Don Chinguetas tuvo una horrenda pesadilla. Soñó que un hombre descomunal lo perseguía con malas intenciones de concupiscencia, lubricidad, lujuria, libídine y salacidad. Se despertó bañado en sudor frío. “Tuve una horrenda pesadilla —le dice a su esposa Macalota—. Soñé que un hombre descomunal me perseguía con malas intenciones de concupiscencia, lubricidad, lujuria, libídine y salacidad. Me desperté bañado en sudor frío”. (Mis cuatro lectores habrán advertido ya que el citado señor tomó de esta columna las frases para hacer su narración). En eso entró el pequeño hijo del matrimonio. “¿Qué te pasa, papi?” —le preguntó a don Chinguetas al verlo sudoroso y agitado. “Nada, hijo —responde él—. Le estaba contando a tu mamá un sueño que tuve”. Exclamó el niño: “¡No lo cuentes, papi, para que se te conceda!”… Murió aquel sultán. No sé qué clase de vida habría llevado, el caso es que fue a dar al báratro, al erebo, al orco, al tártaro, al averno. Lo recibe el señor de las tinieblas, Satanás, y le informa: “Hay varias clases de infierno. Podrás escoger el que te guste”. Y le mostró al sultán tres ventanas para que por ellas se asomara y viera los diferentes tipos de condena. Abrió la primera ventana el sultán y vio a un hombre al que los demonios atormentaban con lanzas y cuchillos. El desdichado lanzaba ululatos de dolor por los tormentos indecibles. “Éste no” —dijo el recién llegado, tembloroso, a Satanás. Abrió el demonio la segunda ventana. Se asomó el sultán y vio a otro hombre sobre el cual los diablos hacían caer calderos de plomo derretido. Eso se repetía también una vez tras otra; aquello era una tortura continuada. “¡Esto no!” —gimió el sultán lleno de espanto. Abrió él mismo la tercera ventana, y lo que vio lo dejó maravillado. Estaba un sultán tranquilamente acostado en un diván. Se abría la puerta y entraba una bellísima odalisca que le llevaba una charola con manjares. Tomaba el piloto a la odalisca por la cintura, se la sentaba en el regazo, la hacía objeto de toda suerte de eróticas caricias y luego le decía: “A la noche te espero en mi cámara. Serás hoy mi favorita». Al sultán se le iluminó el rostro al ver aquello. “¡Elijo este infierno!” —exclamó alegremente dirigiéndose a Satán. “Lo siento —le dice con sequedad el diablo—. Éste es el infierno de las odaliscas”… Por las vías de mi nostalgia y mis recuerdos pasa un tren, aquel “Regiomontano” de felicísima memoria. En él conocieron mis pequeños hijos una de las mayores aventuras infantiles: la de viajar en ferrocarril. A esa aventura se añadía la de cenar en coche comedor, dormir en vagón Pullman y ver pasar los cerros y las milpas por las ventanas del carro observatorio. Todo eso es parte del pasado. Ahora, entiendo, ya no es negocio el transporte de pasajeros por ferrocarril. En muchos países, sin embargo, los trenes de pasajeros son parte de la vida cotidiana. Aquí los vicios acumulados de un monopolio estatista ineficiente y un mal sindicalismo corruptor acabaron con el tren de pasajeros, que es hoy como el sueño de un sueño. En esos torcidos rieles descarriló el sistema ferroviario mexicano de transporte de personas. Una pena… El doctor Ken Hosanna le dijo a su paciente: “No encuentro la causa de su mal. Posiblemente se debe al alcohol”. “En ese caso, doctor —replicó el individuo—, volveré cuando esté usted sobrio”… Aquel individuo regresó de un viaje a Roma. Le contó a un amigo: “Vi al Papa completamente borracho”. “¡No puede ser!” —exclamó el otro. “Te digo que lo vi completamente borracho” —insistió el tipo. Y aclaró en seguida: “Completamente borracho yo”… FIN.
MIRADOR
Caían las nueces del añoso nogal en el camino. Pasaban los carros y los animales y quebraban las nueces; las aplastaban y dejaban trituradas.
— ¡Qué desperdicio! —pensaba yo.
Estaba equivocado, como de costumbre. Llegaban los pájaros y las ardillas, los diminutos ratones campesinos, separaban la rica pulpa de las cáscaras y la comían.
Lo que yo veía con pena —aquel aplastamiento de las nueces— era en verdad preparación de un banquete providencial para los pequeñitos seres del cielo y de la tierra.
Nada se desperdicia de los bienes de Dios.
Él cuida lo mismo del hombre que de la ardilla y el gorrión.
Para cada criatura hay una nuez.
Para todos nosotros hay una bendición.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Piden que se acabe con el cambio de horario…”
Algunos, con muy mal genio
y talante atrabiliario,
en vez de cambio de horario
piden cambio de sexenio.