“Casamiento a edad madura, cornamenta o sepultura”. Ese proverbio hacía alusión al hombre viejo que desposaba a mujer joven. Tal hizo don Valetu di Nario, provecto señor que sin tomar en cuenta sus numerosos calendarios contrajo matrimonio con muchacha que apenas había dado vuelta a la hoja de abril, y que no obstante sus escasos años mostraba exuberantes prendas físicas tanto en la región norte como en la comarca sur. A consecuencia de tan desiguales nupcias don Valetu se vio pronto agotado, exangüe, exánime y escuchimizado. En compañía de su esposa fue a la consulta de un facultativo, el cual se sorprendió al ver semejante unión. El abatido señor le preguntó al galeno: “¿A qué se deberá este cansancio mío, doctor? ¿Tendré sobrepeso?”. “No —respondió sin vacilar el médico—. Tiene usted sobresposa”… Se cuenta de un minero que de este mundo partió al otro. Llegó directamente al Cielo, pues quienes andan en afanes de minas sufren tantas penalidades en la Tierra, y bajo ella, que aquí mismo expían todos sus pecados. Lo recibió San Pedro, el apóstol de las llaves, quien le dijo que de momento no podía recibirlo: la sala destinada a los mineros en la morada celestial estaba llena a su máxima capacidad; ya no cabía ni uno más. Tendría que esperar a que se ampliara ese recinto para poder entrar. El recién llegado le pidió permiso al portero de por lo menos saludar a sus colegas, entre los cuales seguramente habría algunos conocidos suyos. San Pedro autorizó el saludo. Para su sorpresa el minero les dijo a sus compañeros algo que hizo que todos salieran en tropel del Cielo, con lo que dejaron vacía la sala de los mineros. Ya había sitio para el nuevo huésped. Y sin embargo éste fue también en seguimiento de los otros. Le preguntó San Pedro: “¿Qué les dijiste para hacerlos salir así del Cielo?”. Respondió el minero: “Les dije que en el Infierno se acababan de descubrir muy ricas vetas de oro”. Volvió a preguntar el apóstol: “¿Y por qué tú también vas allá?”. Replicó el minero, apresurándose: “Porque a lo mejor es cierto”… Los mineros de antaño hablaban de un demonio llamado Xipe que inspiraba en los hombres el voraz deseo de excavar la tierra en busca de oro, plata u otros minerales valiosos, sin importarles arriesgar la existencia en esa dura búsqueda, las más de las veces infructuosa. La vida de quienes trabajan en las minas está llena de peligros y penalidades. En la región carbonífera de Coahuila, mi Estado natal, han sucedido tragedias dolorosas que en el pasado dieron pábulo a demagogias lo mismo oficiales que episcopales. Esos dramas seguirán aconteciendo mientras no se garanticen a los trabajadores mineros condiciones de trabajo dignas y seguras. Las riquezas del subsuelo deben traer beneficios a todos, y se han de desterrar para siempre expresiones como aquella de “explotar la tierra”, pues tal explotación equivale a explotar también al hombre. Se decía antes: “La tierra es de quien la trabaja”. Debe decirse ahora: “La tierra es de quien la cuida”… El agente policíaco se disponía a interrogar a un sospechoso. Le preguntó con severidad al individuo: “¿Ha sido usted sujeto a un estrecho interrogatorio alguna vez?”. “Muchas veces —contestó el hombre—. Soy casado”… La mamá de Pepito le dijo: “No sé qué regalarle a tu papá el día de su cumpleaños”. Prontamente sugirió el chiquillo: “Regálale unos guantes”. “¿Unos guantes? —se sorprendió la señora—. “Estamos en pleno verano, y hace mucho calor. ¿Por qué piensas que debo regalarle unos guantes?”. Explicó Pepito: “Porque el otro día oí que la mucama le dijo: ‘Saque las manos de ahí, señor. Las trae muy frías’”… FIN.
MIRADOR
Recuerdo perfectamente el día en que los ángeles se amotinaron.
Los amotinados eran ángeles de la guarda. Fueron en manifestación con el Señor y le dijeron:
—Trabajamos de tiempo completo cuidando a los humanos, y sin embargo nosotros no tenemos quién cuide de nosotros. Te pedimos que a cada uno de nosotros nos pongas un ángel de la guarda. Si no atiendes nuestra demanda nos declararemos en huelga.
El Señor sabía que ahora más que nunca los hombres necesitan de un ángel de la guarda, de modo que accedió a la petición.
Sucedió, sin embargo, que poco después los ángeles de la guarda que cuidaban a los ángeles de la guarda le exigieron al Señor que a cada uno de ellos les pusiera también un ángel de la guarda.
Aquello sería el cuento de nunca acabar. Así, el Señor decidió acabar con la institución del ángel de la guarda.
Ya no hay ángeles de la guarda.
Por eso estamos viendo lo que estamos
viendo.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Escasea la cerveza…”
Un sujeto comentó
en frase enérgica y corta:
“Que falte el agua no importa,
pero la cerveza no”.