Este amigo mío es medio cabrón. Su esposa me corrige: ella dice que es cabrón y medio. Hombre impositivo, de opiniones radicales que no admiten argumentación, le tenemos un apodo, el Siperono, extraño mote que obedece al hecho de que a todo lo que decimos él opone: “Sí, pero no”. Yo procuro no frecuentarlo, pues si bien las virtudes de los demás no se me pegan, los defectos se me contagian fácilmente, y temo volverme contradictor sistemático, cuando ahora sólo me contradigo a mí mismo. Mi amigo está chapado a la antigua. Asegura que nadie está chapado a la moderna, pues en la actualidad es raro aquél que tiene convicciones firmes. Emplea una expresión arcaica de connotación machista para decir que cada mexicano se raja por lo menos una vez al día. El Siperono es conservador, y aun diría yo reaccionario. Considera que muchos de los males que sufre este país se deben a la liberación femenina. Dice: “Cuando la mujer dejó su casa para irse a ganar dinero fuera de ella los hijos quedaron al garete. No hubo ya quien los vigilara, quien cuidara de que tuvieran sólo buenas amistades, quien los ayudara a hacer las tareas de la escuela, quien les inculcara los valores y tradiciones -sociales, religiosas, familiares- en que se finca una sana convivencia. Con eso vinieron también problemas en los matrimonios (“desque mi mujer trabaja de pendejo no me baja”), con el consiguiente aumento en la tasa de divorcios. Los amigos del Siperono le decimos que sus puntos de vista son machistas, patriarcales y misóginos, y él responde: “Sí, pero no”. Comoquiera que sea no hay escape: todo eso a lo que se opone este intransigente conservador ultramontano es fruto de la modernidad, y a la modernidad nadie la puede detener. Es demasiado moderna. Algunos juzgarán que mi amigo tiene razón y dice lo que nadie se atreve a decir. Otros opinarán que es un antifeminista, fascista y tradicionalista, lo que en la feroz terminología del feminismo norteamericano se llama a male chauvinist pig. A unos y otros les digo con ánimo de concordia y espíritu conciliador: “Sí, pero no”. Don Chinguetas no tiene remedio. Su talón de Aquiles es el sexo que antes se llamaba débil y ahora ya no. (Ahora el sexo débil es el de los señores de madura edad). Este señor que digo no puede ver una dama de mediano ver sin echarle los perros, como dice la frase popular. Conoció a una que se dejó alcanzar por los citados canes, pues se dio cuenta de que don Chinguetas, a más del don, tenía también el din. El cachondo señor llevó a su casa a la dicha señora, y refocilándose con ella estaba en la alcoba conyugal cuando llegó de súbito doña Macalota, que así se llama la esposa de don Chinguetas. A ninguno de mis cuatro lectores extrañará que la doña haya prorrumpido en sonoras invectivas dirigidas tanto a su infiel marido como a su compañera ocasional. Le dijo don Chinguetas a su exaltada consorte: “Repórtate por favor, mujer. Estamos en presencia de una extraña”. (Eso de “repórtate” viene de una expresión ya en desuso, “reportarse”, que significa contener un impulso o sentimiento, generalmente de ira, a fin de no faltar a las buenas maneras o la civilidad). Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, fue a pasar unos días en la finca campestre de su amiga Gules. La anfitriona, a fin de dar color local a la visita, hizo que su cochero fuera por doña Panoplia a la estación del tren en carricoche abierto tirado por caballo. En el camino de regreso el ineducado animal soltó un formidable cuesco que azaró a la encopetada visitante. Dijo doña Panoplia: “¡Qué pena!”. Y declaró el cochero: “¡Mire! ¡Yo creí que había sido el caballo!”. FIN.
MIRADOR
VARIACIONES OPUS 33
SOBRE EL TEMA DE DON JUAN
A veces Don Juan sueña.
En el sueño se le aparece alguna de las mujeres a quienes creyó amar y que quizá lo amaron, al menos en el momento del amor.
El sueño que entonces sueña no es lascivo. Es un sueño que se podría llamar ensoñador, suave, dulce y aun tierno. Ella le da la mano y él la toma y la besa levemente, como se besa una frente de niño. Entonces la mujer sonríe y desaparece.
En ese punto del sueño Don Juan siempre despierta. Lo posee una sensación de paz, y ya no lo atosigan los remordimientos que le retuercen el alma. Intenta volver a dormir para volver a soñar lo mismo, pero el sueño huye, y con él huyen los sueños.
Mentiría yo si dijera que en esa duermevela Don Juan se arrepiente de su pasada vida. Jamás se arrepentirá, pienso, ni siquiera en el último instante. Los amores son para recordarlos, no para arrepentirse de ellos.
Don Juan espera que regrese el sueño. Le preguntará a la amada en el momento de besarle la mano: “¿Te acuerdas?”.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“…Caos en las elecciones
internas de Morena…”
La sarracina que cito
se debió seguramente
a que no estuvo presente
el obligado dedito.