Amaneció la noche de bodas, y a eso de las 9 de la mañana la recién casada sintió hambre. Le sugirió a su maridito: “¿Te parece, mi cielo, si vamos a desayunar?”. “No podemos, mi amor —replicó el ardiente novio—. Mira lo que dice el letrero: ‘Desayuno entre 7 y 11’. Y nosotros apenas llevamos cinco”… Don Algón, salaz ejecutivo, le dijo a una linda chica en el antro: “Qué agradable coincidencia, señorita. Mi cartera es del mismo color que su gorrita”… En el Bar Ahúnda un parroquiano entabló conversación con el hombre que bebía a su lado en la barra. Le contó: “Conocí a mi esposa un mes antes de casarme con ella”. Replicó, hosco, el otro: “Yo conocí a la mía un mes después”… Un individuo llegó a una casa de mala nota y fue recibido por una de las damas que ahí prestaban sus servicios. Le dijo con jactancioso acento el tipo: “Me presento. Soy Alberro, y me dicen ‘el de la Pinga de Fierro’”. “Bienvenido —le contestó la mujer—. Yo soy Pandora, y me dicen ‘la Fundidora’”… Suele afirmarse que la primera impresión es la que cuenta. Por eso yo llegué a “El Porvenir”, de Monterrey, primer periódico foráneo para el que escribí después de “El Sol del Norte”, de mi ciudad, cargando sendas bolsas de pan de pulque de Saltillo, una para don Rogelio Cantú, la otra para don Francisco Cerda, pilares los dos del periodismo regiomontano de aquella época, los años sesentas del pasado siglo. Magnífica impresión debo haber causado con el pan, pues al día siguiente mis artículos empezaron a salir en aquel prestigiado diario. La primera impresión de los extranjeros que llegan a nuestro país por avión a la Terminal 2 del Aeropuerto de la Ciudad de México ha de ser pésima, primero por el mal aspecto del lugar, que más parece pulga o tianguis que central aérea por la enorme cantidad de comercios de todo orden y desorden que en él hay, y luego por los pésimos servicios que reciben los usuarios, sometidos a infinidad de molestias y maltratos. Mi tío Refugio, ultraconservador, era enemigo de los aviones. Decía que si Dios hubiera querido que voláramos nos habría dado alas. Ahora yo pienso que a lo mejor Diosito no quiere que volemos, pues permite la existencia de aeropuertos como ése, que tienen más de central de autobuses pueblerina que de aeropuerto de la capital de un gran país. Yo viví la época de oro de la aviación comercial, cuando Aeroméxico llegó a ser la línea aérea más puntual del mundo. Recuerdo con nostalgia la amabilidad y cortesía de los empleados de las líneas aéreas —ojalá lea esto don Américo Garza, del Aeropuerto de Monterrey, cuyas atenciones y eficiencia no he olvidado y sigo agradeciendo—. Es una pena que no pueda yo obsequiar una bolsa de pan de pulque de Saltillo a cada viajero internacional que llega por avión a la Ciudad de México. Estoy seguro de que eso mejoraría la pésima impresión que de seguro se llevan los visitantes… Doña Macalota dejó la junta mensual del club de jardinería porque la acometió un súbito dolor de cabeza. Llegó a su casa, pues, antes de lo acostumbrado y sorprendió a su casquivano esposo, don Chinguetas, en ilícito consorcio de carnalidad con la vecina. Profirió la señora con justificado enojo: “¿Qué es esto?”. Don Chinguetas se volvió hacia su querindonga y le dijo calmadamente: “¿Lo ves? Te digo que mi mujer no sabe nada. Ni siquiera sabe qué es esto”… El doctor Ken Hosanna le comunicó a su paciente: “Lamento mucho informarle que en cualquier momento puede usted quedar incapacitado del lado izquierdo de su cuerpo”. Inmediatamente el hombre se llevó la mano al bolsillo. Le preguntó el facultativo: “¿Qué hace?”. Respondió el sujeto: “Estoy llevando todo lo necesario al lado derecho”… FIN.
MIRADOR
Llegó sin aviso un recuerdo y me preguntó:
—¿Te acuerdas de mí?
Yo, la verdad, lo había olvidado. Tantos recuerdos tengo que no puedo recordarlos todos. Guardo más olvidos que recuerdos. Tengo recuerdos que no puedo olvidar, es cierto, pero a cambio tengo olvidos que no puedo recordar, y eso me mantiene en un favorable justo medio.
No le dije al recuerdo olvidado que lo había olvidado. Aunque algunos recuerdos me lastiman no me gusta lastimar recuerdos. Le dije que me acordaba perfectamente de él, y le agradecí que me hubiera recordado recordarlo.
Con eso se dio por satisfecho y se alejó. No he podido recordar si era un recuero bueno o malo. Lo olvidaré de nuevo, entonces. Es lo mejor que puedes hacer con los recuerdos que no recuerdas si son malos o buenos.
¡Hasta mañana!
MANGANITAS
“…Confusión…”
La mucama dijo: “Sí:
mi patrón es un pelmazo.
Dice que tiene un Picasso,
y tiene un piquillo así”.