«Anoche hice el amor con mi novia». Eso le dijo el joven Carmelino al padre Arsilio en el confesonario. «De penitencia -le indicó el sacerdote- rezarás 10 padrenuestros». «De una vez póngame 20 -solicitó el muchacho-. Esta noche lo vamos a hacer otra vez». El ebrio comenzó a ponerse necio en la cantina. Fue hacia un pequeño señor que bebía su copa en un extremo de la barra y le dijo en tono amenazante: «¿Está usted buscando pleito?». El otro le respondió muy calmado: «Desde luego que no, amigo. Si buscara pleito ya me habría ido a mi casa»… ¿Qué haría usted si supiera que alguien lo estaba envenenando lentamente? Yo, por lo pronto haría: «Gulp». Luego, naturalmente, tanto usted como yo denunciaríamos al criminal que estaba atentando contra nuestra vida, y evitaríamos seguir consumiendo el veneno que paulatinamente nos estaba administrando. Pues bien: eso hacen con nosotros y con nuestros hijos los dueños de autobuses urbanos y camiones de carga cuyos vehículos despiden humos que no sólo hacen irrespirable el aire en muchas calles, sino que causan graves daños a la salud de las personas. Son una especie de coronavirus vehicular contra el cual también deberíamos usar cubrebocas. Es verdaderamente criminal la forma en que esos vehículos contaminan el ambiente sin que ninguna autoridad haga nada por evitar el abuso, como si los humos de tales camiones fueran un fenómeno de la Naturaleza imposible de evitar. Los propietarios de esas unidades deben afinar los motores de sus vehículos y usar combustibles adecuados. Las autoridades correspondientes deben, por su parte, tomar cartas en el asunto, pues cada vez son más intensas las quejas de la gente por ese atentado contra la comunidad al que nadie parece interesarse en poner freno. La dama de edad madura fue a visitar al oftalmólogo. El facultativo la hizo sentar en el sillón y procedió a examinarla detenidamente. Terminado el examen le dijo: «Señora: tiene usted una mirada conventual». «¿Conventual?» -repitió desconcertada la señora-. No entiendo, doctor. ¿Por qué dice eso?». Explicó el especialista: «Ve pura madre»… Un tipo fue al teatro con su esposa. En el intermedio el individuo sintió ganas de ir a desahogar una necesidad menor, de modo que se dirigió a la parte posterior del teatro a buscar el baño para caballeros. No lo pudo encontrar, pero después de un buen rato de andar buscando vio una puertecita. La abrió y se encontró en un jardín en penumbra con una pequeña fuente y un árbol. La urgencia que traía era tan grande que ya no buscó el baño: junto al árbol hizo lo que tenía que hacer. Ya muy tranquilo volvió a su butaca al lado de su esposa. Le preguntó: «¿Me perdí algo del segundo acto?». «¿Que si te perdiste algo del segundo acto? -respondió escandalizada la señora-. ¡Estuviste en él!»… La oficina de reclutamiento se hallaba en el segundo piso, y el departamento de exámenes médicos en el primero. Cierto muchacho no quería ser reclutado y le dijo al doctor que no podía ingresar al ejército porque era casi ciego. El facultativo, que había hecho que el joven se desvistiera para practicarle el examen general, le revisó la vista y no encontró ninguna deficiencia. Pero para estar seguro le pidió a su guapa enfermera que pasara frente al muchacho caminando provocativamente y mirándolo con mirada insinuativa. Le preguntó en seguida: «¿Qué ves?». «Nada más un bulto» -respondió el joven. Dictaminó el doctor: «Quizá tus ojos vean sólo un bulto, pero otra parte tuya está apuntando directamente hacia la oficina de reclutamiento»…FIN.
MIRADOR
A los 60 años de edad John Dee se enamoró de una muchacha.
Por ella dejó sus libros, sus cartas zodiacales, sus instrumentos astronómicos. Los discípulos de aquel buscador de la verdad se entristecieron primero y se burlaron después al verlo embebecido como un adolescente ante los dengues y carantoñas de la pizpireta.
Loco por el amor que la coqueta le fingía el maestro le dio casa y ajuar. Vendió su amada biblioteca para tener con qué satisfacerle sus caprichos. Cambió el precioso astrolabio por una ajorca de oro que a ella le gustó. Meses después, cuando lo vio arruinado, la muchacha lo dejó para irse con un mozalbete.
Los amigos del filósofo fueron a visitarlo, condolidos.
-¿Ya ves? Te decíamos que esa mujer nunca te amó.
-Siempre lo supe -contestó John Dee sonriendo con el recuerdo de su dicha-. Pero yo sí la amé, y eso nos salva a los dos.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
«…Los pueblos que viven bajo un dictador padecen hambre y necesidad…»
El pueblo está dolorido
por culpa de un solo hombre.
Y, sin que nadie se asombre,
ése se ve bien comido.