Afligida, llena de compunción, atribulada, poseída por pesadumbre inmensa, dolorida, presa de abatimiento y de congoja, invadida por la tristeza y el pesar, mustia y cuitada, con gran melancolía y desconsuelo, una señora les contó a sus amigas: “Mi marido y yo fuimos a Cancún. Veía él a las chicas en la playa y la alberca y me decía que una piel dorada es muy sexy. Cuando regresamos comencé a asolearme en el jardín todos los días hasta que mi cuerpo adquirió una tonalidad color canela que me pareció sensual. ¡Y ahora él ya no quiere nada conmigo! ¡Dice que le recuerdo al portafolios que usa en su oficina!”… De tres entes lo esperamos todo la mayoría de los mexicanos: de la Virgen de Guadalupe, de la suerte y del Gobierno. Para el creyente es dable esperarlo todo de la Guadalupana, porque la fe todo lo espera, y muchas veces lo alcanza todo. En la canija y veleidosa suerte no hay que depositar esperanza alguna, antes bien debemos recordar la aleccionadora cuarteta que aprendí en mis años de colegial infantil: “De la suerte nunca esperes / ni dinero ni ventura. / Trabaja, niño, si quieres / ser dueño de una fortuna”. Más riesgoso aún es esperarlo todo del Gobierno, y menos aún del actual, que tantas promesas ha incumplido y tantas expectativas ha defraudado. Acostumbrados durante décadas a un estatismo a ultranza, nos habituamos a pensar en el Gobierno como en una especie de Júpiter Olímpico de cuyas manos derivan todos los bienes y los males todos. Así llegamos a abdicar de las infinitas posibilidades de acción que el ciudadano tiene. Lo que a continuación diré no es una prédica moral, y menos todavía una recomendación. Es la expresión de una utopía. Todos deberíamos aportar algo, en la medida de las posibilidades de cada uno, a la tarea de cambiar las cosas, que tan complicadas se ven, y tan llenas de peligrosos riesgos. Aunque parezca increíble, una opinión publicada en el periódico o en las redes sociales; un mensaje enviado a la autoridad, al funcionario o representante que corresponda; nuestro voto en una elección, pueden llegar a ser factor importante de cambio, sobre todo si esa participación se multiplica. No piense nadie que sus ideas o su voluntad no cuentan. No han contado porque no las hemos manifestado ni ejercido. Parafraseando a Kennedy, ya no pensemos tanto en qué pueden hacer los gobernantes por nosotros, sino en qué podemos hacer nosotros para impulsar un cambio positivo en el país y para evitar su ruina… Un granjero relataba: “El otro día sopló un viento tan fuerte que vi a una gallina poner tres veces el mismo huevo”… Un señor pálido y espiritado llegó con el doctor. “Sufro una continua cefalalgia, jaqueca, migraña o dolor de cabeza” —le dijo con voz desfallecida. “¿Fuma usted?” —preguntó el médico. “Nunca he fumado —respondió el individuo—. Mi cuerpo es templo del espíritu: no puedo profanarlo inhalando nocivo, sucio y vil humo de cigarro”. “Muy bien —dijo el galeno—. ¿Bebe?”. “¡De ninguna manera! —se indignó sobremanera el hombre—. ¿Cómo me cree capaz de semejante pecado contra la templanza, que es una de las cuatro virtudes cardinales?”. “Perdone mi indiscreción —se disculpó el médico—. ¿Usa el sexo?”. “¡Jamás! —replicó el individuo con gran dignidad y aire de ofendido—. ‘La bestia de las dos espaldas’, como muy bien llamó Guillermo Shakespeare al ayuntamiento carnal, es cosa impúdica y vitanda que rechazo con todas las fuerzas de mi ser. Soy casto y honesto, señor mío”. “Perfectamente —dijo en ese punto el médico—. Entonces creo ya saber el motivo de su dolor de cabeza”. “¿Cuál es?” —preguntó el hombre. Dictaminó el facultativo: “Le está apretando la aureola”… FIN.
MIRADOR
Aparte de ese gran libro que escribió el gran autor en millones de tomos y que se llama la Naturaleza, no hay cosa mejor que los buenos libros escritos por los hombres. Yo me entristezco al ver una casa sin libros, porque es como si no tuviera puertas o ventanas. Los libros son la voz viva de los muertos. En ellos está todo lo que pensaron los mejores ejemplares de la especie humana. Cuando entro en una biblioteca escucho mil voces que me llaman como en una hermosa feria: “¡Eh, ven aquí! Soy Homero y te quiero contar algo muy interesante que le pasó a Ulises en su camino a Ítaca!”. “¡Hey, acércate! Soy Shakespeare y voy a hablarte acerca de las dudas de los hombres, de su ambición, sus celos, su avaricia y su amor”. “Escúchame: soy Cervantes y quiero mostrarte tu retrato en el retrato de dos hombres que inventé”… Ansiosamente nos llaman, a nosotros, que tenemos ojos para leer y no leemos. Saben que ellos hallaron la verdad, la belleza y el bien, y nos los quieren dar.
Por eso, para acallar ese vocerío de amor de-sesperado que nos ensordecería, hay en las bibliotecas ese letrero: “Favor de guardar silencio”. No está para los que ahí entran, sino para los que ahí están. ¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Adoctrinadores extranjeros están
actuando en el campo mexicano…”
Eso debe vigilarse,
pues las masas campesinas
son como las medicinas:
se agitan antes de usarse.