No hacía mucha falta disponer de dotes de visionario para entender, como lo hicimos ayer, que el discurso que anteayer AMLO pronunció en la Casa Blanca, junto al presidente estadounidense Donald Trump, era una buena pieza oratoria, pero que las reacciones de esperar eran los aplausos de los suyos y las críticas y hasta burlas de los que están en desacuerdo con el proceder del mandatario, no en su visita a la Unión Americana, sino con las líneas generales de su Gobierno.
Mientras las reacciones siguen, en ambos sentidos, concedamos que el discurso fue una buena pieza de oratoria y que, como también se señaló, los acuerdos previos, y de ahí el subir de los bonos de Marcelo Ebrard, permitieron que esa pieza encajara perfectamente en un encuentro donde se había ya negociado que no habría salidas de tono por parte del magnate que manda en la Unión Americana, de tal manera que aunque el viaje presidencial no reportó nada en términos prácticos, vuelve a México sin nada que lamentar, lo que dada la naturaleza de su apuesta ya es ganancia.
Concediendo que el T-MEC sí es una ventana de oportunidad y de que al parecer se ofrecieron garantías a los inversionistas extranjeros, sobre todo del sector energético, se abren nuevas posibilidades para que el flujo de recursos del exterior se reanude, es importante saber, y eso es imposible adivinarlo, si lo que sucedió en Washington, cena con magnates estadounidenses y mexicanos incluida, abre un período en que la gestión presidencial finalmente se ceñirá al necesario pragmatismo y la ortodoxia económica o se trató sólo de una puesta en escena de dos personajes necesitados ahora de popularidad.
Parece pues estéril seguir hurgando en dicho discurso, pues lo interesante es lo que viene, a tal punto que se puede conceder que la pieza oratoria fue buena y emotiva, y que si después Trump dijo la bobada esa de que AMLO es el mejor presidente que ha tenido México, es sólo bajo la óptica donde él mismo se piensa entre los mejores, sino el mejor, de los presidentes de la Unión Americana, ahora que él mismo se quiere poner a la altura de Washington, Jefferson y compañía, así como nuestro mandatario se pretende poner a la altura de Juárez, Madero y Cárdenas.
Lo importante es que a su regreso de la capital de Estados Unidos los problemas y la forma en que los afronta, y que para muchos lo hacen un mandatario que está muy lejos de lo que necesitamos, siguen allí: la polarización de la sociedad que él ha fomentado, la aniquilación de los contrapesos al Ejecutivo, el desmontaje del Estado, la ofensiva contra el INE, el empeño de restaurar el presidencialismo imperial, la colonización de los Poderes Judicial y Legislativo, el ruinoso manejo de la economía, la crisis por la mala gestión de la pandemia, el fracaso de su estrategia contra la delincuencia organizada, si es que hay alguna y muchos más.
Ya podemos sentirnos complacidos de que las cosas le salieran bien al presidente en Washington, pero dando un acierto a esa comparecencia, y hasta dejando peros y asegunes de lado, lo que importa aquí, pues si no estamos hablando de un concurso de oratoria de donde se salió bien parado, es que se solucionen esos muchos problemas que padecemos y que desafortunadamente no se nos arreglarán por un episodio, uno que hasta puede sernos poco propicio si en noviembre Trump no gana la reelección.