Madrid, 27 may (EFE).- Con su historial de drogas y alcoholismo, lo más lógico habría sido que Dennis Hopper (1936-2010) hubiera engrosado la lista de artistas que allá por los 70 vivieron rápido y dejaron un bonito cadáver, pero el caso del director de «Easy Rider» se parece más al mito del Ave Fénix.
Coincidiendo con el décimo aniversario de su muerte el canal TCM estrenará este viernes 29 de mayo el documental «Dennis Hopper, compañero de viaje», que celebra la infinita, libérrima y turbulenta vida del padre del cine independiente estadounidense.
Su asistente y fiel amigo Satya de la Manitou cuenta en primera persona que cuando a comienzos de los 80 lo llevó a rastras a una clínica de rehabilitación, Hopper estaba completamente fuera de control, lo echaban de los rodajes, tenía explosiones violentas y sufría episodios psicóticos.
El director de «Easy Rider» (1969) -considerada piedra fundacional del Nuevo Hollywood- no sólo salió vivo de aquella, sino que fue entonces cuando entregó una de sus interpretaciones más memorables como actor, el Frank Booth de «Blue Velvet» (1986).
«Nadie tiene un segundo acto en Hollywood, pero Dennis tuvo un segundo, un tercero y un quinto, tendría que haber muerto como Jim Morrison, Jimmy Hendrix y otros artistas de esa época de exploración y libertad, pero no ocurrió y eso le hace único», dice a Efe Nick Ebelung, director del documental.
El primer papel de Hopper en el cine, a los 19 años, fue en «Rebelde sin causa» (1955) de James Dean, toda una premonición. La primera como director, la mencionada y célebre historia de moteros que cruzan Estados Unidos vendiendo droga, un paradigma de la contracultura y de un nuevo modo de hacer cine alejado de los todopoderosos estudios.
El éxito de «Easy Rider» le abrió las puertas de la industria. Universal Pictures se lanzó a financiarle la siguiente imaginando un resultado similar, grandes beneficios para un presupuesto limitado.
Hopper se fue a Perú, al pueblo cusqueño de Chinchero, a filmar «The last movie» (1971). Pero posiblemente la película que tenía en su cabeza no llegó a ver nunca la luz. Las presiones de los productores por no cumplir con los plazos ni con el presupuesto, amén de las discusiones por el montaje final, acabaron convirtiendo el proceso de edición en un auténtico infierno regado de alcohol y cocaína.
Cuando por fin se estrenó, fue un desastre de crítica y público. Hopper estuvo vetado en Hollywood durante 25 años, aunque hoy para muchos se trata de una obra de culto por su compromiso con la exploración y el riesgo.
Ebelung es uno de esos adoradores. Descubrió «The last movie» cuando solo tenía solo 14 años y aún hoy, desde su confinamiento en Los Ángeles, recuerda con gran entusiasmo ese momento que marcó, afirma, un antes y un después en su vida.
Cinéfilo precoz, ya había visto «Blue velvet» cuando una tarde fue con sus padres al hipódromo de Santa Anita, en Los Ángeles, y se topó con el mismísimo Hopper. Era la época de «Amor a quemarropa» (1993).
«Yo era muy tímido pero me lancé a hablar con él y le di las gracias por su Frank Booth. Supongo que debió de parecerle llamativo viniendo de un chaval de 14 años», señala. Embargado por la emoción, al volver a casa se fue directo a un videoclub y alquiló, sin saber nada de ella, «The last movie».
«Me abrió a un nuevo mundo», afirma Ebelung que nunca la devolvió al videoclub. Su distribución fue muy limitada e irregular, era un título difícil de encontrar; por eso cuando una amiga común le presentó allá por 2014 a La Manitou y le confesó que era su favorita, la complicidad fue inmediata.
«Empezamos a rodar la semana siguiente, no teníamos nada de dinero, así que fueron muchas idas y venidas a lo largo de dos años y medio», cuenta el angelino.
El punto culminante fue rodar en Chinchero, a más de 3.700 metros de altitud. «Fue una de las grandes experiencias de mi carrera», subraya.
En cuanto a lo que siguió para Hopper, logró que volvieran a confiar en él para dirigir «Out of the blue» («Caído del cielo», 1980). Iba a ser una película poco ambiciosa para la televisión pero Hopper lo convirtió en un clásico generacional y tuvo su estreno en el Festival de Cannes.
Magdalena Tsanis