Venecia (Italia), 4 sep (EFE).- «El exorcista» (1974) no es una simple película de terror sino que en realidad esconde todo un ensayo sobre «el misterio de la fe, del bien y del mal», ahora desentrañado en un documental estrenado hoy miércoles en la Mostra de Venecia.
La cinta «Leap of faith», del documentalista suizo Alexandre O. Philippe, es un diálogo cara a cara con el director de esa icónica película, William Friedkin, en el que se recogen los planteamientos artísticos, estéticos y filosóficos que le inspiraron.
«No quería hacer una película de terror (…) Se trata de una historia sobre el misterio de la fe, sobre el bien y el mal, y sobre los sacrificios que conlleva», señala Friedkin en un momento del documental, proyectado fuera de competición en la Mostra.
El objetivo de Philippe era entrar en los «inexplorados abismos de la imaginación» de ese autor que llevó a la gran pantalla la historia de una niña poseída cuya salvación dependía de la astucia de dos sacerdotes para combatir al Maligno.
La idea del misterio queda patente desde el comienzo de la trama, ambientado en las excavaciones arqueológicas del norte de Irak, algo que muchos criticaron por creer que sobraba. En realidad el director quería avanzar algo «antiguo y sobrenatural», y mantuvo su apuesta.
Entre los referentes de Friedkin está la película «Ordet», de Carl Theodor Dreyer, sobre todo la escena de la resurrección, y para el ritmo se inspiró en «La consagración de la primavera» de Ígor Stravinski, con su evolución ascendente.
El cineasta asegura que rodó abandonándose a la espontaneidad: «No creo en la segunda toma», afirma, siguiendo la teoría de grabar con «la seguridad de un sonámbulo» de otro referente, Fritz Lang.
Pero antes de encender las cámaras, enfrentó un largo proceso en la elección de los actores. Por ejemplo recuerda que el primer guion, firmado por el autor de la novela homónima, William Peter Blatty, era horrible, casi una «caricatura», enrevesado. Por contra, su intención era que la película siguiera una «línea recta», sin complicaciones.
Luego llegó la elección de los actores. Para el papel del joven Padre Damien Karras eligieron a uno de los actores del momento, Stacey Keach, pero finalmente Friedkin y Blatty se decantaron por el desconocido Jason Miller, algo que preocupó a los productores.
E incluso Blatty llegó a proponerse como el Padre Karras a cambio de los beneficios íntegros de la distribución de la película.
«El exorcista» es, además, un ejemplo de imágenes subliminales, a las que se recurrió para aumentar su dramatismo, y también todo un «laboratorio de música experimental», pues los gritos de cerdos o el desquiciante aleteo de una mosca contribuyen a generar tensión.
El sonido de hecho era una obsesión para Friedkin, apasionado desde niño al drama radiofónico, y para generar la voz del diablo, que habla por boca de la niña, buscó una voz neutra, que no fuera ni de hombre ni de mujer. Al final eligió la de Mercedes McCambridge.
La actriz, de hecho, pasó varios días comiendo huevo crudo, fumando y bebiendo alcohol, y al final el resultado fue perfecto, porque de su garganta emergían varias tonalidades de sonido.
La película está repleta de evocaciones al arte, como una de sus escenas más famosas, cuando el cura llega al domicilio de la familia que sufre la tiranía del demonio.
La imagen del sacerdote llegando en una fría noche, con un sombrero e iluminado solo por la luz que sale de la ventana de la habitación de la cría es una alusión directa al «Imperio de las luces» de René Magritte.
En sus escenas puede apreciarse la huella del claroscuro de Caravaggio, la luz de Rembrandt y el realismo de Cartier-Bresson.
Otra de las búsquedas del director fue la de la banda sonora, que debía ser como «una mano fría sobre la nuca del espectador». Tras varios intentos con órganos, al final llegó el icónico tema de Mike Oldfield.
El resultado fue una de las películas de terror más memorables de la historia del cine, que obtuvo precisamente el Óscar al Mejor guión adaptado y a la mejor música.
Friedkin, ante la cámara, considera que tras siglos de filosofía y de grandes pensadores, desde Grecia a Stephen Hawking, lo cierto es que el mundo sigue envuelto en innumerables misterios, como puede ser el de las posesiones demoníacas.
Por eso, «El Exorcista» en realidad lanza una pregunta al público que sigue asomándose a esa historia: «¿Existen estos fenómenos en la vida real?».
Por Gonzalo Sánchez