió con la gran llave la puerta del alto ropero de su alcoba. Del interior cayó un esqueleto… El duque Sopanela recibió a su maestro de capilla, que le presentó a un nuevo músico. “Toca violín y viola” —le indicó. Frunció el entrecejo el señor duque y comentó, severo: “Incompatibles ejercicios ambos, a fe mía”… Don Chinguetas le dijo con tono de molestia a su mujer: “Cuando yo era soltero vivía en un pobre y pequeño departamento y me movía en un cochecito compacto de modelo atrasado, pero a cambio tenía mujeres morenas, rubias y pelirrojas. Ahora vivo en una residencia lujosa y manejo un coche deportivo del año, pero a cambio te tengo solamente a ti”. Le contestó doña Macalota: “Vuelve a tener mujeres morenas, rubias y pelirrojas, y yo me encargaré de que vivas otra vez en un pobre y pequeño departamento y que te muevas en un cochecito compacto de modelo atrasado”… En el principio era el Verbo. Se enojarán quizás el adverbio, el adjetivo, el nombre o sustantivo, el pronombre, la conjunción, la interjección, el artículo y la preposición, pero la frase dice que en el principio era el Verbo, y no soy quién para modificarla. Yo amo las palabras, no porque de ellas vivo, sino porque por ellas soy. En efecto la palabra, hablada y escrita, es lo que nos hace ser humanos. Hay quienes la pervierten; la usan para mentir o agraviar, para engañar al pueblo o sojuzgarlo. Otros la degradan hasta darle su propio nivel: escuchar los audios que le grabaron al mentado “Alito”, dirigente nacional del PRI, es asomarse a lo más bajo de la estulticia, la ignorancia y la deshonestidad. Por eso merecen homenaje las mujeres y hombres que hacen de la palabra un atributo humano al servicio de la belleza, la verdad, el bien. José María Fraustro Siller, alcalde de Saltillo, mi ciudad, creó a través del Instituto Municipal de Cultura un programa llamado “Profetas en su tierra”, tendiente a reconocer la obra de quienes han dado lo mejor de sí mismos a su comunidad. La primera persona en recibir el galardón fue una profesora de Literatura, la maestra Sanjuanita Torres Ruiz, quien dedicó su vida a la enseñanza de las letras tanto en la Universidad Autónoma de Coahuila como en la de Nuevo León. Admirada por sus estudiantes y —más importante aún— querida por ellos, su magisterio fue noble ejercicio cumplido calladamente, sin alardes, con modestia que llegaba a la humildad. El alcalde Fraustro Siller escogió como sitio para entregar esa presea el Teatro de Cámara de Radio Concierto, de modo que también nosotros nos vimos honrados con el homenaje que se rindió a la maestra Torres Ruiz, al cual nos unimos dedicándole nuestra programación del mes y dando a conocer su fecunda vida y obra a través de mensajes que se trasmiten diariamente. Saltillo ha sido siempre una ciudad de cultura, y sabe honrar a quienes mantienen y perpetúan esa tradición. La profesora Sanjuanita merece sobradamente la presea que recibió de manos del alcalde saltillense. Quien mucho siembra mucho ha de cosechar… Un turista mexicano se topó en Roma con un paisano de su pueblo. El hombre se veía bien acomodado, próspero. Le preguntó el visitante: “¿A qué te dedicas aquí?”. Replicó el paisano: “Pelo papas”. El otro se asombró: “¿Pelando papas en algún restorán has hecho fortuna?”. “No me entendiste —aclaró el paisano—. Pelo papas. Soy el peluquero oficial del Vaticano”… FIN.
MIRADOR
Hablemos del Padre y del Hijo. Del Espíritu Santo hablaremos después, cuando él nos lo inspire.
El Hijo hacía grandes milagros. Resucitaba muertos. Curaba leprosos. Aquietaba las tempestades marinas. Era joven; gustaba de lo espectacular.
En un principio el Padre también hacía esos prodigios asombrosos. Hacía llover 40 días y 40 noches. Confundía la lengua de los hombres. Hacía llover fuego sobre las ciudades. Pero con los años se volvió más sabio, y ahora hace milagros no a su medida, sino a la
nuestra.
Por ejemplo, nos da el pan, el techo y el
vestido.
El primer día de este mes, como el día primero de cada uno, encendí una vela cuya flama ardió desde la madrugada hasta el anochecer. Su luz me recuerda que eso que considero cosa de todos los días es en verdad un milagro.
Por él doy gracias al autor de todos los milagros.
De los pequeños, como calmar la tempestad marina, y de los grandes, como tener sobre la mesa un pan.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…Viruela del mono…”
Cierto gramático eximio
presentó una aclaración
bastante puesta en razón:
“Mono se refiere al simio”.